"Tomad y bebed todos de él..."
Así fue el mandato del Señor al
instituir el Sacrificio eucarístico. Tanto su Cuerpo como su Sangre son
ofrecidas por el Señor para ser recibidas "todos" en comunión.
¿O acaso dijo sobre el pan "Tomad
y comed todos de él" y sobre el cáliz dijo: "tomad pero no bebáis
todos de él..."?
La práctica de la Iglesia en su
disciplina sacramental siempre distribuyó la santísima Eucaristía con las dos especies, la especie del Pan y la
especie del Vino: durante siglos ofreciendo el diácono el cáliz al fiel
que iba a comulgar para que bebiese reverentemente sólo un poco de la Sangre
del Señor, casi mojarse los labios simplemente. De manera que primero recibían
del obispo la Comunión con el Cuerpo del Señor y a continuación se llegaban al
diácono que les ofrecía el cáliz con la Sangre de Cristo.
"21. No te acerques, pues, con
las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino que,
poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo de trono que ha de recibir al
Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén».
Súmelo a continuación con ojos de santidad cuidando de que nada se te pierda de
él. Pues todo lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios
miembros. Pues, dime, si alguien te hubiese dado limaduras de oro, ¿no las
cogerías con sumo cuidado y diligencia, con cuidado de que nada se te perdiese
y resultases perjudicado? ¿No procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que
no se te caiga ni siquiera una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que
las piedras preciosas?
22. Y después de la comunión del cuerpo de Cristo,
acércate también al cáliz de la sangre: sin extender las manos, sino
inclinándote hacia adelante, expresando así adoración y veneración, mientras
dices «Amén», serás santificado al tomar también de la sangre de Cristo. Y
cuando todavía tienes húmedos los labios, tocándolos con las manos, santifica
tus ojos y tu frente y los demás sentidos. Por último, en oración expectante,
da gracias a Dios, que te ha concedido hacerte partícipe de tan grandes
misterios" (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. Mist. V).
O también: "Inmolad - dice
Moisés - un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el
dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional,
¿puede salvar a los hombres dotados de razón?». «Sin duda - responde Moisés -:
no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una
profecía de la sangre del Señor».
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas
rociadas con sangre simbólica, ve
brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo,
la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos" (S. Juan
Crisóstomo, Cat. 3, 13).
Más aún: "En consecuencia,
también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando nuestras
mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la
verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro,
y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre
del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro
exterminador.
Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas.
Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con
el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron
los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados
con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello
de su preciosa sangre" (Eusebio de Cesarea, Trat. sobre la Pascua, 12).
Así mismo, en Alejandría, explicaba
san Cirilo: "Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo
alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo, cuando dice,
refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: No había sido
manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el
Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son
coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo
(S. Cirilo de Alejandría, Com. ev. Jn, 11, 11).
O igualmente: "Somos ungidos
para comulgar con la regia unción de su deidad. Y comiendo el sagrado Pan y
bebiendo la divinizarte Bebida, participamos de la carne y de la sangre que él
asumió. Y de esta suerte existimos en quien por nosotros se encarnó, murió y
resucitó.
...Por eso, el bautismo reintegra al hombre en su amistad con Dios; el crisma lo hace digno de los dones en él contenidos; la sagrada mesa tiene el poder de comunicar al bautizado la carne y la sangre de Cristo" (Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo, 2).
"Los altares vienen a ser como las manos del
Salvador: y así, de la sagrada mesa, cual de su santísima mano, recibimos el
pan, es decir, el cuerpo de Cristo, y bebemos su sangre, lo mismo que la
recibieron los primeros a quienes el Señor invitó a este sagrado banquete,
invitándoles a beber aquella copa realmente tremenda" (Id., 3).
Habría muchos más textos patrísticos
y fuentes litúrgicas que lo muestran: los fieles bebían del cáliz; cuando eran
asambleas de fieles muy numerosas, de un gran cáliz, el único que se
consagraba, se vertía la Sangre del Señor en otros cálices más pequeños con un
poco de vino no consagrado: así se facilitaba la distribución de la comunión
con el cáliz (Cf. Jungmann, El sacrificio de la Misa, pp. 1093-1096).
Todo esto en el rito romano fue desapareciendo para ir pasando poco a poco a comulgar únicamente con la especie de Pan, que de ser pan ázimo pasó a confeccionarse en forma de obleas, blancas, redondas, mucho más prácticas para la distribución de la Comunión y la supresión del cáliz.
Sin embargo, los ritos litúrgicos
orientales, tanto católicos como ortodoxos, siempre administraron la Comunión
con las dos especies, de manera ininterrumpida hasta hoy, aunque adoptaron,
muchos de ellos al menos, la costumbre de introducir todo el Pan consagrado en
el cáliz, bien empapado en la Sangre del Señor, y distribuirlo con una
cucharilla en la boca del fiel, mientras los diáconos extienden un paño rojo
entre el cáliz y el fiel por si se derrama algo de la Preciosa Sangre.
Pero el mandato del Señor se sigue
repitiendo: "tomad y bebed todos de él...", también para
nosotros, católicos romanos. Sí, un mandato del mismo Señor.
Es verdad que en cada especie
eucarística está Cristo completo (cuerpo, sangre, alma, divinidad) y recibimos
perfectamente al Señor si sólo comulgamos con la especie de Pan, con todas las
gracias necesarias para nosotros. Lo definió el Concilio de Trento y lo recoge
el Catecismo de la Iglesia Católica: "El Concilio de Trento resume la fe
católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que
ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido
siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio:
por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la
substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de
toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica
ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación"
(DS 1642)" (CAT 1376).
Pero, ¿fue esto lo que dijo Cristo:
"comed todos de él... pero no bebáis todos de él"? ¿Es significativo,
es expresivo que siempre y de manera exclusiva la Comunión se distribuya sólo
bajo la especie de Pan?
EL Misal romano recuerda la
importancia y expresividad de poder recibir al Señor con las dos especies, el
Pan y el Vino: "Cuando la sagrada Comunión se hace bajo las dos especies
el signo adquiere una forma más plena. De esta forma, en efecto, el signo del
banquete eucarístico resplandece más perfectamente y expresa más claramente la
voluntad divina con que se ratifica la Alianza nueva y eterna en la Sangre del
Señor, así como también la relación entre el banquete eucarístico y el banquete
escatológico en el reino del Padre" (IGMR, 3º ed., n. 281).
A los sacerdotes nos toca, según
dice la Institutio del Misal, explicar bien la Comunión con la Sangre del
Señor, su sentido y forma, el porqué: "Y en el mismo sentido, exhorten a
los fieles para que se interesen por participar más intensamente en el sagrado
rito, en el cual resplandece de manera más plena el signo del banquete
eucarístico" (IGMR, 3º ed., n. 282).
Ha de procurarse la forma de
distribución de la Sagrada Comunión que sea más decorosa y reverente. El número
de fieles, tal vez, no permita que todos y cada uno beban directamente del
cáliz, pero sí es factible, con el debido cuidado, distribuir la Sagrada
Comunión, por intinción:
es decir, mojando la forma consagrada en el cáliz y depositándola en la boca
del fiel.
"Si la Comunión del cáliz se hace por intinción,
quien va a comulgar, teniendo la patena debajo de la boca, se acerca al
sacerdote, quien sostiene el vaso con las sagradas partículas y a cuyo lado se
sitúa el ministro que sostiene el cáliz. El sacerdote toma la Hostia, moja
parte de ella en el cáliz y, mostrándola, dice: El Cuerpo y la Sangre de
Cristo; quien va a comulgar responde: Amén, recibe del sacerdote el
Sacramento en la boca, y en seguida se retira" (IGMR, 3º ed., n. 287).
Hay muchos momentos y celebraciones
a lo largo del año litúrgico en que la distribución de la Sangre de Cristo
sería más que aconsejable, si no es un alto número de comulgantes, por ejemplo
a lo largo de la cincuentena pascual.
Si el sacerdote está solo - desgraciadamente
solo -, sin acólitos instituidos, tal vez la solución práctica serían esos
cálices-patenas, integrados en una sola pieza que, aunque no resulten demasiado
bellos, sí son útiles para tal menester.
A lo mejor un buen regalo para la
comunidad - conventual, monástica, etc. - o para la parroquia sería un
cáliz-patena que algún fiel ofreciese.
Desde luego la Comunión con las dos
especies no significa:
-que cada uno se acerque al altar y
moje en el cáliz la Hostia consagrada autocomulgando (en lugar de recibirlo)
-jamás la hostia consagrada y mojada
en la Sangre del Señor se deposita en la mano del comulgante
-tampoco se pasa el cáliz de uno al
otro: "No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el
cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano
en mano».[181]
En esta materia, además, debe suprimirse el abuso de que los esposos, en la
Misa nupcial, se administren de modo recíproco la sagrada Comunión"
(Instr. Redemptionis sacramentum, 94).
"No se permita al comulgante mojar por sí mismo
la hostia en el cáliz, ni recibir en la mano la hostia mojada" (Instr.
Redemptionis sacramentum, 104).
"Tomad y bebed TODOS de
él..."
Y san Pablo explicará: "El
cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de
Cristo?; y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El
pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan" (1Co 10,16-17).
Y "cada vez que coméis de este
pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva"
(1Co 11,26).
Por eso, la práctica sacramental de
la Iglesia fue distribuir tanto el Cuerpo como la Sangre del Señor, obedeciendo
al mandato de Cristo, santificando así a los fieles: "La participación del
cuerpo y de la sangre de Cristo no hace otra cosa sino convertirnos en lo que
recibimos: y seamos portadores, en nuestro espíritu y en nuestra carne, de
aquel en quien y con quien hemos sido muertos, sepultados y resucitados"
(S. León Magno, Serm. 12 in passione Domini,7).
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