Nunca se honra tanto
a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María.
Por: María Verónica Vernaza | Fuente: Capsulas de Verdad
Por: María Verónica Vernaza | Fuente: Capsulas de Verdad
En casi en todo el mundo, mayo es el mes de las
madres. Y cómo no celebrar a la más amorosa de todas, nuestra Madre del Cielo,
la Virgen María. Existen muchas
canciones y oraciones dedicada a ella, pero no hay devoción más grande que el
rezo del Santo Rosario.
Como bien decía san Luis María Grignon de
Montfort en su Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen -lectura
altamente recomendada-, nunca se honra
tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen María. Por
eso, esta devoción es uno de los pilares fundamentales de todo católico. No
podemos asegurar la fecha exacta del comienzo a la devoción al Santo Rosario,
pero puede tener sus inicios en que antiguamente los monjes rezaban los 150
salmos. Como algunos no sabían leer, decidieron cambiar los salmos por las
Avemarías. El rezo del Santo Rosario ha
sido una constante en casi todas las apariciones de la Santísima Virgen María,
ya que por su medio se alcanzan muchas gracias y bendiciones.
San Juan Pablo II, nos recuerda en su carta
apostólica Rosarium Virginis Mariae, que “El Rosario propone la meditación de los
misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su
asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante
todo para el Avemaría, que se repite diez veces en cada misterio. Si
consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario
es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración
sobre el Rosario, si se toma como
expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con
manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas
respecto al sentimiento que las inspira.”
El Rosario es un método para contemplar los
misterios más importantes de Jesucristo, tomados de la mano de María, la
primera creyente. Tal vez, para los que no están familiarizados con la práctica
les resulte efectivamente aburrido, pero creo que puede ser conquistada poco a
poco. Ofrecer primero un Rosario entero
a la semana o una decena diaria, puede ser una forma para comenzar esta
devoción. Es interesante observar como muchos católicos se envuelven en
prácticas orientales en donde la repetición de mantras es algo común, y sin
embargo, rezar un Rosario para ellos constituye un esfuerzo extra y a veces sin
sentido.
Pablo VI, en la exhortación apostólica Marialis
cultus, no dice: “Por su naturaleza, el rezo del
Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien
ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del
corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable
riqueza.” Es por eso que nunca
podemos ser demasiado marianos, porque la Madre siempre nos llevará a la fuente
misma de la gracia, su Hijo.
Los invito a rezar diariamente el Rosario.
Busquen un lugar apacible en su hogar o diríjanse a la iglesia parroquial, y
frente al santísimo eleven esta oración que es tan agradable a los oídos de
nuestra Madre Celestial, que ella sabrá presentar de manera digna nuestras peticiones
al Padre Eterno.
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