miércoles, 26 de noviembre de 2014

DON DEL TIEMPO


El tiempo como todo lo que existe…, lo conozcamos o no hayamos nunca tenido noticias de su existencia, es una creación de Dios, porque todo lo ha creado Él. Nosotros solo tenemos conocimiento de la existencia, de un orden superior, denominado espiritual y un segundo orden creado por Dios mismo que es Espíritu puro. Puede ser que existan otros órdenes que no conocemos, pues Dios es omnipotente creador de todo. Todo lo que pertenece a este orden de segunda categoría llamado orden material, está por debajo del orden primordial de Dios que es el orden espiritual. Porque fue Dios, orden superior el que creó el orden material inferior.

Nosotros disponemos de los dos órdenes; en cuanto tenemos un alma espiritual inmortal y un cuerpo material caduco o mortal. La inmortalidad es la negación de la caducidad. La caducidad es el retorno a la nada de donde salió para ser creado, cuando Dios determinó su creación. El tiempo es una medida que fija la existencia de materia, entre su creación y su vuelta a la inexistencia a la nada de donde Dios la sacó. Y esto es aplicable lo mismo a una bacteria o virus, como a un astro tan grande o más que el sol que nos alumbra. Las leyes de la creación divina son inexorables y todas se cumplen y se, nos guste o no su realización.

Todo lo que es material desaparecerá, todos nuestros cuerpos materiales desaparecerán, Este mundo tan maravilloso que contemplamos, llegará un día en que desaparecerá subsumido por un agujero negro, empleando la terminología de los astrónomos. Todo desaparecerá. Y uno se pregunta: ¿Cuándo desaparecerá el mundo y desaparecerá mi cuerpo, que tanto estimo y amo yo? Mirándolo fríamente, es una tontería especular sobre este cuando, por muy variadas razones. La primera es que a nadie de las personas actualmente existentes, nos va a afectar la desaparición del mundo, porque no vamos a ser testigos de ello. Al menos eso me dice mi lógica, aunque esta también me puede fallar. En segundo lugar aunque nos afectase, nada estaría en nuestras manos hacer para evitar el evento, pues como ya antes hemos escrito, las leyes de Dios son inexorables. En tercer lugar no hemos de olvidar que Dios al igual que nuestra alma vive en la eternidad; lo cual determina que Dios no tiene prisa para nada, Él vive en la eternidad y precisamente el tiempo es un don suyo que Él puede ampliar acortar o inclusive suprimir en cualquier momento de nuestras vidas.

Pero no nos asustemos por recordar esta realidad. Dios nos ama a todos y cada uno de nosotros, de una forma muy especial. Mientras estemos con vida, es decir, mientras nuestro tiempo particular de vida esté vigente, todos tanto los que le amamos profundamente, como los que le aman superficialmente, como aquellos a los que el amor de Dios lo desconocen y aquellos otros que es peor, pues no solo lo desconocen sino que aborrecen de él. A todos les cabe la posibilidad mientras anden por este mundo de ir al amor de Dios o inclusive apartarse de él.

Y esto es así, porque Dios desea vehementemente salvar todas nuestras almas, todas han sido creadas por Él y a todas las ama inclusive, a las que le aborrecen. Pero el amor, para que se dé su existencia, exige una reciprocidad, entre ambas partes. Dios es una parte sobre la que no hay duda alguna de que nos ama. “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17).

Aquí hemos venido y estamos para superar una prueba de amor a Dios, para demostrarle amándole que somos dignos hijos de su amor. Para ello disponemos del tiempo que Él al crearnos nos ha donado, porque el tiempo es un don, un don de amor de Dios a cada uno de nosotros. Por ello, escribía San Pablo a los gálatas: “…, a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente mientras hay tiempo hagamos el bien a todos”. (Gál. 6, 9-10). Sepamos aprovechar debidamente el tiempo que Dios nos ha donado, porque cuanto más amor seamos capaces de demostrarle a Dios, cuán grande es nuestro amor a Él, llegado el fin de nuestro tiempo, recibiremos mucho más de lo que podemos imaginar: 29 Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor a mi nombre, recibirá el céntuplo y heredara la vida eterna”. (Mt 19,29).Actualmente escapa a la limitación de nuestras mentes, que es lo que nos espera: Por ello San Pablo que tuvo una visión, tal como él mismo nos dice: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”. (1Co 2, 9).

Nosotros no hemos sido hechos para el tiempo sino para la eternidad. Solo nuestro cuerpo está hecho para el tiempo, el no conocerá la eternidad, es nuestra alma la que es eterna y son sus ojos, no los materiales de nuestro cuerpo, serán los que contemplarán el Rostro de Dios. Nuestro tiempo de vida está tasado, no sabemos cuándo acaba, pero si sabemos con seguridad que acabara. Por ello no podemos desperdiciar ni un instante de nuestro tiempo, no podemos malgastarlo porque él es un don divino, nuestro tiempo tal como dice un viejo refrán, es: “la sustancia de la que está hecha la vida”.

La oración, como elemento demostrativo por nuestra parte del amor que le tenemos a Dios, necesita las tres eses: Silencio, soledad y sosiego, pero además fundamentalmente exige la perseverancia. Si no se persevera en la oración esta se debilita, la oración para ser efectiva tiene que ser perseverante. Pero la perseverancia, para poder dar consistencia a la oración, necesita a su vez del tiempo. Si no se dispone de tiempo, la perseverancia podrá ser un deseo insatisfecho pero no una realidad. Por ello siempre cualquiera que sea nuestra edad hemos de apresurarnos, porque como dice San Agustín: “Todo lo que tiene fin es siempre breve”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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