jueves, 2 de octubre de 2014

ERRORES AL QUERER CONOCER A DIOS


Son varios los errores…, en que una persona, sin malicia alguna y de buena fe puede cometer en su deseo de querer comprender y entender a Dios. Lo primero y fundamental, que hemos de hacer, es que ahuyentemos de nuestra mente, todo resquicio de soberbia y echemos manos de nuestra más profunda humildad, si es que de veras, queremos saber algo acerca de quién es Dios. Él es, tal como una vez le manifestó a Santa Catalina de Siena: Yo soy el Todo de todo y tú, eres la nada, Y efectivamente así es, nosotros somos la nada de nada. Es inmensa la distancia a la que se encuentra la grandeza de Dios, con respecto a la insignificancia de nosotros. Y si queremos salvar esa diferencia o al menos intentar salvarla, intentando querer acercarnos a ÉL, solo hay un procedimiento que es la humildad.

Nosotros no somos nada, frente a la grandeza de Dios, Él es un Ser ilimitado en todas sus manifestaciones, nosotros somos seres totalmente limitados, solo nuestra soberbia nos hace creer que somos algo. Para comprender, solo un poco lo que es Dios y lo que representa, no tenemos más que estudiar astronomía. No hay ciencia que incite tanto al hombre a la humildad como la astronomía. ¿Qué somos? ¿Qué representamos? Nada de nada, a pesar de lo que creemos que hemos logrado con todos nuestros avances científicos y tecnológicos. Y nada hemos creado ni tenemos, porque si para crear hace falta inteligencia y medios. ¿Quién nos ha proporcionado inteligencia y medios? Es por ello que San Agustín nos pregunta: ¿Qué tienes tú, que previamente no hayas recibido?

            Con la soberbia creamos un escollo imposible de salvar, si queremos acercarnos a Dios. El germen de la soberbia, ha anidado siempre en el hombre de todos los tiempos, ¿qué es si no, ese afán desmedido que tiene el hombre? por obtener condecoraciones y títulos; ese afán para que se le considera a uno, superior a los demás; ese afán por sentarse en las tribunas de autoridades; ese afán, para que todo el mundo hable de uno, aunque se hable mal de uno, lo importante es que se hable.; ese afán... etc. Podríamos seguir enumerando casos y circunstancias, en las que se pone de manifiesto nuestra soberbia, pero todos las conocemos y lo sabemos.

Todo lo hemos recibido, nada es un fruto creado por nosotros, aunque seamos tan soberbios que nos lo creamos, pues lo que estimamos que es fruto de nuestro esfuerzo, no es más que una dádiva del Señor. La soberbia anula al hombre a los ojos de Dios, porque Él aborrece al soberbio. En el Eclesiástico, podemos leer: “…, el origen de todo pecado es la soberbia, y el comienzo de la soberbia del hombre es apartarse de Dios” (Ecl 10,15).

La madre Angélica nos dice: “La soberbia es un adversario muy sofisticado y su táctica más poderosa consiste en persuadirnos de que nuestro sentido del pecado y de la corrección es una regla perfectamente aceptable. La soberbia nos confunde realmente hasta el punto de no saber diferenciar entre el bien y el mal”. La soberbia nos invade y nos domina y lo peor, que esta tiene, es que no somos conscientes de ser soberbios. Nos creemos humildes y de pronto brota en nosotros, un gesto de soberbia, simplemente porque siempre encontramos razones, para considerarnos superior a los demás. Ningún o deficiente mentas se cree que él es tonto, todo lo más él se cree igual a los demás.

            La humildad es indispensable para poder acercarse a Dios y tratar de conocerle. La humildad nace de la visión del abismo que separa a Dios de la criatura y sin aceptar esta realidad, no le es posible a nadie entender nada. Adquirir una verdadera humildad es difícil. También San Agustín escribía en su epístola 118: “Si me preguntáis que es lo más esencial en la religión y en la disciplina de Jesucristo, os responderé: lo primero la humildad, lo segundo la humildad, y lo tercero la humildad”. La humildad, es por definición, el exacto conocimiento de uno mismo, es decir, el saber que no somos nada, que no representamos nada frente a la grandeza de Dios.

            San Francisco de Sales, valoraba la humildad como medio para acerarnos a Dios. Para él: “La humildad es el reconocimiento de nuestra propia miseria. Es el verdadero conocimiento de lo que somos y representamos nosotros mismos”. Y para adquirir este conocimiento, de lo que es nuestra propia miseria, nada mejor que ejercitarnos en el conocimiento de lo que es Dios. En este sentido Santa Teresa de Jesús, escribía: “Y a mi parecer jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza, y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; considerando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes”.

            San Juan en su evangelio, en el primer capítulo, nos dice: “A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer”. (Jn 1,18). Y corroborando esta afirmación de que es Cristo unigénito del Padre, quien nos lo ha dado a conocer, más adelante San Mateo en el capítulo 11 de su evangelio recoge las palabras de Cristo unigénito y escribe: "27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo”. (Mt 11,27). El Hijo es el único hombre, que ha visto al Padre en este mundo y el dona la visión de Padre a quien bien le parece.

El Papa Francisco dice que: “Quien mira al Señor, ve a los demás”. Es imposible querer amar y comprenderá a Dios sin amar toda su Creación, y esencialmente a todos nuestros semejantes, sean de nuestro agrado o de nuestra repulsión instintiva, porque es por medo de ellos, por medio del amor, que le demos a ellos donde estamos demostramos nuestro amor al Señor. Nuestro amor al Señor ha de pasar siempre antes por el amor, que le tengamos a los demás. El Señor no dejó dicho: "22 Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. 23 Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, 24 deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. 25 Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. 26 Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo”. (Mt 5,22-26).

La visión de Dios, ya sea en este mundo, si es que alguien llega a tener la dicha de obtenerla, o en el otro, solo se puede obtener con los ojos espirituales de nuestra alma, porque Dios es espíritu puro y solo los ojos espirituales, si están desarrollados y entrenados ven lo espiritual con mayor o menor claridad, de acurdo con la mayor o menor luz divina que Dios les proporciones. De la misma forma. que los ojos materiales de nuestra cara, ven perfectamente la materia, Tanto los ojos materiales como los ojos espirituales de nuestra alma, necesitan luz para ver, luz que les ilumine en el caso de los ojos materiales de nuestra cara esa luz, es la luz material que nos presta el sol o la creada por el hombre con la electricidad. En el caso de la visión con los ojos espirituales de nuestra alma, la luz es la Luz divina la que necesitamos para ver, ella es la que no ilumina si sabemos buscar es luz divina.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

No hay comentarios: