No es lo mío, ni me agrada…., tocar temas políticos, pero cuando estos
hieren directa o indirectamente nuestro amor a Dios, uno comprende plenamente la
indignación del Señor, cuando cogió el látigo y echó fuera del templo a los
mercaderes. Hay temas que aunque no sean a primera vista de carácter
espiritual, si lo son subrepticiamente, como lo es toda actuación del demonio,
que nunca ataca de frente y poco a poco va consolidando en nuestras mentes,
principios que destruyen y atentan a los derechos de Dios trinitario.
Históricamente desde que nació la Iglesia en el siglo primero, nunca
pretendió ella la existencia de un sistema de gobierno teocrático y acepto, la
forma de gobierno del Imperio romano, sometiéndose a ella en su organización,
pero no en el juramento a los césares, otorgándoles la categoría de dioses, que
menoscababa los derechos divinos de nuestro Dios trinitario. Esto trajo como
consecuencia 10 persecuciones desde el año 65 hasta la gran persecución de
Diocleciano que fue del 303 al 313. A partir del edicto de Milán del año 325 le
fue reconocido sus derechos a la Iglesia cristiana por Parte del primer
emperador cristiano Constantino el grande. Desde esta fecha hasta la Revolución
francesa, demoniaco golpe de timón, que se dio en Francia introduciéndose en
las mentes de todos, un ladino principio que desgraciadamente sigue vigente.
Hasta la revolución francesa, todo el mundo reconocía que todo el poder
emanaba de la voluntad divina. El rey gobernaba por que esa era la voluntad de
Dios y se empleaba la fórmula “por la
gracia de Dios” Era entonces más importante la fidelidad al Señor natural
de uno, que a la nación donde vivía o había nacido. El rey de España fue por la
voluntad de Dios el Señor, de muchos naturales de otros reinos. Pero la
revolución francesa introdujo el gran cambio que tantas desdichas nos han
traído, El poder del gobierno que dejó de ser generado por Dios, se le quitó a
Él para dárselo al pueblo. Ahora el sistema de gobierno que tenemos de moda es
la democracia y cualquier demócrata que se le pregunte, rápidamente dirá que el
poder emana del pueblo. Al parecer los demócratas, no reconocen la omnipotencia
divina y se diría que según ellos, ni falta que les hace, porque están muy
contentos con este sistema que margina a Dios. Y afirma la falacia de que el
poder emana del pueblo y no de Dios.
Ha llegado a mis manos un interesante artículo firmado por Augusto
Torchson, que por si interés, paso a reseñar aunque si bien en conjunto el
artículo es positivo, sin embargo hay algunos juicios, que a mi parecer no son
muy correctos.
Las democracias del mundo actual son definidas como
el sistema de gobierno por el cual el pueblo por medio del voto elige sus
representantes y de ésta manera ejerce su soberanía. Pocas veces se permite
cuestionar este sistema o atreverse a considerarlo como nocivo y hasta proponer
alternativas al mismo El dogma de la democracia basada en la soberanía popular
hoy se presenta indiscutiblemente como el ideal de gobierno y hasta el único
posible; de hecho vemos como se crean continuas guerras con el “desinteresado”
objetivo de promover las democracias en los países que se ataca.
Si para tales incursiones inventa falsos atentados,
armas químicas de destrucción masiva que nunca aparecen o terminar con
dictaduras por más que estas tengan apoyo popular, poco importa, y la gente si
bien reprueba estos métodos, termina considerando que lo que es indiscutible es
que esos países necesitaban ser democratizados. Y es así que para que la
democracia sea justa y buena o para que sea “democrática”, necesita del
beneplácito de estos países que son los que determinan las condiciones para tal
supuesto que coincidentemente tienen que ver con sus intereses en algún recurso
natural u otro interés comercial en la región a democratizar. Sin embargo hoy
no hay peor pecado que el ser antidemocrático.
Observamos de esta forma que en este mundo
completamente democratizado y que es cada vez más corrupto e inhumano; nunca
nadie se atrevería a cuestionar a la diosa democracia, sino a la “errónea”
aplicación de la misma. Y esto acontece porque ella constituye la herramienta de
dominación absoluta y última de la humanidad, y esto tiene hasta un sentido
teológico al llegar a ser el arma principal del Anticristo.
En este punto, con toda lucidez el Dr. Julián Gil
de Sagredo señala que el rasgo característico de las democracias modernas está
dado por la absolutización del concepto de libertad, y así, con la exaltación
del “hombre libre” es como se llega al antropocentrismo en donde ya no se pone
la fe en Dios sino en el hombre. Y hoy se presenta ésta ya no solo como dogma
sino como religión misma, en la cual, siguiendo con el Dr. Gil de Sagredo, la
proposición de Nuestro Señor en el Evangelio al sostener “la verdad os hará libres” por la cual la
verdad engendra a la libertad; se invierte para hacer que la libertad sea la
que engendra a la verdad.
Esto es fácilmente comprobable al ver como se
aprueban por “consenso” leyes tan contrarias al orden natural, como las del
aborto, eutanasia, promoción de la sexualidad desordenada en las escuelas y el
mal llamado “matrimonio homosexual”; que no constituyen un bien objetivo pero
están avalados por el voto democrático. Entonces esta dictadura de la mitad más
uno tiene la potestad de decidir lo que es bueno. Esto es “ser dios”. Sin
embargo esta soberanía popular no implica que el pueblo apoye mayoritariamente
estas leyes, pero por el roussoniano concepto del “contrato social”, las personas deben delegar por convención
(sufragio universal) su libertad de decidir en los gobernantes, a pesar de
sujetarse al capricho de éstos porque “libremente”, deciden el pueblo someterse
a la democracia.
Hoy en día hasta en la misma Iglesia se promueve
esta democracia liberal como el ideal de gobierno, y esto tiene que ver con el
abandono que está haciendo la Santa Institución del deber de la búsqueda de los
bienes celestiales cambiándolos por la búsqueda del paraíso terreno, paraíso
socialista, mismo objetivo que fue la piedra de tropiezo de los judíos hasta
llegar a rechazar al mismo Mesías que esperaban. Y es esto lo que en definitiva
propone la democracia, la promesa de un paraíso a través de un progreso
indefinido, y como buena democracia electoralista, está basada solamente en
“promesas”. Pero hoy más que nunca el hombre moderno se aferra más a éstas, que
a conocer las verdades incomodas.
Pero es la misma Iglesia la que rechaza la idea de
gobierno basado en la soberanía popular, y así S.S. León XIII en su encíclica
Diuturnum Illud enseñaba el error del gobierno con un poder que viene del
pueblo, ya que se contraría la doctrina católica que enseña que todo poder
proviene de Dios, como respondió Jesús a Poncio Pilatos: “No tendrías
sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto…”. La encíclica al
referirse a la elección del pueblo enseña que con la misma: “…se designa al gobernante, pero no se confieren
los derechos del poder. Ni se entrega el poder como un mandato, sino que se
establece la persona que lo ha de ejercer”.
Pero al considerarnos como mandantes de ese poder y
negándonos a ver la realidad, nos privamos de las herramientas para cambiar lo
que es intrínsecamente malo, la posibilidad de la lucha por el bien, y lo peor
de todo es que renunciamos a la verdadera libertad para dejarnos esclavizar por
quienes “nos hacen sentir libres”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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