El corazón del hombre, nuestro
corazón…, al que tanta literatura, sentimientos y funciones no materiales, se
le atribuye, no es más que un músculo dotado de cuatro válvulas que cumple con
la función de impulsar la circulación de la sangre en todo el cuerpo. Es el
elemento más importante de la vida humana, pues sin el riego sanguíneo, el
cuerpo fenece. Es por ello que simbológicamente se ha estimado siempre, que el
corazón es la parte más noble del cuerpo humano y muchas funciones y
actuaciones humanas que directamente son propias del alma, desde tiempos
antiguos, tal como decimos por simbología se le han atribuido al corazón. Esto
no tiene nada de extraño, en cuanto el corazón es corporalmente hablando una fuente
de vida y energía, por lo que es natural que el corazón haya llegado a
convertirse en el epicentro simbólico del amor y de los afectos.
Son 670 veces las que encontramos
mencionadas en la Biblia el vocablo corazón
y de ellas, solo en tres veces se emplea este vocablo en el evangelio de San
Juan, sin que aparezca empleado, en ninguno de los otros tres evangelios
sinópticos. Sin embargo esta desproporción desaparece, cuando se trata del
vocablo alma, que en la Biblia se emplea 168 veces, de la cuales 145
corresponden al A.T. y el resto 42 veces, lo encontramos empleado en el N.T.
¿Y esto, que es lo que nos quiere
decir? Pues sencillamente, porque los pueblos de la antigüedad, ya sea por la
escasez de conocimientos científicos que ellos tenían, comparándolo con los
nuestros o también el amor que los pueblos semitas, tenían a la simbología, el
hecho es, que colocaron al corazón en un trono, del que aún le queda muchos
restos, de esa realeza, como puede ser el uso y valor que se le otorga, en la
literatura de carácter rosa o romántica y en las llamadas revistas del corazón.
En la Biblia, el corazón
simboliza el centro de toda la vida íntima: pensamientos, memoria y
sentimientos. En su corazón es donde María “conservaba cuidadosamente todas esas cosas y
las meditaba”. Y las confronta con lo que sabe de Dios. Siempre
simbológicamente hablando, el corazón es la sede de todas las cosas buenas y de
todas las malas que hay en el hombre…. Cuando Dios habla al hombre, se dirige
siempre a su corazón. En este sentido, tenemos las palabras del Señor recogidas
por San Lucas que nos dicen: "45 El hombre bueno, del buen tesoro de
su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas malas de su mal tesoro, pues
de la abundancia del corazón habla la lengua”. (Lc 6,45).
Realmente representa el corazón
el núcleo más íntimo y más secreto de nuestro ser. Se le puede considerar
también como la raíz y el ápice de nuestra existencia, en el que se elaboran
las concepciones más finas de nuestro espíritu.
Fuera de la Biblia, en los escritos
de los Padres de la Iglesia, también se usaba de la simbología del corazón,
para textos que eran y son totalmente espirituales. Así en este sentido
escribía San Agustín diciéndonos: “A ti
no se te permitirá ver con corazón inmundo lo que solo se puede ver con un
corazón puro; serás rechazado, arrojado de allí, no verás nada.” El valor
de esta frase en nada mermaría, sino al contrario se revalidaría, si
sustituimos alma por corazón
Pero también en los libros
actuales de espiritualidad, como puede ser el caso de dos autores
norteamericanos con un profundo conocimiento, la vida espiritual de las
personas, como son: Nemeck F. K. y Coombs M. T. los dos, nos mencionan el
corazón cuando nos escriben, diciéndonos: “Simbólicamente
el corazón es la sede de los sentimientos y emociones, los deseos y las
pasiones. El corazón es el asiento de la sabiduría y la fuente del
conocimiento. Es el lugar propio de la voluntad y el manantial de donde brota
toda conducta moral. Es dentro del corazón donde Dios mismo tiene su morada...
El corazón es pues, ante todo el lugar del encuentro sagrado entre el ser
humano y Dios”.
El hermano brasileño, Pedro
Finkler que es también sicólogo, escribe diciendo: El corazón es el punto de
encuentro del espíritu (alma) y del cuerpo. Es allí donde se vive en un nivel
menos superficial y periférico. En esa profundidad del corazón, es donde se
construye la paz y la armonía con uno mismo y con los demás.
San Josemaría Escrivá, en su
libro Es Cristo que pasa, escribe
diciéndonos: “Para que podamos entender
así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente,
la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las
acciones. Un hombre vale lo que su corazón, podemos decir con lenguaje
nuestro”.
En La filocalia de la oración de Jesús, siempre dentro de la preceptiva simbología, se puede leer:
El corazón no es solo una dimensión individual, es una dimensión celestial,
cósmica, Dios es el corazón del universo.
Como vemos en muchos escritos y
opiniones, lo correcto sería mencionar el alma en vez de mencionar el corazón y
no atribuirle a este funciones espirituales, que solo son propias del alma
porque ella pertenece al orden espiritual, ha sido creada a imagen y semejanza
de Dios y como Él, ella también es un espíritu puro. Pero dada la mentalidad
antropomórfica del hombre, a este le cuesta mucho ver las realidades
espirituales, es decir, las que son propias de su alma y solo pueden ser
captadas por os ojos de su alma. Y como de los ojos de su alma no se ha preocupado
de desarrollarlos, el resultado es que a trancas y barrancas queremos ubicar
materialmente en el espacio y ver con los ojos de nuestra cara. Lo que solo
puede ser visto y comprendido por los ojos y sentidos de nuestra alma.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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