El libre albedrío es
la piedra angular de la Teología. Porque somos libres de escoger, porque fuimos
libres de hacer bien o mal, se nos pedirán las debidas cuentas. Dicho esto
pensemos en una minúscula criatura, creada por Dios dentro de un plan misterioso.
A la criatura un adán de bata blanca la llamo Toxoplasma gondii. Es un protozoo
(ser unicelular) parásito causante de la toxoplasmosis, enfermedad
supuestamente leve que causa pavor en las embarazadas por el peligro que corren
los fetos ante el contagio.
La vida del toxoplasma es
ajetreada. Sintetizándolo muchísimo, su ciclo comienza en un felino (gatos
domésticos, por ejemplo) y tras hospedarse en animales de sangre caliente
(humanos, por ejemplo) intentan volver a un felino. Es un ciclo que debe ser completado
constantemente. Claro que los huéspedes al no beneficiarse de ninguna manera de
la presencia del protozoo no debieran colaborar en la consecución exitosa del
ciclo; pero para ello nuestro muy familiar toxo
(presente en un tercio de la población mundial aprox.) toma sus medidas.
Medidas muy eficaces. Invade el cerebro del huésped y entre otras muchas cosas
induce a que encuentre muy atractivo el olor a gato (el olor de la orina de
gato resultará agradable a un ratón con toxo).
Un ratón que se acerca al olor a gato es un ratón que pronto se servirá en los
mejores restaurantes gatunos.
Pero no es la única manera que
tiene el toxo de lograr su objetivo. Una de
las medidas que adopta es la de volver a los ratones hiperactivos, y un ratón
que no deja de moverse ni cuando está en una zona nueva y desconocida es un
ratón que corre riesgos, un ratón con mayor probabilidad de ser cazado por un
gato.
Pero todo esto ¿qué tiene que ver con los humanos? Pues bastante,
por desgracia. El toxo no sabe si está en el
cerebro de un ratón, de un pájaro o de un humano. Por ello su idea es la misma,
invadir el cerebro y tratar de manipularlo. Y tiene relativo éxito. Parece ser
que logra que a los humanos nos guste el olor a orín de gato, o al menos no nos
desagrade con el orín de otros animales cuando estamos parasitados por él.
Parece ser también que está detrás de numerosos casos de esquizofrenia, grave
trastorno mental. Esta enfermedad se comenzó a diagnosticar coincidiendo con la
moda de tener gatos como mascotas, allá por el siglo XIX. Y por último y es a
donde quería llegar estaría el parásito detrás de multitud de muertes por
accidentes, suicidios y otras conductas de riesgo. El toxo
hace que la dopamina se dispare en nuestro cerebro (aunque no es la única
sustancia con la que altera nuestro equilibrio químico cerebral) y provoque
acciones no tan meditadas.
De manera que si el parásito
es capaz de inducirnos a realizar acciones sin ser nosotros conscientes de
ello, nuestra libertad no puede ser considerada tan grande si algo así puede
afectar tanto a nuestras decisiones. Y esto que conocemos del toxoplasma gondii puede valer para tantos otros
parásitos que pululan por nuestro cuerpo y nos afectan de maneras aún
desconocidas.
Urko de Azumendi
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