Jorge Enrique Mújica, profundiza en la libertad de prensa, el relativismo y el sentido profundo de la verdad a la luz del cristianismo.
Por: Jorge Enrique Mújica, L.C | Fuente: ConoZe.com
La entrada de la prensa en la historia fue
discreta pero supuso la voluntad de compartir y acercar el fruto de la
reflexión y el pensamiento entre los hombres. Desde entonces, y cada vez con
más fuerza, ha conocido un desarrollo sorprendente. Lo que un día empezó,
cuando se inventó la imprenta, con la publicación moderada de libros y algunos
periódicos, hoy constituye una amplia gama de medios de comunicación que se
extiende a la radio, la televisión e Internet.
La prensa venía siendo catalizadora de educación, luz que interpela a las
mentes y, las más de las veces, contestataria y fiel defensora de la verdad y
del hombre. El que en algunos periodos de la historia, bajo regímenes
totalitarios, se le haya procurado la muerte, no fue un gesto insignificante.
Los dictadores sabían qué papel tenía ésta y por ello quisieron controlarla: o
se contaba con su apoyo para la difusión de su ideología o se le exterminaba.
En la caída de aquellos sistemas jugó un papel central la prensa. No porque
hubiese tenido todas las facilidades para alzar la voz o expresar libremente el
pensamiento no afín al gobierno en turno, sino porque en la lucha por defender
los ideales de libertad, verdad y justicia desde la clandestinidad, logró
encontrar resonancia en otros seres humanos que compartían los mismos deseos.
Sí, la prensa ha jugado un papel determinante en la configuración de las
sociedades libres y democráticas.
Pero echando una mirada al amplio panorama actual de aquellos países que un día
se alzaron contra el yugo y la opresión, constatamos otro tipo de prensa muy
lejana a aquella que logró ayudar a constituir los Estados soberanos; nos
encontramos de frente a un estilo mayoritario de prensa que parece haber
abdicado de la misión de formadora en la verdad, de apoyo para la verdad, de
conducto de la verdad. Aquel papel primigenio parece haber cedido al interés
económico o, más grave aún, a la complicidad en una nueva era de las
dictaduras: la del relativismo.
¿Sigue importando la verdad? ¿No es la verdad el
fundamento de la libertad de prensa y de los dos pilares donde ésta se apoya
(la libertad de pensamiento y expresión)? Cuando el 3 de mayo de 1993 la
Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el día de la libertad de
prensa, se rendía un homenaje a todos aquellos que en la búsqueda e interés por
transmitir la verdad a los otros hombres habían dejado la propia vida. Pero tal
parece que la fecha sólo suele prestarse como pretexto para reivindicaciones
laborales, reclamos más o menos justificados y demagogia engalanada. ¿No debería constituir para el periodista y el escritor un
examen de conciencia, una invitación a mirar otra vez a los orígenes de la
misión de la prensa y por ende de la propia labor? ¿No debería interpelar a los
lectores a reflexionar sobre qué lee, si en ello profundiza y por qué lo hace? Si
no hay verdad no hay libertad de prensa ni de ningún tipo.
No se puede confundir la libertad de expresión con una falsaria expresión de la
libertad; no se puede caer en una errada libertad de pensamiento donde el
pensamiento piensa mal la libertad, la prostituye, la vacía de sentido y la
desliga de la verdad que es su base.
No, no podemos quedarnos, ni periodistas ni lectores, dormidos en el letargo
del interés económico ni de la fama mediática. En juego está la verdad, el
hombre, la sociedad, la vida. La verdad nos hará libres. La prensa puede hacer
caer de nuevo la dictadura actual y nosotros podemos colaborar a que esa caiga
exigiendo la verdad en los escritos que leemos y juzgando críticamente lo que
no va de acuerdo con la naturaleza del hombre. No podemos ser esclavos de la
mentira, de la dictadura del relativismo o de las opiniones comunes. Si caemos
en cuenta de la importancia que tiene aquella máxima -la verdad nos hará
libres- estaremos aún a tiempo de no habernos acostumbrado a vivir como
esclavos de esos nuevos absolutismos cuya primera victoria puede estar siendo
el hacernos creer que somos auténticamente libres.
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