La resurrección del Señor da
inicio a un movimiento de transformación de todas las cosas. Su Espíritu Santo,
que vivificó la carne muerta de Jesús en el sepulcro, resucitándola, renueva y
renovará el universo entero. Entonces la materia será traspasada por el
Espíritu Santo, dicho técnicamente, "materia pneumatizada".
El primer momento, grandioso, en
que la materia fue traspasada por el Espíritu Santo y convertida en algo
espiritual, pneumático, fue el Cuerpo glorificado de nuestro Señor.
El segundo momento, grandioso a
la par que humilde, es la santísima Eucaristía, en la cual el Espíritu Santo
transforma la materia del pan y del vino y la llena de Sí para convertirlas en
Cristo mismo. entonces la Eucaristía es comida y bebida espiritual, el Cuerpo y
la Sangre del Señor espirituales, es decir, no de modo subjetivo o intimista,
simbólico, sino "espiritual" en sentido real, propio del Espíritu Santo.
"Ni la resurrección corporal ni
la ascensión son una desencarnación, sino la transformación de toda la forma
humana, espíritu y cuerpo, en la forma de existencia pneumática. El pneuma
divino es la fuerza de esta transformación y el que, a su vez, procura que el
descenso irrepetible del Verbo se repita cada vez bajo el signo
sacramental" (VON BALTHASAR, Teodramática, vol. 2, Las personas del drama:
el hombre en Dios, Madrid 1992, p. 384).
Avancemos más de la mano de Von
Balthasar con su peculiar lenguaje, a veces, difícil.
La Resurrección de Cristo revela
cómo la persona es cuerpo y alma, y por tanto, la carnalidad, nuestro ser
corporal, es llamado a la vida y a la transformación que obra Dios, traspasando
la materia, el cuerpo, con el Espíritu Santo.
"Un alma descarnada no es un ser
humano, y la reencarnación no nos podría redimir jamás de vernos arrojados a la
muerte. Ahora bien, esa esperanza descabellada, si se tiene en cuenta la
corrupción y el sepulcro, esa esperanza que contradice a toda esperanza, se
halla íntimamente relacionada con un hecho: la resurrección de Cristo, sin la
cual es ´vana´ toda esperanza cristiana (1Co 15,14)" (Meditaciones sobre
el credo apostólico, Sígueme, Salamanca 1991, p. 81).
Entonces, como último término de
todo el obrar salvífico de Dios, recapitulando todo en Cristo, será la
aparición de los cielos nuevos y la tierra nueva, que se realizarán siguiendo
la misma dinámica: la materia creada, toda ella, será traspasada por el
Espíritu Santo.
"La Escritura habla
de un ´nuevo cielo y una nueva tierra´ (Ap 21,1). Pero éstos no serán una
creación distinta, una segunda creación, sino la transformación -obra de Dios-
de su única y sola creación. No sólo resucitará el hombre, que es algo así como
el resultado, la suma del mundo de la creación, sino que también ese mundo, que
es su presupuesto, en cierto sentido su árbol genealógico, insta desde dentro
hacia la consumación.
La Carta a los romanos lo dice
expresamente: la creación entera sufre dolores de parto, suspira y anhela la
redención, quiere liberarse ´de la servidumbre de la corrupción´, de la
´futilidad´ y ´caducidad´, y tiene para ello la mirada puesta en la ´gloriosa
libertad de los hijos de Dios´ que poseen ya ´las primicias, el Espíritu
Santo´: a partir del hombre comienza la resurrección y arrastra consigo la
resurrección del mundo. Se trata expresamente de ´la redención de nuestro
cuerpo´ (Rm 8,23); la materialidad de la naturaleza no se volatizará en el
espíritu, sino que recibirá una forma nueva que escape ya a la corrupción. Dios
crea únicamente un solo mundo. El hombre echó a perder la obra del Creador; el
Hijo ha redimido por medio de su cruz la vieja creación; el Espíritu Santo la
ha santificado. Este único mundo bastará para Dios en la eternidad; y a
nosotros, a quienes él ha creado, redimido, santificado, nos bastará ese
Dios" (Id., pp. 84-85).
Sí.
Creemos en la resurrección de Cristo; creemos en el Espíritu Santo, en la
resurrección de la carne y en la vida eterna.








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