Dada la superioridad..,
que el pecado original le otorgó a nuestro cuerpo, sobre nuestra alma, por
medio de la dichosa concupiscencia,
nosotros tenemos una tendencia a enfocar todos los temas de nuestra vida desde
un ángulo antropomórfico. Pero esto no era así en el paraíso, ni será así en el
cielo donde careceremos de la dichosa concupiscencia,
y donde nuestro nuevo cuerpo, al ser un cuerpo espiritualizado no podrá
imponerse a nuestra alma e inducirla al caos, como ahora nos ocurre, que
continuamente se mantiene en nuestro ser, una lucha entre las apetencias y
deseos de nuestro cuerpo y las ansias de amor, de nuestra alma a su Creador
En esta
vida, solo aquellas personas en las que su alma, le va ganando poco a poco la
batalla a su cuerpo, pueden estar ya vislumbrando, las gozosas realidades que
nos esperan, el día que abandonemos este mundo y podamos alcanzar la visión del
Rostro de Dios.
Como
sabemos existe un orden superior que es el orden espiritual u orden del
espíritu y debajo de este se sitúa el orden material o de la materia. En las
pocas almas humanas donde gobierna más, nunca del todo el orden superior,
existe armonía y composición. Por el contrario, donde se invierten los términos
y es el orden inferior, el que lleva la batuta, cosa que ocurre en casi todas
las personas, el caos está asegurado.
El orden espiritual es siempre
superior, porque fue Dios, que es espíritu puro, el que creo el orden material
y no al contrario. Viviremos una eternidad con otro cuerpo, con un cuerpo
glorioso como el de Jesucristo, porque es doctrina cierta y segura, que quien
vive con Cristo, con Cristo morirá y con Cristo resucitará, tal como le escribe
San Pablo a Timoteo en su segunda carta: “11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos
muerto con él, viviremos con Él. 12 Si somos constantes, reinaremos con él. Si
renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es
fiel, porque no puede renegar de sí mismo. 14 No dejes de enseñar estas cosas,
ni de exhortar delante de Dios a que se eviten las discusiones inútiles, que
sólo sirven para perdición de quienes las escuchan”. (2Tm 2,11).
Porque sí esta vida, la vivimos imitando al Señor, que es tanto como decir,
amándole a Él, morirnos como Él, que también murió, pero resucitaremos también
como Él resucito, con un cuerpo glorioso igual que el suyo.
Las
características de este cuerpo glorioso que recibiremos, nada tienen que ver
con las de este cuerpo terrenal, que ahora tenemos. Nuestra alma será la misma
porque nosotros seremos los mismos, pero nuestro futuro cuerpo, será distinto.
Bien es verdad que el Señor nos ha prometido la resurrección de la carne y en razón de esta promesa, los que
perseveren en el amor al Señor, serán dotados de un cuerpo glorioso. San Pablo
en relación a este tema nos escribe diciéndonos: “Pero dirá alguno: ¿Cómo
resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú
siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a
brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios
le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne
es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales,
otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos
terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los
cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el
de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en
la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción;
se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza;
se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un
cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual”. (1Cor 15, 35-44).
San Pablo nos lo dice bien claro: Todo se resume en la frase: “Sembrado
cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual”.
El hombre
tomado de la tierra, Adán el terreno, es sembrado en la tierra y resucita
celeste, transformado por el Espíritu Santo que es la realidad de lo alto, la
vida incorruptible de Dios, su fuerza y su gloria. El hombre es elevado al modo
de ser de Dios, es divinizado.
El
teólogo dominico Antonio Royo Marín escribe: Dice el apóstol San Pablo, que: “el
cuerpo se siembra animal y resucitará espiritual”. (1Cor 15,44).
Esto no quiere decir que se transformará en espíritu; seguirá siendo corporal,
pero quedará como espiritualizado: totalmente dominado, regido y gobernado por
el alma, que le manejará a su gusto sin que este, le ofrezca la menor
resistencia. Esta será una situación, que en nada se parecerá a la actual que
ahora tenemos, en la que para vencer los ilícitos deseos corporales, nuestras
almas están sometidas a unas duras luchas, que teológicamente reciben el nombre
de luchas ascéticas. Según François
Xavier Durwell, nuestra forma de pensar, material y espiritual se contradicen,
por eso no podemos imaginarnos lo que será el hombre en su resurrección.
Resucitado en el espíritu, será no obstante lo que era en la tierra; una
persona corporal que existe en sí mismo y en relación a los demás. ¿Pero lo
será en plenitud?
Tenemos noticias de las cuatro
cualidades o facultades, de que dispondrá nuestro cuerpo glorioso: claridad,
impasibilidad, agilidad y sutileza. Y estas cualidades nos hacen pensar
que más pertenecerá este cuerpo, al orden espiritual que al material. Una de
las varias cualidades del futuro cuerpo glorioso del que dispondremos, será la
de la sutileza. Y sobre este punto Royo Marín nos dice: “Como quiera que sea, lo cierto es que podremos atravesar los seres
corpóreos con la misma naturalidad y sencillez con que un rayo de sol atraviesa
un cristal sin romperlo ni mancharlo” Si el cuerpo glorioso que obtendremos
es materia o espíritu, está claro, que materia no será, pues toda la materia
necesita ubicarse en el espacio en que este integrada, y desde luego, ninguna
materia tiene capacidad de poder atravesar otra materia, tal como nos dice Royo
Marín: como un rayo de sol, sin romper ni manchar. Quizá el cuerpo glorioso que
obtendremos no sea un cuerpo espiritual pleno como nuestra alma, quizás sea un
cuerpo espiritualizado tal como Royo Marín interpreta las palabras de San Pablo
en su epístola a Timoteo, en todo caso, de lo que si podemos estar bien ciertos
es que será distinto del cuerpo de plenamente material del que ahora
disponemos.
Y que
será de aquellos que no hayan aceptado el amor, que el Señor hasta el último
momento les estaba ofreciendo y no lo aceptaron. Nosotros, mientras estamos en
este mundo, estamos integrados en el ámbito
de amor y luz divina del Señor.
El Señor nos ama a todos, a justos y a pecadores. A justos porque ellos le aman
a Él y a pecadores porque El Señor tiene una voluntad universal salvífica del
género humano, dicho en otras palabras Dios nos ama a todos. Tanto a los que le
amamos, como los que les dan la espalda ¡o lo que es peor! se entregan a las
maquinaciones de satanás, pero Dios, mientras estemos dentro de ámbito de amor,
Él quiere que todos nos salvemos. Por ello espera pacientemente hasta el último
momento, con la esperanza de que el pecador se salve, pero cuando ve que esto
es imposible, y va camino de condenarse, Él le dice: hágase tu voluntad y en
ese momento el condenado sale del ámbito de amor y de luz divina del Señor.
¿Y qué es
lo que ocurre entones? Lo que siempre sucede es que con la carencia de algo,
siempre se produce un vació, que lo ocupa de inmediato su antítesis. Así por
ejemplo, cuando desaparece el calor, su vacío lo ocupa su antítesis que es el
frío. Si apagamos la luz de una bombilla, de inmediato el vació que deja luz lo
ocupa su antítesis que es la oscuridad o tinieblas. Al salir del ámbito de amor
del Señor, el vacío del amor, que ha desaparecido, lo ocupa en esa alma su
antítesis que es el odio y el vacío que deja la ausencia de la luz divina que
tiene carácter no material lo llenan las tinieblas, que también tienen carácter
no material. De aquí, que el infierno sea el reino del odio y las tinieblas.
Desde el
momento de su condenación, al condenado se le transforma su naturaleza de amor
en otra de odio, pierde la posibilidad de amar. Ningún reprobado dispone de la
capacidad de amar. Es por ello que jamás, saldrán de esa situación, pues para
salir de ella, ellos necesitarían arrepentirse, pero el arrepentimiento es un
acto de amor, y ellos no tienen posibilidad de amar, por lo que carecen de
alguna posibilidad de arrepentimiento. De aquí, que como su alma es eterna la
situación será eterna. En cuanto a los cuerpos de los condenados, es de suponer
que el Señor no les va a donar a los condenados un cuerpo glorioso y en cuanto
al cuerpo terrenal de este mundo, ya lo perdieron cuando abandonaron este
mundo.
Por otro
lado, también es de ver que al demonio, no le interesan para nada los cuerpos
sino las almas, que es lo que tiene valor, porque, como dice el Señor: “El
espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que
yo os he hablado son espíritu y son vida;…”. (Jn 6,63).
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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