Si alguien me preguntase, cual ha sido el mejor regalo que he tenido a lo largo de mi vida…, sin dudarlo contestaría que la Fe. Y si me siguiesen preguntado: ¿Quién te hizo ese regalo? respondería que Dios valiéndose de mis padres, pues ellos también con anterioridad la habían recibido de Dios. La fe para la mayoría de nosotros es una pequeña planta que hemos recibido primeramente en nuestra infancia y después con más o menos entusiasmo, hemos ido desarrollando el crecimiento de esta pequeña planta a lo largo de nuestra vida. Esto es lo general y lo normal que le sucede, al que nace en el seno de una familia cristiana, pero no todo el
mundo tiene esta suerte, por lo que existen otros muchos caminos para adquirir la fe y no siempre en los inicios de la vida de una persona. Existen muchas personas que al margen de sus familias, han adquirido la fe en la mitad o al final de sus vidas y desgraciadamente otras que menospreciando la fe, ni siquiera han querido oír hablar del tema.
Como sabemos, somos seres que hemos sido constituidos con una parte de materia denominada cuerpo y otra parte de espíritu denominada alma. La fe es la puerta de entrada a ver y comprender esta parte invisible de la persona que se denomina alma. La visión, captación y
entendimiento de nuestra materia corporal, o de otras materias corporales ajenas a la propia, la realizamos por medio de los sentidos sensores del propio cuerpo: vista, oído, olfato, tacto y gusto. Pero estos sentidos corporales de nada sirven cuando se trata de apreciar realidades espirituales, las cuales solo pueden ser apreciadas por los sentidos del alma que son los que tienen la capacidad de apreciar, lo que es lo propio de su naturaleza espiritual.
Algo similar ocurre en la vida humana, no todo el mundo tiene capacidad para apreciar determinadas circunstancias o síntomas, así por ejemplo un ingeniero naval, podrá ser un genio en la construcción de naves, ser el primero de su promoción y estar estimado como el mejor en su oficio, pero carece de la capacidad que un simple médico solo tiene un fonendoscopio, para auscultar los pulmones de un paciente y dictaminar su dolencia. Cada cual tiene capacidad de reconocer lo que le es propio a su formación y a su naturaleza. Por ello los ojos corporales nunca podrán ver nada que pertenece al mundo del espíritu, como es por ejemplo la propia alma, o la
de los demás o nada espiritual, pues ello es siempre invisible a la materialidad de los sentidos de nuestro cuerpo.
Nada del orden espiritual, es invisible a los ojos de nuestra alma, siempre y cuando que el titular de esa alma se haya ocupado en desarrollar debidamente las facultades de su propia alma y esta se encuentre perfectamente madura, circunstancia esta que es difícil de encontrar., pues no todo el mundo se ha ocupado del desarrollo espiritual de su alma. La capacidad de visión de un alma desarrollada, llega a exceder en su visión a mucho más de lo que le es propio. Así se cuenta de San Juan María Vianney, el santo cura de Ars, que cuando iba al confesionario, pasaba por
delante de los que esperaban ser confesados y de pronto escogía a uno del final de la cola y lo pasaba por delante de los demás, diciéndole: pasa delante que tú lo necesitas más que
todos los demás. Indudablemente el Santo cura e Ars, veía los interiores de las almas, facultad esta que solo se da en almas muy desarrolladas espiritualmente.
Todos sabemos que la fortaleza de nuestra fe, está totalmente relacionada con el desarrollo de nuestra vida espiritual, a mayor desarrollo de nuestra alma, mayor fortaleza de nuestra fe,
porque el desarrollo de nuestra vida espiritual, siempre nos aportará un mayor conocimiento de todo lo referente a nuestra alma y a todo el mundo de lo espiritual, que siempre es invivible a los sentidos corporales y sobre todo al más importante de estos cinco sentidos corporales, que en este caso es la visión que nos proporciona los ojos de nuestra cara. El mayor desarrollo de
nuestra alma, siempre perfeccionará los sentidos captativos de esta, y ello fortalecerá siempre nuestra fe y lo que es quizás más importante, no solo nuestra fe sino también lo que son las otras dos virtudes fundamentales, el amor y la esperanza, pues es bien sabido que las tres virtudes teologales, crecen y decrecen siempre al unísono en el alma humana.
Como sabemos la fe es un don divino, del que no todo el mundo disfruta, pero como todo don divino, este está al alcance de cualquier ser humano, porque el Señor es el Creador de todos los
hombres, y a todos los ha creado por razón de amor. El ama tremendamente su obra creadora y la más perfecta en el mundo material, es el hombre: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17).
Consecuentemente Dios siempre está deseando entregarnos sus dones, y para adquirirlos, tal como siempre ocurre en las peticiones al Señor sobre bienes espirituales, el mero hecho de desear es ya conseguir. De la misma forma que quien desea amar al Señor, sin darse cuenta ya lo está amando; el que desee tener fe sin darse cuenta ya la tiene, será una fe muy pequeña, pero fe
al fin y al cabo y si persevera la pequeña planta siempre crecerá pudiéndose convertir en una gigantesca sequia de más de 50 metros de altura.
La fe no es una categoría absoluta y rígida, la fe aumenta y puede disminuir en función del cuidado que se le de a ella por medio de la vida espiritual. “Una vez el Señor Manifestó: “Díjole Jesús:
¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad”. (Mc 9,23-24). La fe aumenta o disminuye así los discípulos le pidieron al Señor: Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho
a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,5-6).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
al fin y al cabo y si persevera la pequeña planta siempre crecerá pudiéndose convertir en una gigantesca sequia de más de 50 metros de altura.
La fe no es una categoría absoluta y rígida, la fe aumenta y puede disminuir en función del cuidado que se le de a ella por medio de la vida espiritual. “Una vez el Señor Manifestó: “Díjole Jesús:
¡Si puedes! Todo es posible al que cree. Al instante gritando, dijo el padre del niño: ¡Creo! Ayuda a mi incredulidad”. (Mc 9,23-24). La fe aumenta o disminuye así los discípulos le pidieron al Señor: Auméntanos la fe. El Señor dijo: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho
a este sicómoro: “Arráncate y plántate en el mar”, y os habría obedecido”. (Lc 17,5-6).
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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