martes, 25 de mayo de 2021

LAS "ORACIONES SECRETAS" DE LA MISA, ¿SECRETAS, SECRETÍSIMAS O IGNORADAS?

 Hay oraciones “secretas” en la Misa, que acompasan el ritmo espiritual de la Santa Misa para el sacerdote que la celebra, aunque en muchos casos estas “oraciones secretas” son tan secretísimas, que se omiten, no se recitan, no se hacen las pausas necesarias para que el sacerdote pueda rezarlas.

Pero las oraciones secretas poseen un gran valor: ayudar al sacerdote a vivir espiritualmente la Misa, a oficiar rezando él el primero, como auténtico orante, y no como protagonista, o showman realizando un espectáculo para los demás. Las oraciones secretas ayudan a descubrirse ante Dios, situarse ante la Santa Trinidad, calmar el ritmo, recoger el alma: el sacerdote –o el obispo- ha de ser el primero en ser orante, en ser consciente de la grandeza del Sacrificio eucarístico, en desprenderse de lo que lo estorbe para subir, ascender, hacia Dios.

Estas oraciones secretas –llamadas “apologías” originariamente- requieren algo más que una pura recitación mental; se pronuncian materialmente con los labios, pero en un tono de voz bajísimo, audible sólo por uno mismo y, como mucho, por el acólito que esté al lado en ese momento. Esto ayuda, sin duda alguna, a recitarlas más conscientemente, sabiendo que lo que se dice, sin distraerse. También hay que evitar el extremo contrario: la costumbre de algunos de rezarlas en voz alta con el micrófono para que todos las recen, o las escuchenen lugar de respetar el silencio de los fieles y no convertir la Misa en constante palabrerío en voz alta para todo y en todo momento.

Hagamos el recorrido por estas oraciones secretas: cuáles son y en qué momento se rezan.

EN TORNO AL EVANGELIO

Antes de proclamar el Evangelio, mientras se canta el Aleluya –o una aclamación, si es Cuaresma- el sacerdote se dispone a leer el Evangelio y hacerlo poniéndose al servicio del Señor que va a hablar por sus labios, con una dicción clara y conciencia santa del momento.

“Profundamente inclinado ante el altar” (IGMR 132), el sacerdote reza en silencio: “profundamente inclinado” no es mera inclinación de cabeza, sino el cuerpo inclinado ante el altar; y se reza así, profundamente inclinado, ante el altar, no ante la cruz o ante el sagrario o en cualquier otra dirección: ¡sino “profundamente inclinado ante el altar”! ¿Y si no hay lector y el propio sacerdote tiene que leer epístola y salmo? Terminado el salmo, desde el mismo ambón se inclina profundamente en dirección al altar, reza la oración secreta, entona después del Aleluya y lee el Evangelio.

ESTANDO ASÍ, PROFUNDAMENTE INCLINADO, REZA:

Purifica mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio.

Munda cor meum ac lábia mea, omnípotens Deus, ut sanctum Evangélium tuum digne váleam nuntiáre.

Anotación de tipo práctico: No hay que correr; algunos la recitan mientras hacen una inclinación de cabeza y siguen caminando al ambón… Hay que pararse; una vez que el sacerdote se ha parado, se inclina profundamente ante el altar y entonces, así inclinado, comienza a recitar la oración secreta. Esto habrá que hacerlo siempre en las demás oraciones secretas que piden ser recitadas profundamente inclinado.

Después de leer el Evangelio, el sacerdote besa el Evangeliario con amor, con respeto, con unción, y reza en secreto:

Después besa el libro, diciendo en secreto:

Las palabras del Evangelio borren nuestros pecados.

Per evangélica dicta deleántur nostra delícta (Ordo Missae, 16).

RITOS DE LA PRESENTACIÓN DE DONES EUCARÍSTICOS

En el ofertorio de la Misa, hay dos plegarias que se pueden recitar en secreto o en voz alta, la plegaria que acompaña a la presentación de la patena y luego la que acompaña la presentación del cáliz “Bendito seas, Señor, Dios del universo”, “diciendo en secreto” (IGMR 141); si no hay canto ni suena el órgano, se permite –luego no es obligatorio ni mucho menos- decirla en voz alta: “Pero cuando no hay canto al ofertorio ni se toca el órgano, en la presentación del pan y del vino, está permitido al sacerdote decir en voz alta las fórmulas de bendición” (IGMR 142); “Si no se canta durante la presentación de las ofrendas, el sacerdote puede decir en voz alta estas palabras” (Ordo Missae, n. 23). “Puede”… No es obligatorio y por lo general es más rico el silencio en este rito cuando no hay canto ni suena el órgano.

La siguiente oración secreta viene en el ofertorio; “ayudado por el ministro que le presenta las vinajeras, vierte en el cáliz vino y un poco de agua, diciendo en secreto” (IGMR 142):

El agua unido al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

Per huius aquae et vini mystérium eius efficiámur divinitátis consórtes, qui humanitátis nostrae fíeri dignátus est párticeps (Ordo Missae, n. 24).

Realizada esa preparación del pan y del vino, y rezadas las oraciones del rito, el sacerdote vuelve a orar en secreto. Y de nuevo lo hace “profundamente inclinado” (IGMR 143) -¡no inclinando la cabeza nada más!- diciendo y orando en nombre de todos:

Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que éste sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro.

In spíritu humilitátis et in ánimo contríto suscipiámur a te, Dómine; et sic fiat sacrifícium nostrum in conspéctu tuo hódie, ut pláceat tibi, Dómine Deus.

Éste es el tono espiritual del sacerdote y de los fieles al ofrecer el Sacrificio de Cristo en la Misa: ¡profunda humildad y corazón contrito!, y unir la propia vida al Sacrificio del altar como hostia santa, viva, agradable a Dios (cf. Rm 12,1). Nos recuerda, no lo olvidemos, que la Misa es el Sacrificio de Cristo, y no una fiesta secular, una comida de colegas, un banquete de amigos… ¡Es un sacrificio! Todos los sacrificios del Antiguo Testamento y las profecías apuntaban al verdadero y único Sacrificio, el de Cristo en la cruz, y éste se actualiza y se hace presente en la Santa Misa. Por eso el sacerdote ora profundamente inclinado para ofrecer con humildad este Sacrificio eucarístico.

Tras esto, y la incensación si la hay, el sacerdote se desplaza “a un lado del altar” (IGMR 145), no en el centro, sino en la esquina del altar, y asistido por los ministros, se lava las manos siempre en la Misa (este rito no es opcional, facultativo o al gusto de cada cual). Mientas se lava las manos y se las seca, reza la siguiente oración secreta:

Lava del todo mi delito, Señor, limpia mi pecado.

Lava me, Dómine, ab iniquitáte mea, et a peccáto meo munda me.

No es un lavatorio higiénico, de unas manos que tal vez se hubiesen podido manchar, sino que la misma oración secreta, que es un versículo de salmo 50, el Miserere, da la interpretación: es purificación interior, limpieza de alma, para ofrecer el Sacrificio de altar: “rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior” (IGMR 76).

DURANTE EL RITO DE COMUNIÓN

Las restantes oraciones secretas están vinculadas al rito de comunión.

Cuando se ha partido el Pan consagrado en varios fragmentos –para que al menos algunos fieles puedan comulgar de la Hostia (cf. IGMR 321)-, se toma una parte pequeña y se echa en el Cáliz, uniendo así el Cuerpo y la Sangre de Cristo: el Sacrificio que requería una Víctima inmolada, se completa en la santa Resurrección, en la unión del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la glorificación de su Carne. “El sacerdote parte el pan e introduce una parte de la Hostia en el cáliz para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra de la redención, a saber, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso” (IGMR 83). Mientras tanto, el coro –y los fieles- están cantando el “Cordero de Dios”.

Este rito se llama inmixtión o conmixtio; al echar en el cáliz esa partícula del Cuerpo de Cristo, reza el sacerdote:

El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, unidos en este cáliz, sean para nosotros alimento de vida eterna.

Haec commíxtio Córporis et Sánguinis Dómini nostri Iesu Christi fiat accipiéntibus nobis in vitam aetérnam.

Inmediatamente después, el sacerdote se prepara para comulgar, y los fieles en silencio también rezan, disciernen su conciencia, se disponen a recibir la sagrada comunión. El sacerdote recita una oración secreta, “dice en secreto y con las manos juntas” (IGMR 156), sin inclinarse en este caso sino más bien mirando a Cristo presente delante de Él en el Sacramento –escogiendo una de las dos oraciones que ofrece el Misal- y luego “hace genuflexión” (IGMR 157) ante el Santísimo.

ESTAS SON LAS DOS ORACIONES A ESCOGER QUE PROPONE EL ORDO MISSAE:

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que por voluntad del Padre, cooperando el Espíritu Santo, diste con tu muerte la vida al mundo, líbrame, por la recepción de tu Cuerpo y de tu Sangre, de todas mis culpas y de todo mal. Concédeme cumplir siempre tus mandamientos y jamás permitas que me separe de ti.

Dómine Iesu Christe, Fili Dei vivi, qui ex voluntáte Patris, cooperánte Spíritu Sancto, per mortem tuam mundum vivificásti: líbera me per hoc sacrosánctum Corpus et Sánguinem tuum ab ómnibus iniquitátibus meis et univérsis malis: et fac me tuis semper inhaerére mandátis, et a te numquam separári permíttas.

O BIEN:

Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre, no sea para mí un motivo de juicio y condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.

Percéptio Córporis et Sánguinis tui, Dómine Iesu Christe, non mihi provéniat in iudícium et condemnatiónem: sed pro tua pietáte prosit mihi ad tutaméntum mentis et córporis, et ad medélam percipiéndam.

¡Delicadeza de sentimientos espirituales para recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor, finura de alma! ¡Lejos queden la frialdad, la mediocridad, las comuniones rutinarias en el alma de un sacerdote, o en cualquier alma cristiana! Y de nuevo, al orar así, debe activar nuestra fe en la Presencia verdadera, real y sustancial de Cristo en el Sacramento del altar. ¡Es Él, el Señor mismo!, ni un símbolo, ni una comida cualquiera, ni un signo de fraternidad y justicia.

Cuando va a comulgar, el sacerdote lo hará con profundo espíritu de fe y de adoración, con reverencia y cuidado, y dirá en secreto (no en voz alta para que todos lo oigan ni respondan):

El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.

Corpus Christi custódiat me in vitam aetérnam.

Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.

Después toma el cáliz y dice en secreto:

La Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna.

Sanguis Christi custódiat me in vitam aetérnam.

Y bebe reverentemente la Sangre de Cristo (Ordo Missae, 154).

Y cuando ha comulgado él, entonces distribuye la comunión al diácono (si lo hay), a los acólitos y a los fieles.

Terminada la distribución de la sagrada comunión, la siguiente oración secreta la realiza el sacerdote cuando purifica el cáliz, echando agua, sumiéndola y secando el cáliz con el purificador (cf. IGMR 163). Mientras tanto, reza:

Haz, Señor, que recibamos con un corazón limpio el alimento que acabamos de tomar, y que el don que nos haces en esta vida nos aproveche para la eterna.

Quod ore súmpsimus, Dómine, pura mente capiámus, et de múnere temporáli fiat nobis remédium sempitérnum (Ordo Missae, n. 158).

Con esta última oración secreta, el sacerdote pide con fe el fruto de la sagrada comunión en las almas de todos aquellos que han comulgado. Un buen sacerdote es aquel que reza mucho por sus fieles, un buen pastor es el que ora mucho por su pueblo, intercediendo ante Dios.

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Estas son las oraciones secretas de la Misa romana. Vale la pena conocerlas, saber cuándo se realizan, cómo –algunas piden estar profundamente inclinados-, cuál es su texto o qué rito acompañan. Son una buena ayuda espiritual para el sacerdote que celebra la santa Eucaristía.

Pero no son los únicos momentos en que un sacerdote debe rezar en silencio durante la Misa; los veremos en otra ocasión.

Javier Sánchez Martínez

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