jueves, 8 de mayo de 2014

NUESTROS FUTUROS CUERPOS GLORIOSOS


Dada la superioridad.., que el pecado original le otorgó a nuestro cuerpo, sobre nuestra alma, por medio de la dichosa concupiscencia, nosotros tenemos una tendencia a enfocar todos los temas de nuestra vida desde un ángulo antropomórfico. Pero esto no era así en el paraíso, ni será así en el cielo donde careceremos de la dichosa concupiscencia, y donde nuestro nuevo cuerpo, al ser un cuerpo espiritualizado no podrá imponerse a nuestra alma e inducirla al caos, como ahora nos ocurre, que continuamente se mantiene en nuestro ser, una lucha entre las apetencias y deseos de nuestro cuerpo y las ansias de amor, de nuestra alma a su Creador

En esta vida, solo aquellas personas en las que su alma, le va ganando poco a poco la batalla a su cuerpo, pueden estar ya vislumbrando, las gozosas realidades que nos esperan, el día que abandonemos este mundo y podamos alcanzar la visión del Rostro de Dios.

Como sabemos existe un orden superior que es el orden espiritual u orden del espíritu y debajo de este se sitúa el orden material o de la materia. En las pocas almas humanas donde gobierna más, nunca del todo el orden superior, existe armonía y composición. Por el contrario, donde se invierten los términos y es el orden inferior, el que lleva la batuta, cosa que ocurre en casi todas las personas, el caos está asegurado.

El orden espiritual es siempre superior, porque fue Dios, que es espíritu puro, el que creo el orden material y no al contrario. Viviremos una eternidad con otro cuerpo, con un cuerpo glorioso como el de Jesucristo, porque es doctrina cierta y segura, que quien vive con Cristo, con Cristo morirá y con Cristo resucitará, tal como le escribe San Pablo a Timoteo en su segunda carta: “11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con Él. 12 Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo. 14 No dejes de enseñar estas cosas, ni de exhortar delante de Dios a que se eviten las discusiones inútiles, que sólo sirven para perdición de quienes las escuchan”. (2Tm 2,11). Porque sí esta vida, la vivimos imitando al Señor, que es tanto como decir, amándole a Él, morirnos como Él, que también murió, pero resucitaremos también como Él resucito, con un cuerpo glorioso igual que el suyo.

Las características de este cuerpo glorioso que recibiremos, nada tienen que ver con las de este cuerpo terrenal, que ahora tenemos. Nuestra alma será la misma porque nosotros seremos los mismos, pero nuestro futuro cuerpo, será distinto. Bien es verdad que el Señor nos ha prometido la resurrección de la carne y en razón de esta promesa, los que perseveren en el amor al Señor, serán dotados de un cuerpo glorioso. San Pablo en relación a este tema nos escribe diciéndonos: “Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual”. (1Cor 15, 35-44). San Pablo nos lo dice bien claro: Todo se resume en la frase: “Sembrado cuerpo natural, resucita cuerpo espiritual”.

El hombre tomado de la tierra, Adán el terreno, es sembrado en la tierra y resucita celeste, transformado por el Espíritu Santo que es la realidad de lo alto, la vida incorruptible de Dios, su fuerza y su gloria. El hombre es elevado al modo de ser de Dios, es divinizado.

El teólogo dominico Antonio Royo Marín escribe: Dice el apóstol San Pablo, que: “el cuerpo se siembra animal y resucitará espiritual”. (1Cor 15,44). Esto no quiere decir que se transformará en espíritu; seguirá siendo corporal, pero quedará como espiritualizado: totalmente dominado, regido y gobernado por el alma, que le manejará a su gusto sin que este, le ofrezca la menor resistencia. Esta será una situación, que en nada se parecerá a la actual que ahora tenemos, en la que para vencer los ilícitos deseos corporales, nuestras almas están sometidas a unas duras luchas, que teológicamente reciben el nombre de luchas ascéticas. Según François Xavier Durwell, nuestra forma de pensar, material y espiritual se contradicen, por eso no podemos imaginarnos lo que será el hombre en su resurrección. Resucitado en el espíritu, será no obstante lo que era en la tierra; una persona corporal que existe en sí mismo y en relación a los demás. ¿Pero lo será en plenitud?

Tenemos noticias de las cuatro cualidades o facultades, de que dispondrá nuestro cuerpo glorioso: claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza. Y estas cualidades nos hacen pensar que más pertenecerá este cuerpo, al orden espiritual que al material. Una de las varias cualidades del futuro cuerpo glorioso del que dispondremos, será la de la sutileza. Y sobre este punto Royo Marín nos dice: “Como quiera que sea, lo cierto es que podremos atravesar los seres corpóreos con la misma naturalidad y sencillez con que un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo” Si el cuerpo glorioso que obtendremos es materia o espíritu, está claro, que materia no será, pues toda la materia necesita ubicarse en el espacio en que este integrada, y desde luego, ninguna materia tiene capacidad de poder atravesar otra materia, tal como nos dice Royo Marín: como un rayo de sol, sin romper ni manchar. Quizá el cuerpo glorioso que obtendremos no sea un cuerpo espiritual pleno como nuestra alma, quizás sea un cuerpo espiritualizado tal como Royo Marín interpreta las palabras de San Pablo en su epístola a Timoteo, en todo caso, de lo que si podemos estar bien ciertos es que será distinto del cuerpo de plenamente material del que ahora disponemos.

Y que será de aquellos que no hayan aceptado el amor, que el Señor hasta el último momento les estaba ofreciendo y no lo aceptaron. Nosotros, mientras estamos en este mundo, estamos integrados en el ámbito de amor y luz divina del Señor. El Señor nos ama a todos, a justos y a pecadores. A justos porque ellos le aman a Él y a pecadores porque El Señor tiene una voluntad universal salvífica del género humano, dicho en otras palabras Dios nos ama a todos. Tanto a los que le amamos, como los que les dan la espalda ¡o lo que es peor! se entregan a las maquinaciones de satanás, pero Dios, mientras estemos dentro de ámbito de amor, Él quiere que todos nos salvemos. Por ello espera pacientemente hasta el último momento, con la esperanza de que el pecador se salve, pero cuando ve que esto es imposible, y va camino de condenarse, Él le dice: hágase tu voluntad y en ese momento el condenado sale del ámbito de amor y de luz divina del Señor.

¿Y qué es lo que ocurre entones? Lo que siempre sucede es que con la carencia de algo, siempre se produce un vació, que lo ocupa de inmediato su antítesis. Así por ejemplo, cuando desaparece el calor, su vacío lo ocupa su antítesis que es el frío. Si apagamos la luz de una bombilla, de inmediato el vació que deja luz lo ocupa su antítesis que es la oscuridad o tinieblas. Al salir del ámbito de amor del Señor, el vacío del amor, que ha desaparecido, lo ocupa en esa alma su antítesis que es el odio y el vacío que deja la ausencia de la luz divina que tiene carácter no material lo llenan las tinieblas, que también tienen carácter no material. De aquí, que el infierno sea el reino del odio y las tinieblas.

Desde el momento de su condenación, al condenado se le transforma su naturaleza de amor en otra de odio, pierde la posibilidad de amar. Ningún reprobado dispone de la capacidad de amar. Es por ello que jamás, saldrán de esa situación, pues para salir de ella, ellos necesitarían arrepentirse, pero el arrepentimiento es un acto de amor, y ellos no tienen posibilidad de amar, por lo que carecen de alguna posibilidad de arrepentimiento. De aquí, que como su alma es eterna la situación será eterna. En cuanto a los cuerpos de los condenados, es de suponer que el Señor no les va a donar a los condenados un cuerpo glorioso y en cuanto al cuerpo terrenal de este mundo, ya lo perdieron cuando abandonaron este mundo.

Por otro lado, también es de ver que al demonio, no le interesan para nada los cuerpos sino las almas, que es lo que tiene valor, porque, como dice el Señor: “El espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida;…”. (Jn 6,63).

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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