Algunas sugerencias
del arzobispo de Milán para identificar las actitudes de una vocación poco devota.
¿Te parece que el sacerdote de
tu parroquia se está desviando de su vocación, o ya no la vive como una entrega
personal? Mira cómo lo puedes reconocer. Es una especie de vademecum
aconsejado por monseñor Mario Delpini, arzobispo de Milán, en “Reverendo che maniere. Piccolo Galateo Pastorale” (edizioni San
Paolo).
“Los sacerdotes
listillos – señala
Delpini – son quienes encuentran en el ser
sacerdotes la función que esconde la timidez, la posición que satisface la
ambición, la libertad de acción que consiente realizar los sueños más originales,
por no decir un poco extraños”.
CEGADOS POR LA
AMBICIÓN
Algunos ejercen su astucia
para lograr objetivos que les interesan mucho, aunque tengan poco que ver con
el ministerio que se les encomienda: cultivan el deseo de lograr el título de
director de la Universidad de Atenas, buscan que los sabios de Alejandría
elogien sus escritos, intentan relacionar su nombre con la edificación de una
basílica desproporcionada, muestran la colección de recuerdos exóticos de sus
viajes a Arabia o Panonia o aspiran a asumir cargos que, según la opinión del
mundo, están más dotados de prestigio o insignias.
SE JUSTIFICAN DE
CUALQUIER MANERA
Antes o después los sacerdotes listillos llegan donde quieren, incluso a
expensas de descuidar con argumentos refinados e indiscutibles los servicios
más habituales requeridos por el ejercicio del ministerio, como visitar a los
enfermos, consolar a los afligidos, cuidar de los niños, estar disponible para
todos.
DELEGAN SIEMPRE A
LOS MÁS JÓVENES
Algunos ejercen su astucia
defendiendo su tranquilidad, a pesar de la urgencia de las exigencias del
ministerio: en su calendario las fechas más seguras e indiscutibles son las de
las vacaciones; si necesitan colaboradores, saben cómo requerirlos, sin
considerar que otros pudieran tener más necesidad y las fuerzas a disposición
son limitadas; si existen aspectos demasiado difíciles en su ministerio,
encuentran la manera de encomendarlos a los más jóvenes y débiles, para
lamentarse luego de “estos jóvenes sacerdotes que no son como los de antes…”.
SE GARANTIZAN UNA
RIQUEZA PERSONAL
Si se les pide que hagan un gesto de generosidad o estén disponibles
para otro cargo presentan tal dificultad y ponen tales condiciones que incluso
el obispo se desanima y no se atreverá en el futuro a hacer otras propuestas;
administran sus bienes y los de la comunidad con una pericia tan refinada que
se garantizan incluso la riqueza, indiferentes a cuánto bien podrían hacer a
favor de los sacerdotes y las comunidades más pobres y las necesidades de
muchos.
ENGAÑAN A LOS
OBISPOS
Algunos, después de haber
declarado y prometido y confirmado repetidamente durante los años de
preparación al ministerio el deseo y la convicción de colaborar con el obispo
al servicio de esta Iglesia, apenas reciben un trabajo se vuelven incuestionables
señores y los llevan a cabo con sus itinerarios y métodos, como si tuvieran la
seguridad de abrirle al Evangelio caminos infalibles, sin mirar más las
indicaciones del obispo, excepto para expresar escepticismo y confirmarse
en la idea de saber hacerlo mejor.
Cuando el obispo invita a los
jóvenes a comentar con ellos las Escrituras, proponen una peregrinación, y
cuando el obispo subraya la importancia de la educación, insisten en que es más
urgente buscar casa para los vagabundos, y así sucesivamente.
“NO JUZGAR A LOS
DEMÁS”
“Hay que agradecer al Señor, dilectos hermanos e
hijos – concluye Delpini – el hecho de que nuestro presbiterio esté compuesto
por sacerdotes entre los más devotos; y hay que rechazar la tentación de juzgar
a los demás”.
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