Esto
es lo que necesitas saber sobre los muros de Jericó: eran inmensos. Rodeaban a
la ciudad como una armadura, dos círculos de piedra concéntricos que se
elevaban un total de 12.19 metros sobre el nivel del suelo. Impenetrable.
Esto es lo que necesitas saber sobre los habitantes de
Jericó: eran feroces y crueles. Resistían todos los asedios y rechazaban a
todos los invasores. Eran culpables de sacrificar niños. «¡Hasta queman a
sus propios hijos en sus altares!» (Dt 12.31 tla). Eran la Gestapo en una
versión de la Edad de Bronce, tiranos despiadados en los valles de Canaán.
Hasta
el día en que Josué apareció. Hasta el día en que su ejército se puso en
marcha. Hasta el día en que los ladrillos se agrietaron y las peñas se
rompieron. Hasta el día cuando todo tembló… las piedras de los muros, las
rodillas del rey y las muelas de los soldados. El fuerte impenetrable se topó
con la fuerza imparable. La poderosa Jericó se desmoronó.
Y esto es lo que necesitas saber sobre
Josué: él no derribó los muros. Los soldados
de Josué nunca tuvieron que mover un mazo. Sus hombres nunca desplazaron un
ladrillo. Nunca echaron una puerta abajo ni removieron una piedra.
¿El zarandeo, la sacudida,
el estruendo y el derrumbamiento de los muros? Dios lo hizo por ellos. Y Dios
lo hará por ti.
Tu Jericó es tu miedo. Tu
Jericó es tu enojo, tu amargura y tu prejuicio. Tu inseguridad sobre el futuro.
Tu culpa sobre el pasado. Tu negativismo, ansiedad y tendencia para criticar,
analizar demasiado o compartimentar. Tu Jericó es cualquier actitud o
mentalidad que no te permita alcanzar alegría, paz o descanso.
Deja que Dios derribe de
una vez por todas a tu Jericó. No temas, Él lo hará por ti.
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