El lugar del teólogo es la
Iglesia; en ella habita, en ella sirve, de ella recibe el don de la fe y de la
vida sobrenatural y para ella ha recibido una vocación peculiarísima que es la
de la reflexión y el pensamiento del tesoro de la fe.
Situado fuera de la Iglesia, o
por encima de la Iglesia, el teólogo dejará de ser teólogo para convertirse en
ideólogo, aunque se justificase pretendiendo ser una "voz profética"
en la disidencia.
La Comunión de la Iglesia es el
centro hacia el cual todos convergemos, incluido el teólogo, el hombre de
estudio, ciencia, reflexión, oración y pensamiento.
Hemos de saber apreciar, valorar,
acompañar, la vocación del teólogo en la Iglesia, tan personal y tan única,
tantas veces incomprendida; y un criterio cierto para discernir una teología y
un teólogo es el criterio de su inserción amorosa en la Iglesia. Quien está en
paralelo con la Iglesia, o en contradicción con la Iglesia, no merece el nombre
de teólogo ni tampoco sus obras merecen ser leídas para quien quiera edificar
su propio pensamiento católico.
La
infidelidad a tal misión no es de las menos graves. Responsabilidad humana y
eclesial de los teólogos muchas veces no percibida a lo largo de la historia,
porque los frutos de tales pecados no se gustan en los días en que ellos viven,
sino en la siguiente generación.
Ésa es su
incesante misión: pensar en alto "in medio Ecclesiae". Y este
"in medio Ecclesiae" significa antes que nada "desde" el
corazón de la Iglesia, desde la comunión a su misterio sacramental a la vez que
"hacia" la Iglesia, en fiel audiencia de esa Iglesia en cuanto
jerarquía y comunidad, de su pasado doctrinal y vital, de su presente y no
menos de su futuro" (O. González de Cardedal, La teología en España
(1959-2009), Madrid 2010, pp. 216-217).
En la
Iglesia hoy deberíamos saber leer más teología sana y fundamentada, apoyar y
respaldar a los buenos teólogos, orar por ellos, comprender esta vocación,
digamos, intelectual y facilitar su labor, que siempre es a largo plazo, en el
seno de la Iglesia y por el bien de la Iglesia.
Javier
Sánchez Martínez
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