Llaman la atención las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos al
final del evangelio de Marcos cuando les dice que deben acompañar el anuncio
evangelizador con signos de poder como expulsar demonios, hablar lenguas nuevas
y sanar enfermos (Mc 16, 15-18).
En la
Renovación Carismática estamos llamados a redescubrir y a renovar los carismas,
como parte integral de la evangelización. Es por ello que estamos comprometidos
con la gran tarea de promover una cultura carismática al interior de la Iglesia
que nos lleve a ejercer los dones abiertamente y de una manera más dinámica en
el ámbito de los grupos de oración y pequeñas comunidades.
Uno de
los temas que se hace pertinente tratar al hablar de los regalos del Espíritu
con el cual nos capacita para la misión, es el carisma de liberación de
influencias malignas, mejor, diabólicas, el cual ha sido, dentro y fuera de la
Renovación Carismática, bastante conflictivo. Muy a menudo la liberación se ha
comprendido mal o inadecuadamente. De otra parte, se han realizado liberaciones
que no deberían haber sido realizadas: la ignorancia, la precipitación, la
falta de un buen discernimiento, el mal uso del carisma, las exageraciones
etc., han hecho que se tengan sospechas a la hora de entrar en materia
Estamos
ante un problema complejo que, lejos de haber desaparecido, sigue presente en
nuestra sociedad. No se puede seguir pensando que no se da el fenómeno en
nuestras comunidades: existen grupos organizados, incluso con estructuras de
carácter internacional, o grupos que tienen influencia en ellos. Más aún, a
veces se esconde en disfraces de modernismo (en el caso de toda una cultura
musical moderna, literatura, programas de televisión, etc.). Ello amerita una
respuesta pastoral de manera continua, no solo coyuntural.
1.
LA DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE EL MALIGNO
En este
marco se puede hablar, con seriedad y sin caer en exageraciones, de los ritos
satánicos. No debemos olvidar que la Iglesia, por una parte, siempre ha
rechazado una excesiva credulidad en esta materia, censurando enérgicamente
todas las formas de superstición, al igual que la obsesión por Satanás y los
demonios, y los ritos y modalidades de maléfica adhesión a tales espíritus. Por
otra parte, y sabiamente, también ha puesto en guardia contra un enfoque
puramente racional de estos fenómenos, que termine por identificarles siempre y
solo con desequilibrios mentales.
Una
serena posición de fe ha sido característica de la actitud de la Iglesia a lo
largo de los siglos. Como nos recuerda san Juan Crisóstomo: “Ciertamente, no
es un placer entretenerse con el tema del diablo, pero la doctrina que aquel me
ofrece la ocasión de tratar resultará muy útil para vosotros” (Del
diablo tentador, homicida II, 1).
La
Iglesia ejerció, ya desde tiempo apostólico, como lo afirma la introducción del
ritual de exorcismos, el poder recibido de Cristo de expulsar demonios y anular
su influjo (cf. Hech 5,16; 8,7; 16,18; 19,12). Así pues, ora continuamente y
con fe “en nombre de Jesús” para ser liberada del maligno (cf. Mt 6,13). Y en
el mismo nombre, con el poder del Espíritu Santo, ordena de varias formas a los
demonios que no obstaculicen la obra de la evangelización (cf. 1 Ts 2,18) y que
devuelvan “al más fuerte” (cf. Lc 11, 21-22) el dominio de todos y cada uno de
los hombres. “Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de
Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra el influjo del
Maligno y substraída de su dominio, esto se llama exorcismo”
(Catecismo de la Iglesia Católica n. 1673).
1.1.
EN LA SAGRADA ESCRITURA
En el
Antiguo Testamento, ya desde el Génesis aparece la tentación de nuestros
primeros padres por la acción de un espíritu perverso y maligno (Gn 3,13-15).
En el primer libro de Samuel, Saúl es atormentado por un espíritu malo (1 S
14,16). En los libros escritos antes del cautiverio nos encontramos con
espíritus malignos actuantes sobre los seres humanos (1 R 22, 21-23; 2 Cro 18,
18-22); y por primera vez en el libro de Job aparece ya con el nombre de Satán,
que es presentado como espíritu tentador, empeñado en apartar al ser humano de
Dios (Jb 1,6-2,7). En los libros posteriores al cautiverio, el demonio aparece
con más frecuencia y con mayor claridad, excluida de todo influjo persa que lo
divinizaba (1 Cro 21, 1; Za 2,12; Ecl 21,30).
En el
Nuevo Testamento los pasajes sobre el demonio son muy repetidos y explícitos.
El evangelio de San Mateo lo cita once veces; san Marcos trece; san Lucas
veintitrés; y san Juan seis. El demonio es presentado como adversario de Cristo
y del reino de Dios. Satán y los suyos aparecen siempre como incitadores del
pecado y el demonio es llamado simplemente “el maligno” (Mt 13,19.38), “enemigo
y adversario” (Mt 4,3), “padre de la mentira” (Jn 8,44), “príncipe de este
mundo” (Jn 12, 31). El Apocalipsis compendia así la revelación sobre el
demonio: “Fue arrojado el gran dragón, la antigua serpiente, el que se llama
diablo y Satán, el que seduce el universo entero” (Ap 12,9).
En los
evangelios se muestra como por todos los medios Satanás quiere hacer fracasar
la obra de la redención. En el comienzo de la vida pública de Jesús, intenta
apartarle de su misión (Mt 4,1ss; Lc 4,1ss). Satán quiere hacer caer a los
Apóstoles (Lc 22,31) y es el que inspira a Judas a la traición (Lc 22,3).
Jesucristo proclama que el demonio es el que siembra la cizaña entre el trigo
(Mt 13,39) y es el que arrebata la buena semilla de la Palabra de Dios del
corazón de los seres humanos (Lc 8,12). Marcos presenta como primer milagro de
Jesús en Cafarnaúm la expulsión de un demonio (Mc 1, 21-28). Aduce, también,
otras tres expulsiones diabólicas: la del endemoniado de Gerasa (Mc 5,1-20); la
de la hija de la mujer Sirofenicia (Mc 7, 24-30); y la del endemoniado
epiléptico (Mc 9,14-29). Juan contrapone una y otra vez la acción redentora de
Cristo a la acción y reino de Satán, que es el reino de las tinieblas (Jn 1,5)
y entiende su obra como juicio contra el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31)
San Pedro
en su primera carta escribe: “Sean sobrios y velen. Su enemigo el diablo, como
león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistan firmes en la fe” (1 P
5,8). Por otra parte san Pablo advierte: “El diablo actúa en forma de toda
clase de poder, de signos y de prodigios mentirosos, y de toda especie de
seducciones inicuas, destinadas a los que están en vías de perdición, por no
haber escogido el amor de la verdad que los salvaría. Y, por eso, Dios les
manda una fuerza poderosa de seducción que los lleva a creer en la mentira, de
suerte que acaben condenados todos los que no creyeron en la verdad, sino que
se complacieron en la iniquidad” (2 Ts 2, 9-12).
La
lectura del Santo Evangelio nos muestra como Jesús dedicó gran parte de su
ministerio a arrojar el demonio de muchas personas que estaban poseídas u
oprimidas por los demonios. Cuando San Pedro en la casa de Cornelio sintetiza
el ministerio de Nuestro Señor Jesucristo lo hizo con estas palabras: “Como
Dios ungió a Jesús de Nazareth con el Espíritu Santo y con poder, y cómo El
pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con El” (Hech 10,37-38). Y es que Pedro había presenciado las
muchas liberaciones demoníacas que había realizado Cristo durante los años de
su vida apostólica.
La misión
que recibieron los doce y los setenta y dos discípulos incluyó la de expulsar
demonios (Lc 9,1-6; Mt 10,8; Mc 6,7-13; Lc 10,17). Este mismo poder lo comunica
a todos los verdaderos creyentes (Mc 16, 17-18). Es por ello que entraremos
directamente en el tema de la oración de liberación, conscientes de la necesidad
del don del discernimiento para saber que es lo que hay y como se debe
proceder. Es tan peligroso ignorar la presencia del demonio como afirmarla
donde no se da. Por tanto, la liberación debe ejercerse con gran prudencia y
solamente cuando en la oración se juzga que realmente se da allí la acción del
demonio y que el Señor quiere que en ese momento oremos por liberación.
1.2.
EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA
El
catecismo de la Iglesia católica (cf. Nn. 391-395), apoyándose en la
revelación, presenta breve y densamente la existencia del demonio, quienes son
los demonios y cual es su acción y su poder. Igualmente en el capítulo IV del
catecismo dentro del tema de la oración cristiana, ampliando la oración del
padrenuestro, dice: “El mal no es una abstracción, sino que designa una
persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El diablo (diabolos)
es aquél que se atraviesa en el designio de Dios y su obra de salvación
cumplida en Cristo. Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira
(Jn 8,44). Satanás, el seductor del mundo entero (Ap 12,9), es aquél por medio
del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo, y por cuya definitiva
derrota toda la creación entera será liberada del pecado y de la muerte”
(nn.2851, 2852). Afirma san Ambrosio, citado por el catecismo de la Iglesia:
“Quien confía en Dios no tema al demonio. ¿Si Dios está con nosotros, quien
estará contra nosotros?” (Rom 8,31). La victoria sobre el príncipe de este
mundo (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en la hora en que Jesús se
entregó libremente a la muerte para darnos su Vida.
Los
puntos principales sostenidos por la Iglesia respecto al demonio los tenemos en
el V concilio ecuménico de Constantinopla (553), concilio de Braga (561), IV
concilio de Letrán (1215), concilio de Trento (1545-1563), concilio Vaticano I
(1869-1870) y concilio Vaticano II (1962-1965). Incluso el Papa Pablo VI sintió
la necesidad de recordar la doctrina de la Iglesia sobre esta materia, en la
audiencia general del 15 de noviembre de 1972: “El mal no es ya solo una
deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y
pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Quien rehúsa reconocer
su existencia, se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica; como
se sale también quien hace de ella un principio autónomo, algo que no tiene su
origen, como toda criatura, en Dios; o quien la explica como una pseudos
realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas
desconocidas de nuestras desgracias” (L’Osservatore Romano, edición en
lengua española, 19 de noviembre de 1972, p. 3). El Papa Juan Pablo II, en el
ciclo de catequesis sobre la creación (9 y 30 de Junio, y 13 de Agosto de 1986)
afirma la misma doctrina.
2.
LA ORACIÓN DE LIBERACIÓN
Se hace
necesario hacer una distinción fundamental entre la oración de liberación de la
oración de exorcismo, la cual amerita un capítulo adicional que no está al
alcance del presente artículo. Lo que si podemos precisar es que la oración de
exorcismo se hace en el nombre de Cristo, pero dirigida a uno o varios
espíritus malignos con el fin de liberar a la persona poseída. Este tipo de
oración debe ser realizada por un sacerdote piadoso, docto, prudente y con
integridad de vida, con licencia peculiar y expresa del Obispo diocesano (Canon
1172 del Código de derecho canónico). Este tipo de oración de exorcismo se
dirige básicamente en los casos de posesión maligna, que como hemos anotado son
raros.
Pero
antes de profundizar en la oración de liberación y en el ejercicio del carisma
de liberación, es importante partir de la necesidad de conformar un ministerio
de liberación que realice este tipo de oración, el cual debe ser conformado en
lo posible por varias personas con carismas complementarios y que viven una
comunión profunda en el Espíritu del Señor y bajo la asesoría de un sacerdote o
en el mejor de los casos contando con su presencia. En dicho ministerio se
recomienda encarecidamente la vivencia de tres fases, sin que se relativice
ninguna, a saber: Acogida, oración y acompañamiento.
2.1.
PRIMERA FASE: LA ACOGIDA
El
ministerio de liberación descansa fundamentalmente sobre una “espiritualidad de
misericordia”, en donde una persona que cree estar atormentada por el maligno,
debe poder sentirse acogida, sin ser juzgada. El ministerio de liberación
comienza por tomar los medios concretos para acoger a las personas
atormentadas, con una mirada cristiana de compasión. La calidad de la acogida
favorece la escucha de la persona, para que esta tenga confianza en el
ministerio para aceptar los consejos propuestos por estos y facilitará el
discernimiento. Se deben realizar preguntas claves que ayuden a tener un buen
discernimiento, como por ejemplo cuando comenzó la aparición de los desordenes,
si hay en la familia signos de un desorden del mismo género, estos desordenes
se agravan por un contexto espiritual cristiano, etc.?
La
búsqueda del comportamiento del riesgo alienante es primordial. Para ello debe
darse convergencia de criterios entre los miembros del equipo para llegar así
al discernimiento final. Debe darse igualmente una preparación de las personas
que van a orar y de la persona sobre la cual se va a orar. No sobra decirlo que
los miembros del ministerio deben prepararse con oración y ayuno. Es necesario
tomar muy en serio la oración en la liberación y es por ello que se le debe dar
una importancia especial a la oración en el grupo antes de orar.
En cuanto
a la preparación de la persona sobre la que se va a orar, esta debe manifestar
su decisión para poner en orden su vida, acompañada de un arrepentimiento serio
de sus pecados y el perdón recibido a través del sacramento de la
reconciliación. Otro paso de gran importancia es entregar su vida al señorío de
Cristo. Se ha de pedir con total confianza que el Señor revista a todos de su
amor y de su compasión. Se puede iniciar la preparación por un acto colectivo
de arrepentimiento de cuantos intervienen. No se hace la oración de liberación
forzosamente porque se de una causa espiritual. No debemos precipitarnos.
Detrás de la liberación hay siempre una llamada a la conversión, a esta es para
la que hay que preparar a la persona.
Todos los
autores están de acuerdo en señalar la importancia capital que tiene el hecho
de reclamar sobre sí, en fe profunda la sangre de Cristo. Es pedir sobre el
ministerio y sobre la persona por quien se está orando, la protección de Dios
recurriendo a la súplica de nuestra participación en la aspersión de la sangre
de Cristo (1 Pe 1,2; Ef 1,7). Semejante precaución espiritual vivida en la
confianza en el amor infinito del sacrificio de amor ofrecido por Jesucristo en
la cruz por la liberación de los pecados de todos los hombres, tiene en cuenta
el riesgo de contagio o de daños espirituales que pueden sufrir los que
afrontan dicha oración de liberación. Se busca con ello vivir ese tiempo fuerte
de oración, con una fe purificada y confiada, dispuesta para afrontar este
combate espiritual.
Es de
anotar que nunca se debe hacer una oración de liberación en público, ni
siquiera en situaciones de sorpresa (manifestaciones repentinas a causa de una
asamblea, por ejemplo). Conviene por el contrario, buscar ante todo la
discreción y poder disponer de un lugar retirado para orar, al abrigo de las
miradas exteriores. Evitar la oración en público no significa practicarla solo,
sino con motivo de una reunión de los miembros del equipo ministerial.
Antes de
comenzar la oración de liberación propiamente dicha, se requiere de una persona
encargada de dirigir la sesión, la cual ejercerá su carisma de liberación
expresando autoridad sobre los espíritus malos. Esta persona a su vez, debe
exponer claramente el papel de cada uno de los miembros del equipo, y debe ser
la responsable de todas las decisiones. Le corresponde hacer ver a la persona
por quien se ora que es necesaria su colaboración y apertura en aras de un buen
discernimiento. Debe cuidar además de mantener un clima libre de tensiones en
donde la comunicación sea normal, orando con todo fervor y confianza, actuando
con humildad y sencillez, pero llena de fortaleza.
Nunca se
pondera suficientemente la estricta confidencia que debe haber entre cuantos
participan en el ministerio. Puede presentarse el caso que una persona no
quiera arrepentirse o perdonar, se hace necesario, por tanto, que el que dirige
la sesión de liberación invita que se ore por la persona para que Dios le conceda
la gracia de la contrición y de perdonar sinceramente. Sin esto no se debe
continuar. Es realmente necesario que la persona termine esta primera etapa
entregando su vida a Dios y reconociendo a Jesús como su Señor y Salvador.
2.2.
SEGUNDA FASE: LA ORACIÓN DE LIBERACIÓN
Esta
segunda etapa procede del discernimiento final y no puede hacerse sin él. Pasar
demasiado rápido a la oración de exorcismo sin tomar los medios de un
discernimiento justo es un riesgo para la salud de la persona afectada. Es
conveniente comenzar con una alabanza y una acción de gracias. Pedir al
Señor protección para todas y cada una de las personas que
intervienen en la liberación es algo que nunca debe omitirse. Para ello se
puede invocar el poder protector de la sangre de Cristo.
Otro
aspecto importante en la oración de liberación tiene que ver con la oración en
la que se atan los espíritus, con el objeto de paralizar toda asistencia
diabólica . Este oración busca no solo suprimir las manifestaciones que
descentren a las personas de Jesús, impidiendo todo daño al sujeto de la
liberación y a las personas que intervienen, sino también el que susciten
temor, confusión o agitación de cualquier clase. Esto además, ayudará a
identificar las áreas que necesitan sanación interior y aún los aspectos y
personas sobre los que debe recaer el perdón.
Se debe
tener también en cuenta la renuncia al pecado en conexión con la infestación
demoníaca. Es muy aconsejable haber recibido previamente el sacramento de la
Reconciliación, el cual conviene hacerlo antes de comenzar el proceso de
liberación. Si hubiera habido algún tipo de pacto, no se pase a otra etapa sin
previa retractación, la cual debe hacerse de manera formal y expresa.
Igualmente la sanación de las heridas profundas es el punto focal del proceso
de liberación. Comúnmente es necesario llegar a la raíz de la causa que crea la
dificultad y orar por su sanación.
En cuanto
a la oración de liberación como tal no es necesario usar una misma y única
fórmula. Uno de los modelos nos lo ofrece Philippe Madre en su libro curación y
exorcismo:
“Yo te ordeno en nombre de
Jesucristo y en la fe de la Iglesia, a ti espíritu de…… cesar inmediatamente
toda influencia maligna sobre el alma o el cuerpo de X. Sé que no soy nadie
para ordenarte esto, pero a través de mi debilidad la fuerza del Señor
manifiesta todo su dominio. Apoyándome en las promesas de Jesús, las cuales tu
sabes son verdaderas, ya que Él mismo es la verdad, te ordeno pues, a ti,
espíritu de…. desaparecer definitivamente de la vida y de la historia de X, sin
hacerle ningún daño y sin que te atrevas a volver. Tú sabes en este momento que
X ha elegido la luz y que renuncia a toda mentira, a toda seducción, a toda
voluntad de poder, a toda complicidad con el maligno. Te ordeno cesar toda
influencia nefasta o destructiva en su cuerpo y en su alma. Ahora mismo debes
alejarte y no volver nunca más. Ahora mismo Jesús, el Hijo único de Dios, te
arroja por su muerte y su resurrección, de la existencia de X. Tenías a X
prisionero a causa de… (aquí se pueden citar los comportamientos de riesgo
alienante pasados de X), pero la misericordia del Señor lo ha visitado en el
seno mismo de estos acontecimientos y tú debes renunciar a esta opresión, (o a
esta obsesión). Yo te lo ordeno por la autoridad misma del hijo de Dios, que te
ha vencido en el leño de la cruz. A petición de María, la Virgen purísima, yo
te lo ordeno. A petición de san José, terror de los demonios, yo te lo ordeno.
A petición de san Miguel Arcángel, yo te lo ordeno. A petición del Ángel de la
guarda de X, yo te lo ordeno. A petición de…. (aquí se pueden citar varios
santos o santas conocidas en el ministerio. Lo que cuenta no es, claro está, la
cantidad de nombres de bienaventurados invocados, sino la familiaridad
espiritual auténtica que uno pueda vivir con uno u otro)”.
Es
importante notar la diferencia fundamental que existe entre una oración de
curación y una oración de liberación. Mientras que la primera se dirige a Dios,
la segunda se dirige al demonio opresor. Mientras que la oración de curación
es, ordinariamente, una oración de petición, la de liberación es un “mandato” a
Satanás, puesto que se trata de un enfrentamiento con él, en el nombre de
Jesús. Por tanto, el que hace la oración de liberación, tiene que estar de
algún modo, investido de la autoridad de Jesucristo.
Esta fase
suele terminar cuando hay cierta percepción espiritual de que el espíritu
realmente ha dejado de influenciar la persona, la cual, ordinariamente siente
que la paz la invade o que no hay ya perturbación en su interior, que incluso
se refleja exteriormente. Se pide igualmente la protección del Señor sobre
todos, especialmente sobre el sujeto liberado. Se clama un nuevo derramamiento
del Espíritu, los dones que especialmente necesita la persona; se pide por las
necesidades del equipo de liberación. Lo ideal sería que recibiera muy pronto
la Eucaristía y que la frecuentara en adelante. La oración de sanación interior
tiene un puesto insustituible después de haber sido liberada. Se debe hacer con
intensidad, amor y paz, empleando el tiempo que fuere conveniente. La alabanza,
la acción de gracias a Dios por su actuación clausurará esta clara,
frecuentemente ardua y prolongada sesión.
2.3.
TERCERA FASE: EL ACOMPAÑAMIENTO
Un
ministerio de liberación, no puede ignorar la importancia de esta fase. Incluso
algunos autores aconsejan no hacer oración de liberación a menos que se tenga
resuelto este aspecto, para ellos fundamental. Se trata de reconstruir y
reafirmar la vida de la persona liberada en las áreas en que había sido
infestada y que han quedado libres de la influencia maligna por la gracia del
Señor a través de la oración de liberación. Se busca además proteger a la
persona para que no vuelva a caer en los pecados o en las situaciones en las
que puede volver a ser infestado por el espíritu del mal.
En primer
lugar hablamos del acompañamiento espiritual, dirigido a las necesidades de
conversión y de fortificación espiritual después de la liberación, el cual
puede ser practicado por un miembro del equipo ministerial que vivió la primera
fase con el sujeto. En este tipo de acompañamiento el sacerdote juega un papel
primordial, particularmente en la perspectiva del sacramento de la
reconciliación. Todos los comportamientos de riesgo alienante pertenecen al
orden del pecado y la persona liberada puede tomar conciencia de ello muy
rápidamente y se sentirá motivada por tanto a celebrar el sacramento de la
reconciliación.
La
conversión auténtica se verifica en los actos y en las elecciones nuevas, de
perspectiva cristiana, que el sujeto llevará a cabo y que transformarán
efectivamente su existencia. En los casos de exorcismo, obsesión u opresión no
conviene cantar victoria muy rápidamente, pues después de la oración de
liberación la persona se puede sentir sola y tiene muchas posibilidades de
recaer en el futuro próximo.
En
segundo lugar hacemos referencia la acompañamiento en la sanación interior, el
cual se le llama a veces la “convalecencia interior”. Es un aspecto posible de
la actividad del ministerio de liberación, quitando zonas de anestesia interior
que volvían insensibles algunas heridas del pasado, pero que aún no estaban
curadas. Estas heridas seguían “sangrando” en el alma, y por lo tanto,
generaban cierto sufrimiento profundo. Será entonces la mirada de Jesús la que
visite con una gran bondad y compasión inmensa, todo este pasado personal, sin
ser jamás un acusador. A la luz de esta mirada, el hombre se descubrirá amado,
perdonado y dejara que el amor lo sane.
Es bueno
recordar que el motor primordial de un auténtico camino de sanación interior es
el perdón y este entendido en el movimiento de ser perdonado y de perdonarse.
Ser perdonado ante todo por Dios o por una persona a la que se le causo algún
mal y perdonarse a sí mismo ya que no hay pero juez acusador que nosotros
mismos. La persona finalmente se descubrirá locamente amada por el Señor y
podrá exclamar con san Pablo: “Me ha amado tanto”.
Hay que
pedir a la persona liberada a romper con los modos habituales de conducirse que
la han llevado a la infestación. Por eso, es preciso cierta disciplina espiritual
de acuerdo con la situación anterior de la persona, la cual debe comenzar a
tener actitudes de oración regular, acompañada de la lectura regular de la
Sagrada Escritura, la vida sacramental, especialmente la Eucaristía, sin dejar
de acudir con frecuencia al sacramento de la reconciliación. Se le ha de
aconsejar, y en cierto modo, es el recurso más valioso, porque abarca los
anteriores o va llevando a ellos, el que se integre a un buen grupo de oración.
Allí encontrará la ayuda fraternal de sus hermanos que le acogen con amor
sincero y que oran por él para que se fortalezca y crezca.
Bendecimos
al Señor que ha querido dar nueva vida, por su Espíritu, sobre todo a través de
la Renovación Católica Carismática, a un ministerio tan profundamente consolador
y de tantas consecuencias espirituales y aún humanas. Es sorprendente la paz
interior, el gozo en el Señor, la nueva actitud y hasta la diversa expresión
psicológica y corporal que manifiestan las personas que han sido liberadas, en
distintos niveles, de una influencia dolorosa y alienante que provenga del
maligno.
Bibliografía:
- 1. Mons.
Alfonso Uribe Jaramillo. Ángeles y demonios. Litodosmil. 192p.
- 2. P.
Benigno Juanes. Liberación interior I y II. Amigo del hogar. 1995
- 3. Philippe
Madre. Curación y exorcismo. San Pablo. 2007. 329p.
- 4. Don
Basham. Líbranos del mal. Betania. Minneapolis. 1960. 238p.
Por: P.
José Camilo Arbeláez M.
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