El Papa Francisco se reunió este 25 de noviembre
con las autoridades y el cuerpo diplomático de Japón en el Kantei, tras haberse
reunido en privado con el Primer Ministro japonés.
“La historia nos enseña que los conflictos entre
los pueblos y naciones, incluso los más graves, pueden encontrar soluciones
válidas sólo a través del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz
de garantizar una paz duradera”, dijo el
Santo Padre.
A continuación, el discurso pronunciado por el Papa
Francisco:
Señor Primer Ministro, Honorables Miembros del Gobierno, Ilustres
Miembros del Cuerpo Diplomático, señoras y señores:
Doy las gracias al Primer Ministro por sus amables palabras de
bienvenida y saludo respetuosamente a ustedes, distinguidas autoridades y
miembros del Cuerpo Diplomático. Todos ustedes, cada uno en su lugar, se
dedican a trabajar por la paz y el progreso de las personas de esta noble
nación, y de las naciones que representan. Estoy muy agradecido al emperador
Naruhito, que encontré esta mañana; le deseo todo bien e invoco las
bendiciones de Dios sobre la Familia Imperial y sobre todo el pueblo japonés
al inicio de la nueva era que ha inaugurado.
Las relaciones de amistad entre la Santa Sede y el Japón son muy
antiguas, enraizadas en el reconocimiento y admiración que los primeros
misioneros tuvieron sobre estas tierras. Basta recordar las palabras del
jesuita Alessandro Valignano que en 1579 escribía: «Quien
quiera ver qué cosa nuestro Señor ha dado al hombre basta que venga a verlo
en Japón». Históricamente han sido muchos los contactos, las misiones
culturales y diplomáticas que han alimentado esta relación y han ayudado a
superar momentos de mayor tensión y dificultad. Estos contactos también se
han ido estructurando a nivel institucional en beneficio de ambas partes.
He venido a confirmar a los católicos japoneses en la fe, en sus
esfuerzos de caridad por los necesitados y por su servicio al país del que se
sienten ciudadanos orgullosos. Como nación, Japón es particularmente sensible
al sufrimiento de los menos afortunados y de las personas con discapacidad. El
lema de mi visita es: “Proteger toda vida”,
reconociendo su dignidad inviolable y la importancia de mostrar solidaridad y
apoyo a nuestros hermanos y hermanas ante cualquier tipo de necesidad. Una
experiencia impactante de esto la he tenido al escuchar las historias de los
afectados por el triple desastre, y me he sentido conmovido por las
dificultades por las que han pasado.
Siguiendo los pasos de mis predecesores, también quiero implorar a Dios
e invitar a todas las personas de buena voluntad a seguir impulsando y
promoviendo todas las mediaciones necesarias de disuasión para que nunca más,
en la historia de la humanidad, vuelva a ocurrir la destrucción generada por
las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
La historia nos enseña que los conflictos entre los pueblos y naciones,
incluso los más graves, pueden encontrar soluciones válidas sólo a través
del diálogo, única arma digna del ser humano y capaz de garantizar una paz
duradera. Estoy convencido de la necesidad de abordar la cuestión nuclear en
el plano multilateral, promoviendo un proceso político e institucional capaz
de crear un consenso y una acción internacional más amplia.
Una cultura de encuentro y diálogo —marcada por la sabiduría, la
visión y la amplitud de miras— es esencial para construir un mundo más justo
y fraterno. Japón ha reconocido la importancia de promover contactos
personales en los campos de la educación, la cultura, el deporte y el turismo,
sabiendo que estos pueden contribuir en gran medida a la armonía, la justicia,
la solidaridad y la reconciliación que son el cemento del edificio de la paz.
Observamos un ejemplo destacado de esto en el espíritu olímpico, que une a
atletas de todo el mundo en una competición, que no se basa necesariamente en
la rivalidad sino en la búsqueda de la excelencia. Estoy seguro de que los
Juegos Olímpicos y Paralímpicos, que el próximo año se celebrarán en
Japón, servirán de impulso para desarrollar un espíritu de solidaridad que
trascienda las fronteras nacionales y regionales, y busque el bien de toda
nuestra familia humana.
En estos días he vuelto a apreciar el precioso patrimonio cultural que
Japón, a lo largo de muchos siglos de su historia, ha podido desarrollar y
preservar, y los profundos valores religiosos y morales que caracterizan a esta
antigua cultura. La buena relación entre las distintas religiones no sólo es
esencial para un futuro de paz, sino también para capacitar a las generaciones
presentes y futuras a fin de que valoren los principios éticos que sirven de
base a una sociedad verdaderamente justa y humana. En palabras del Documento
sobre la Fraternidad Humana que firmé con el Gran Imán de Al-Azhar, el pasado
mes de febrero, nuestra preocupación compartida por el futuro de la familia
humana nos impulsa a «asumir la cultura del diálogo como camino; la
colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y
criterio».
Ningún visitante de Japón deja de admirar la belleza natural de este
país, expresada a lo largo de los siglos por sus poetas y artistas, y
simbolizada sobre todo por la imagen de los cerezos en flor. Sin embargo, la
delicadeza de la flor de cerezo nos recuerda la fragilidad de nuestra casa
común, sometida no solo a desastres naturales sino también a la codicia, la
explotación y la devastación por manos del hombre.
Cuando la comunidad internacional ve difícil cumplir sus compromisos de
proteger la creación, son los jóvenes quienes, cada vez más, hablan y exigen
decisiones valientes. Los jóvenes nos desafían para percibir el mundo no como
una posesión para ser explotada, sino como un precioso legado para transmitir.
Por nuestra parte, «a ellos debemos responder
con la verdad, no con palabras vacías; con hechos,
no con ilusiones» (Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el
Cuidado de la Creación 2019).
En este sentido, un enfoque integral para la protección de nuestro
hogar común también debe considerar la ecología humana. Un compromiso con la
protección significa enfrentar la creciente brecha entre ricos y pobres, en un
sistema económico global que permite a unos pocos privilegiados vivir en la
opulencia mientras la mayoría de la población mundial vive en la pobreza.
Conozco la preocupación por la promoción de diversos programas que el
gobierno japonés realiza en este sentido y los estimulo a continuar en la
formación de una creciente conciencia de corresponsabilidad entre las
naciones.
La dignidad humana debe estar en el centro de toda actividad social,
económica y política; se necesita fomentar la solidaridad intergeneracional
y, en todos los niveles de la vida comunitaria, se debe mostrar preocupación
por aquellos que son olvidados y excluidos. Pienso particularmente en los
jóvenes, que a menudo se sienten abrumados al enfrentar las dificultades del
crecimiento, y también en los ancianos y las personas solas que sufren
aislamiento. Sabemos que, al final, la civilización de cada nación o pueblo
no se mide por su poder económico sino por la atención que dedica a los
necesitados, así como en la capacidad de volverse fecundos y promotores de
vida.
Ahora, cuando mi visita a Japón llega a su fin, una vez más expreso mi
gratitud por la invitación que recibí, por la cordial hospitalidad con la que
me han acompañado, y por la generosidad de todos los que contribuyeron a su
feliz resultado. Al proponerles estos pensamientos, deseo alentarlos en sus
esfuerzos por dar forma a un orden social cada vez más protector de la vida,
cada vez más respetuoso de la dignidad y de los derechos de los miembros de la
familia humana. Sobre ustedes y sobre sus familias, y sobre todos aquellos a
quienes sirven, invoco la abundancia de la bendición divina. Muchas gracias.
Redacción ACI Prensa
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