lunes, 8 de agosto de 2022

XIII. MARÍA, MADRE DE DIOS

MATERNIDAD DE MARÍA POR EL NACIMIENTO TEMPORAL DE CRISTO [1]

En la misma cuestión dedicada a la Natividad de Cristo, en el artículo tercero, se pregunta Santo Tomás si puede decirse de la Santísima Virgen que es madre de Cristo según el nacimiento temporal de éste. Su respuesta es afirmativa, porque: «el cuerpo de Cristo no fue traído del cielo (…) sino que fue tomado de la Virgen su madre y formado de su purísima sangre. Y sólo esto se requiere para la noción de madre», Por consiguiente: «la bienaventurada Virgen María es verdadera y natural madre de Cristo» [2].

Podría objetarse que: «Cristo nació de la Santísima Virgen milagrosamente. Pero la generación milagrosa no es suficiente para la noción de maternidad o de filiación, pues no decimos que Eva fue hija de Adán. Luego parece que tampoco Cristo debe llamarse hijo de la Santísima Virgen» [3].

Responde Santo Tomás con una cita de San Juan Damasceno. «Escribe el Damasceno que el nacimiento temporal, en que Cristo nació por nuestra salvación, en cierto modo: «se conforma con el nuestro, porque nació hombre de mujer y al cabo del tiempo debido de la concepción; pero supera nuestro nacimiento, porque no fue concebido por vía seminal, sino por obra del Espíritu Santo y de Santa María Virgen, por encima de la concepción natural» (Fe ortod., III, c. 7). Así pues, tal nacimiento fue natural por parte de la madre, pero fue milagroso por parte de la operación del Espíritu Santo. De donde la Santísima Virgen es verdadera y natural madre de Cristo» [4].

MATERNIDAD DIVINA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

No sólo debe afirmarse que la Virgen Maria es madre de Cristo sino también que es Madre de Dios. En el artículo siguiente, Santo Tomás lo justifica de este modo: «Por haberse realizado la unión de la Encarnación en la persona, es claro que el nombre Dios puede significar a la hipóstasis o persona que tiene la naturaleza humana y la divina. Y, por lo mismo, cuanto es propio de la naturaleza divina y de la humana puede atribuirse a aquella persona, sea que por ella se signifique a la naturaleza divina, sea que se designe la naturaleza humana». Puede decirse que Cristo es una criatura y que Cristo es Dios, aunque ya se entiende que lo primero es según su humanidad y lo segundo, según su divinidad. Además: «el ser concebido y el nacer se atribuyen a la hipóstasis o persona por razón de la naturaleza en que la persona es concebida y nace».

Por consiguiente: «habiendo sido asumida la naturaleza humana por la persona divina del Verbo en el mismo instante de la concepción, siguiese que puede decirse con toda verdad que Dios verdaderamente fue concebido y nació de la Virgen». Cristo, y, por tanto, Dios tuvo madre. Debe tenerse en cuenta que: «Se llama madre de una persona a la mujer que la ha concebido y dado a luz. De donde se deduce que la Santísima Virgen es llamada con toda verdad Madre de Dios». Por ser Madre de Cristo es Madre de Dios.

Según esta argumentación: «Solamente se podría negar que la Santísima Virgen fuese Madre de Dios en estas dos hipótesis». La primera: «si la humanidad de Cristo hubiera sido concebida y nacida antes que aquel hombre fuera Hijo de Dios, como afirmó el hereje Fotino». La segunda: «si la humanidad no hubiera sido asumida en la unidad de la persona o de la hipóstasis del Verbo de Dios, como enseñó Nestorio». Como: «ambas hipótesis son falsas, es herético negar que la Santísima Virgen María es Madre de Dios» [5].

Nota también Santo Tomás en la Suma contra gentiles, que, por una parte: «si alguien se dice hijo de tal madre, es porque ha tomado de ella el cuerpo, aunque el alma no le venga de la madre, sino del exterior»; por otra, que el cuerpo de Cristo: «fue tomado de la Virgen Madre y vimos también que el cuerpo de Cristo era el cuerpo del Hijo natural de Dios, es decir, del Verbo de Dios». Por consiguiente, pude decirse que: «la Bienaventurada Virgen María es Madre del Verbo de Dios, y también de Dios, aunque la divinidad no se toma de la madre, pues no es necesario que el hijo tome de la madre todo lo que pertenece a su substancia, sino solamente el cuerpo» [6].

Las madres de los hombres lo son de su persona, con una naturaleza compuesta de cuerpo y alma, pero sólo proporcionan, o conciben, el cuerpo, porque el alma es infundida directamente por Dios. Igualmente, como todas las otras madres, María proporcionó el cuerpo de Cristo, y es, por tanto, madre de su persona, pero la persona que hay en él es la persona divina del Verbo, que posee una naturaleza divina, la única naturaleza de Dios.

Por consiguiente, si María es Madre de una persona y esta persona es Dios, María es verdadera y propiamente Madre Dios. No importa que no haya concebido a Dios, para ser Madre de Dios, al igual que la madre de un hombre lo es de su persona, la de una persona humana, sin haber concebido su alma. La Virgen María es Madre de Cristo, una persona que es divina, y es así Madre de la persona del Verbo, Madre de Dios.

En el Catecismo de la Iglesia Católica al tratar de la maternidad divina de María se advierte que: «María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como «la madre de mi Señor» desde antes del nacimiento de su hijo (cf. Lc 1, 43)». Y, después de recordar estas palabras, que pronunció su prima Santa Isabel, se añade: «En efecto, aquel que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios [Theotokos] (cf. DS 251)» [7].

PRIMERA OBJECIÓN DE NESTORIO

El obispo de Antioquia, Teodoro de Mopsuestia, de la mitad del siglo IV, y su seguidor Nestorio, de la primera mitad del siglo V, creían que dada su infinita trascendencia y dignidad, Dios no podía rebajarse ante lo humano. No se podía afirmar de Dios que, para salvar a los hombres, su mismo Hijo se hubiera hecho verdaderamente hombre. Había, por tanto, que distinguir en Cristo entre el Verbo y el hombre, entre el Hijo de Dios y el hijo de María, entre dos sujetos o personas. El primero no se había hecho hombre, sino que había pasado a morar en el hombre,

Los nestorianos sostenían así que había en Cristo, además de dos naturalezas, la divina y la humana, dos personas, cada una con sus atributos o propiedades propias, unas humanas y otras divinas. De este modo, los actos y pasiones humanas de Cristo sólo serían atribuibles a la persona humana, que es su sujeto, y, en cambio, las propiedades divinas, como la eternidad, la creación y su omnipotencia, debían atribuirse al sujeto o persona divina. Consecuentemente los nestorianos sostenían que la Santísima Virgen no era Madre del Verbo de Dios o Madre de Dios, sino únicamente de Cristo hombre.

En cambio, enseñaba la fe católica, tal como se definió en el Concilio de Efeso, en el año 431, que la naturaleza íntima de la Encarnación, o el modo que se realizó la unión de las dos naturalezas en Cristo, fue en la persona divina del Verbo. Cristo no es más que una sola persona, que es la divina del Verbo, y que la Santísima Virgen María por ser Madre del Verbo de Dios encarnado, ya que le dio a luz carnalmente, es Madre de Dios.

Los nestorianos objetaban: «Nunca en la Sagrada Escritura se lee que la bienaventurada Virgen sea Madre o progenitora de Dios, sino sólo «Madre de Cristo» o «Madre del Niño», luego no está bien dicho que la bienaventurada Virgen sea Madre de Dios» [8].

A esta objeción nestoriana, replicaba Santo Tomás: «Es ésta una objeción propuesta por Nestorio, la cual se resuelve considerando que, si bien en la Sagrada Escritura no se lee expresamente que la bienaventurada Virgen sea «Madre de Dios», se lee, sin embargo, que «Jesucristo es verdadero Dios» como se sigue del versículo 1 Jn 5, 20 («Sabemos que el Hijo de Dios vino y que nos dio inteligencia para que conozcamos al verdadero Dios y permanezcamos en su verdadero Hijo, Éste es el verdadero Dios y vida eterna»); y que la bienaventurada Virgen es «Madre de Jesucristo», tal como también se sigue del versículo Mt 1, 18 («El nacimiento de Jesucristofue así: estando desposada María, su madre, con José, antes de que viviesen juntos …»). Por tanto, necesariamente se sigue de las palabras de la Escritura que es Madre de Dios».

En la Sagrada Escritura: «se dice también que Cristo «procede de los judíos según la carne, quién está por encima de todas las cosas, es Dios bendito por los siglos» (Rm 9, 5). Pero no procede de los judíos sino mediante la bienaventurada Virgen, Luego Aquel que «está sobre todas las cosas», y «es Dios bendito por los siglos», nació verdaderamente de la bienaventurada Virgen, como de madre suya» [9].

SEGUNDA OBJECIÓN DE NESTORIO

Otra objeción de Nestorio contra la afirmación de la maternidad divina de la Virgen María era la siguiente: «Cristo se llama Dios por razón de la naturaleza divina; pero ésta no ha comenzado a existir al nacer de la Virgen; luego la bienaventurada Virgen no debe ser llamada Madre de Dios» [10].

––A esta objeción de Nestorio, que también refiere Santo Tomás, le responde con la cita de una epístola del doctor de la Iglesia San Cirilo, patriarca de Alejandría, que combatió las tesis heréticas de Nestorio. Se dice en ella que: «como el alma del hombre nace con su propio cuerpo, y ambos se toman por una sola cosa; y si alguien se atreviera a decir que la madre lo es de la carne, pero no del alma, hablaría con excesiva superficialidad, algo semejante comprobamos haber sucedido en la generación de Cristo. El Verbo de Dios ha nacido de la substancia de Dios Padre; pero, por haber tomado carne verdaderamente, es necesario confesar que, según la carne, nació de mujer» [11].

Comenta seguidamente Santo Tomás: «En consecuencia, es necesario decir que la Santísima Virgen se llama Madre de Dios, no porque sea madre de la divinidad, sino porque, según la humanidad, es madre de la persona que tiene la divinidad y la humanidad» [12]. La Virgen María es Madre de Dios, aunque no sea madre de la divinidad o naturaleza divina, sino porque es madre, según la humanidad, de la persona de Cristo, que tiene la naturaleza divina y la naturaleza humana, y esta persona es la divina del Verbo. Como el término de la generación es la persona, María es madre de la persona divina, es Madre de Dios.

TERCERA OBJECIÓN

En el Concilio ecuménico de Efeso, contra los nestorianos, se incluyó el siguiente fragmento, análogo de otra carta de San Cirilo de Alejandría a Nestorio: «No decimos que la naturaleza del Verbo, transformada, se hizo carne; pero tampoco que se trasmutó en el hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; sino, más bien, que habiendo unido consigo el Verbo, según hipóstasis o persona, la carne animada de alma racional, se hizo hombre de modo inefable e incomprensible y fue llamado hijo del hombre».

Se afirma también que: «las naturalezas que se juntan en verdadera unidad son distintas, pero que de ambas resulta un solo Cristo e Hijo; no como si la diferencia de las naturalezas se destruyera por la unión, sino porque la divinidad y la humanidad constituyen más bien para nosotros un solo Señor y Cristo e Hijo por la concurrencia inefable y misteriosa en la unidad»,

Se concluye así que en el nacimiento de Cristo: «no nació primeramente un hombre corriente, de la santa Virgen, y luego descendió sobre Él el Verbo; sino que, unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne». Después de leídas y aprobadas estas palabras, los padres conciliares: «de esta manera no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa Virgen» [13].

Todavía se podría replicar contra la definición dogmática de Efeso de la maternidad divina de María, que es consecuencia del otro dogma, también proclamado en este tercer concilio ecuménico, de la existencia en Cristo de una persona única y divina en dos naturalezas, que: «El nombre «Dios» es predicado común al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; si, pues, la Santísima Virgen es Madre de Dios parece seguirse que lo será del Padre y del Espíritu Santo, lo mismo que del Hijo». Como esto no es admisible, tampoco lo parece que: «la bienaventurada Virgen no debe ser llamada Madre de Dios» [14].

La dificultad queda resuelta, porque, recuerda Santo Tomás que: «Este nombre «Dios», aunque común a las tres personas, unas veces designa sólo la persona del Padre, otras se refiere únicamente a la persona del Hijo o a la del Espíritu Santo. De esta suerte, cuando se dice «la Santísima Virgen es Madre de Dios», el nombre «Dios» se refiere exclusivamente a la persona encarnada del Hijo» [15].

LA DIFICULTAD DE LA DOBLE FILIACIÓN DE CRISTO

Una última dificultad que presenta Santo Tomás a esta doctrina, es que parece que hay que sostener que hay en Cristo dos filiaciones, según sus dos nacimientos, uno eterno, del Padre y otro temporal de la Virgen María. La razón es porque: «el nacimiento es la causa de la filiación», y como: «en Cristo hay dos nacimientos», debe concluirse, por tanto, que: «en Cristo hay también dos filiaciones». [16]

Sin embargo, también, por el contrario, parece posible afirmar que: «en Cristo hay una sola filiación», porque: «como dice San Juan Damasceno, en Cristo se multiplica lo que pertenece a la naturaleza, no lo que es propio de la persona (cf. Fe ortodox., III, c. 13)» [17]. Tiene por ello dos inteligencias, humana y divina, o dos voluntades según su doble naturaleza, y un «yo», un sujeto, que es la persona divina, que posee la naturaleza humana en una máxima unión posible [18]. Como: «la filiación pertenece sobre todo a la persona, puesto que es una propiedad personal» [19], se sigue que en Cristo habrá únicamente una filiación.

Para resolver esta dificultad indica Santo Tomás que hay que precisar que: si «nos fijamos en la causa de la filiación, que es el nacimiento», hay que poner en Cristo, tal como hacen algunos, «dos filiaciones, como hay también en Él dos nacimientos». Además: «es manifiesto que Cristo no nació por una misma generación, del Padre eternamente y de la Madre en el tiempo. Ni estas dos natividades son de la misma especie. Por lo que, bajo este punto de vista hay que poner en Cristo hay dos filiaciones, la una temporal y la otra eterna».

En cambio, como hacen otros, si: «se atiende al sujeto de la filiación, que es la persona o hipóstasis», es preciso «establecer que en Cristo hay una sola filiación, lo mismo que tiene una sola hipóstasis o persona».

Explica Santo Tomás que: «como el sujeto de la filiación no es la naturaleza o una parte de la naturaleza, sino sólo la persona o la hipóstasis, y en Cristo no hay más hipóstasis o personas que la eterna, no puede haber en Él filiación alguna fuera de la que existe en la hipóstasis eterna».

Ello no supone que se niegue que Cristo sea hijo de la Santísima Virgen. Cristo:

«se llama hijo respecto de su madre en virtud de la relación que va incluida en la relación de maternidad respecto de Cristo». De manera que: «Cristo se llama realmente hijo de la Virgen madre en virtud de la relación real de la maternidad respecto de Cristo» [20].

Aunque: «la filiación eterna no depende de una madre temporal», sin embargo, advierte Santo Tomás, que en esta segunda opinión: «se entiende que a esa filiación eterna está unida una referencia temporal dependiente de la madre, en virtud de la cual Cristo es llamado hijo de su madre» [21].

Por todo lo expuesto, concluye Santo Tomás que: «en parte las dos opiniones son verdaderas, pues si miramos únicamente al concepto de filiación, habrá que poner en Cristo dos filiaciones, según los dos nacimientos. Pero si consideramos el sujeto de la filiación, como no puede ser sino el supuesto eterno», la persona del Verbo, sujeto de los nacimientos eterno y temporal, «no habrá en Cristo más que la filiación eterna» [22], porque esta filiación eterna no depende de la maternidad temporal de María. Sin embargo, a la filiación divina, como se ha dicho, se une la relación filial temporal con su madre. Por ella a Cristo hay que llamarle, porque lo es realmente, hijo de la Santísima Virgen.

 Eudaldo Forment

 

[1] Mater amabilis (1912), obra de Joan Llimona y Bruguera (1860-1926).

[2] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 35, a. 3, in c.

[3] Ibíd., III, q. 35, a. 3, ob. 2.

[4] Ibíd., III, q. 35, a. 3, ad 2.

[5] Ibíd., III, q. 35, a. 4, in c.

[6] ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 34.

[7] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 495.

[8] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 35, a. 4, ob. 1.

[9] Ibíd.,  III, q. 35, a. 4, ad 1.

[10] Ibíd., III, q. 35, a. 4, ob. 2.

[11] San Cirilo de Alejandría, Epístola I. A los monjes de Egipto, PG, 77, 9-40, 21.

[12] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 35, a. 4, ad 2.

[13] Dz.-Sch., 250.

[14] Santo Tomás de Aquino, Suma teológica, III, q. 35, a. 4, ob 3.

[15] Ibíd., III, q. 35, a. 4, ad 3.

[16] Ibíd., III, q. 35, a. 5, ad 1.

[17] Ibíd., III, q. 35, a. 5, sed c.

[18] Cf. Ibíd., III, q. 2, a. 9, in c.

[19] Ibíd., III, q. 35, a. 5, sed c.

[20] Ibíd., III, q. 35, a. 5, in c.

[21] Ibíd., III, q. 35, a. 5, ad 2..

[22] Ibíd., III, q. 35, a. 5, in c.

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