En nuestro Blog anterior hemos dicho que es fácil distraerse al inicio
de la Misa, con pensamientos y preocupaciones sobre las mil cosas pendientes
por hacer; y así, lo primero que puede pasar desapercibido es el Acto
Penitencial, que es un momento propicio para detenerse y ver cuál es la
realidad que estamos viviendo. Es evidente que no es fácil reconocer, en cinco
segundos, quiénes somos y dónde estamos; por esto siempre digo a las personas
de mi Parroquia que es importantísimo prepararse antes de venir a Misa.
Antes de ir al supermercado, por ejemplo, nuestras madres, prudentes,
suelen preparar una lista según lo que se requiere en casa, ya que es inútil ir
si no se sabe qué se necesita. Algo similar ocurre en la Misa; necesito haber
reflexionado con anterioridad, para tener claro dónde debo pedir al Señor que
me sane y me ayude a descubrir Su amor en mi vida.
La dificultad que tenemos
en reconocer nuestras faltas no se limita al factor tiempo, sino que surge de
algo mucho más profundo en nosotros, que con frecuencia tratamos de esconder.
Con relación al último artículo que escribí, hace algunos días un amigo me
comentaba que él llega siempre tarde a Misa, agregando como excusa que es
debido a la impuntualidad de su esposa.
Esa anécdota me hizo
recordar uno de los primeros episodios de la Biblia, donde Dios se pasea por el jardín
buscando a Adán, quien en cambio se esconde porque ha pecado y tiene miedo. A
un cierto punto le pregunta Dios: «Adán, ¿Dónde estás? ¿Quién te ha hecho
ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí
comer?», pero él no logra aceptar haberse equivocado y, ¿qué hace? Acusa a Eva
y dice: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí». Dios aún
trata de salvarlos preguntando a Eva la misma cosa: «¿Por qué lo has hecho?»,
pero ella es incapaz de aceptar sus errores y acusa a la serpiente: «La
serpiente me sedujo y yo comí». Recuerden siempre que quien acusa, esconde.
Asimismo
nosotros, en este momento de la celebración Eucarística, en el Acto
Penitencial, no estamos llamados a justificarnos, ni a ser acusadores, sino más
bien a reconocer con humildad cada una de nuestras fragilidades. Adán y Eva no
habían entendido que Dios los estaba buscando, no para condenarlos, sino para
manifestarles Su amor y Su infinita misericordia.
Recapitulando: mientras el
pecado nos lleva a taparnos y a escondernos, acusando al otro como culpable de
nuestros sufrimientos, el desnudarnos ante Dios, reconociendo nuestra condición
de pecadores –Acto Penitencial–, nos conduce a experimentar el poder de Su
infinito amor misericordioso. La celebración de la Santa Misa es un encuentro
maravilloso con la ternura de aquel Dios que no nos abandona nunca, sino más
bien, nos espera desde siempre para mostrarnos la dulzura de su compañía.
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