Sin duda el "sensun fidelium" precedió a la proclamación del dogma.
Por: Ángel Gutiérrez Sanz |
La Concepción Inmaculada de la Virgen María es
un maravilloso misterio de amor, que la Iglesia fue descubriendo poco a poco y
hubieron de transcurrir siglos hasta que acabara siendo definido como dogma de
fe.
La palabra “inmaculada”
significa sin mancha. Esto quiere decir que la Virgen María fue concebida en
gracia, desde el primer instante de su ser y por tanto sin el pecado original
con el que todos nacemos, por un privilegio especialísimo concedido por Dios,
de tal forma que podemos afirmar, sin ningún lugar a dudas, que ni en un solo
instante Ella fue mancillada por ninguna clase de pecado. La Sagrada Escritura
no habla de los orígenes históricos de María, ni alude expresamente a
privilegio alguno en su concepción, sin embargo el ángel, en la Anunciación la
denomina “llena de gracia”. Hay que
hacer, no obstante, una aclaración, mientras que Jesucristo posee la gracia
intrínsecamente por ser Dios, a Ella, como criatura humana que es, le ha sido
concedida como favor de la benevolencia de Dios.
La reflexión desde la fe ha llevado a concluir
que la grandeza de María debía estar a tono con su dignidad y misión. El primer
testimonio conocido acerca de la Concepción de María sin mancha de pecado
original es del obispo hereje Julián de Eclano, en el siglo V, y ya a comienzos
del siglo VIII aproximadamente, empezó en Oriente a celebrarse una fiesta de la
Concepción de María. Esta fiesta pasó a Occidente entre los siglos XI y XII. El
Concilio de Trento, en 1546, evitó expresamente pronunciarse sobre este tema,
declarando “no ser intención suya comprender en el
Decreto en que se trata del pecado original, a la Bienaventurada Virgen María,
Madre de Dios”.
Por fin, ante las insistentes peticiones que
llegaban a Roma solicitando la definición dogmática, Pío XI sometió la doctrina
a un último estudio y después de consultar a todos los obispos de la Iglesia y
conocer el parecer favorable de casi todos ellos sobre la posibilidad de
definirlo como “verdad revelada” y
viendo que una mayoría pensaba que era oportuno proceder a la definición,
se decidió a proclamar dogma de fe la Concepción Inmaculada de
María el 8 de diciembre de 1854, con estas palabras: “La
doctrina que afirma que la Virgen, en el primer instante de su concepción, fue
preservada inmune de toda mancha de pecado de origen, por una singularísima
gracia y privilegio de la omnipotencia divina y en atención a los méritos del
Redentor del género humano, es doctrina revelada y ha de ser así creída por los
cristianos”.
El Concilio Vaticano II, tomando las palabras de
la definición dogmática, repite que “María fue
preservada inmune de toda mancha de culpa original en previsión de los méritos
de su Hijo”.
Lo que apenas se sabe es de que mucho antes de
que la Inmaculada Concepción fuera declarado dogma, el pueblo llano ya lo tenía
asumido y era objeto de su especial veneración, ¡Vitor¡
¡Vitor! era el grito que salía de sus gargantas a favor de la Inmaculada
Concepción hace muchos siglos. Sin duda el “sensun
fidelium” precedió a la proclamación del dogma. De ello existe acreditada
documentación.
Durante la Edad Media las diferentes escuelas
teológicas habían mantenido una animada polémica sobre este asunto. La disputa
de los teólogos trascendió al pueblo llano que no tardó en tomar partido a
favor de la Purísima Concepción extendiéndose esta piadosa creencia tanto que
tuvo que ser acogida por Sixto IV. En defensa de tan sublime misterio tuvo
reconocido protagonismo un grupo de trece pueblos ubicados en la comarca
de Villalpando que proclamaron abiertamente su creencia en la Inmaculada
Concepción de la Virgen comprometiéndose a defenderlo ante el mundo. Este
primer compromiso subscrito el 1 de noviembre de 1466 se vería
posteriormente refrendada por varias universidades y por muchos pueblos y
ciudades hasta que oficialmente la Iglesia lo declarara dogma de fe.
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