VATICANO, 16 Oct. 17 /
04:48 am (ACI).- El Papa Francisco acudió este lunes 16 de octubre a la sede de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
y pronunció un discurso en el que abogó por garantizar la seguridad alimentaria
y los derechos de los migrantes, e identificó las guerras y el cambio climático
como los principales obstáculos en la lucha contra el hambre.
“Frente al aumento de la demanda de alimentos es preciso que los frutos
de la tierra estén a disposición de todos”, afirmó el Santo Padre. “Para
algunos, bastaría con disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta
manera se resolvería el problema; pero esta es una falsa solución si se tiene
en cuenta el nivel de desperdicio de comida y los modelos de consumo que
malgastan tantos recursos. Reducir es fácil, compartir, en cambio, implica una
conversión, y esto es exigente”.
A continuación, el texto completo del discurso del
Papa Francisco:
Señor Director General,
Distinguidas autoridades,
Señoras y Señores:
Agradezco la invitación y las palabras de bienvenida que me ha dirigido
el Director General, profesor José Graziano da Silva, y saludo con afecto a las
autoridades que nos acompañan, así como a los Representantes de los Estados
Miembros y a cuantos tienen la posibilidad de seguirnos desde las sedes de la
FAO en el mundo.
Dirijo un saludo particular a los Ministros de agricultura del G7 aquí presentes,
que han finalizado su Cumbre, en la que se han discutido cuestiones que exigen
una responsabilidad no sólo en relación al desarrollo y a la producción, sino
también con respecto a la Comunidad internacional en su conjunto.
1. La celebración de esta Jornada
Mundial de la Alimentación nos reúne en el recuerdo de aquel 16 de octubre del
año 1945 cuando los gobiernos, decididos a eliminar el hambre en el mundo
mediante el desarrollo del sector agrícola, instituyeron la FAO. Era aquel un
período de grave inseguridad alimentaria y de grandes desplazamientos de la
población, con millones de personas buscando un lugar para poder sobrevivir a
las miserias y adversidades causadas por la guerra.
A la luz de esto, reflexionar sobre los efectos de la seguridad alimentaria
en la movilidad humana significa volver al compromiso del que nació la FAO,
para renovarlo. La realidad actual reclama una mayor responsabilidad a todos
los niveles, no sólo para garantizar la producción necesaria o la equitativa
distribución de los frutos de la tierra ¿esto debería darse por descontado?,
sino sobre todo para garantizar el derecho de todo ser humano a alimentarse
según sus propias necesidades, tomando parte además en las decisiones que lo
afectan y en la realización de las propias aspiraciones, sin tener que
separarse de sus seres queridos.
Ante un objetivo de tal envergadura lo que está en juego es la
credibilidad de todo el sistema internacional. Sabemos que la cooperación está
cada vez más condicionada por compromisos parciales, llegando incluso a limitar
las ayudas en las emergencias.
También las muertes a causa del hambre o el abandono de la propia tierra
son una noticia habitual, con el peligro de provocar indiferencia. Nos urge
pues, encontrar nuevos caminos para transformar las posibilidades de que
disponemos en una garantía que permita a cada persona encarar el futuro con
fundada confianza, y no sólo con alguna ilusión.
El escenario de las relaciones internacionales manifiesta una creciente
capacidad de dar respuestas a las expectativas de la familia humana, también
con la contribución de la ciencia y de la técnica, las cuales, estudiando los
problemas, proponen soluciones adecuadas. Sin embargo, estos nuevos logros no
consiguen eliminar la exclusión de gran parte de la población mundial: cuántas
son las víctimas de la desnutrición, de las guerras, de los cambios climáticos.
Cuántos carecen de trabajo o de los bienes básicos y se ven obligados a
dejar su tierra, exponiéndose a muchas y terribles formas de explotación.
Valorizar la tecnología al servicio del desarrollo es ciertamente un camino a
recorrer, a condición de que se lleguen a concretar acciones eficaces para
disminuir el número de los que pasan hambre o para controlar el fenómeno de las
migraciones forzosas.
2. La relación entre el hambre y
las migraciones sólo se puede afrontar si vamos a la raíz del problema. A este
respecto, los estudios realizados por las Naciones Unidas, como tantos otros
llevados a cabo por Organizaciones de la sociedad civil, concuerdan en que son
dos los principales obstáculos que hay que superar: los conflictos y los
cambios climáticos.
¿Cómo se pueden superar los conflictos? El derecho internacional nos
indica los medios para prevenirlos o resolverlos rápidamente, evitando que se
prolonguen y produzcan carestías y la destrucción del tejido social. Pensemos
en las poblaciones martirizadas por unas guerras que duran ya decenas de años,
y que se podían haber evitado o al menos detenido, y sin embargo propagan
efectos tan desastrosos y crueles como la inseguridad alimentaria y el
desplazamiento forzoso de personas.
Se necesita buena voluntad y diálogo para frenar los conflictos y un
compromiso total a favor de un desarme gradual y sistemático, previsto por la
Carta de las Naciones Unidas, así como para remediar la funesta plaga del
tráfico de armas. ¿De qué vale denunciar que a causa de los conflictos millones
de personas sean víctimas del hambre y de la desnutrición, si no se actúa
eficazmente en aras de la paz y el desarme?
En cuanto a los cambios climáticos, vemos sus consecuencias todos los
días. Gracias a los conocimientos científicos, sabemos cómo se han de afrontar
los problemas; y la comunidad internacional ha ido elaborando también los
instrumentos jurídicos necesarios, como, por ejemplo, el Acuerdo de París, del
que, por desgracia, algunos se están alejando.
Sin embargo, reaparece la negligencia hacia los delicados equilibrios de
los ecosistemas, la presunción de manipular y controlar los recursos limitados
del planeta, la avidez del beneficio. Por tanto, es necesario esforzarse en
favor de un consenso concreto y práctico si se quieren evitar los efectos más
trágicos, que continuarán recayendo sobre las personas más pobres e indefensas.
Estamos llamados a proponer un cambio en los estilos de vida, en el uso de los recursos, en los criterios
de producción, hasta en el consumo, que en lo que respecta a los alimentos,
presenta un aumento de las pérdidas y el desperdicio. No podemos conformarnos
con decir «otro lo hará».
Pienso que estos son los presupuestos de cualquier discurso serio sobre
la seguridad alimentaria relacionada con el fenómeno de las migraciones. Está
claro que las guerras y los cambios climáticos ocasionan el hambre, evitemos
pues el presentarla como una enfermedad incurable. Las recientes previsiones
formuladas por vuestros expertos contemplan un aumento de la producción global
de cereales, hasta niveles que permiten dar mayor consistencia a las reservas
mundiales.
Este dato nos da esperanza y nos enseña que, si se trabaja prestando
atención a las necesidades y al margen de las especulaciones, los resultados
llegan. En efecto, los recursos alimentarios están frecuentemente expuestos a
la especulación, que los mide solamente en función del beneficio económico de
los grandes productores o en relación a las estimaciones de consumo, y no a las
reales exigencias de las personas.
De esta manera, se favorecen los conflictos y el despilfarro, y aumenta
el número de los últimos de la tierra que buscan un futuro lejos de sus
territorios de origen.
3. Ante esta situación podemos y debemos
cambiar el rumbo (cf. Enc. Laudato si’, 53; 61; 163; 202). Frente al aumento de
la demanda de alimentos es preciso que los frutos de la tierra estén a
disposición de todos. Para algunos, bastaría con disminuir el número de las
bocas que alimentar y de esta manera se resolvería el problema; pero esta es
una falsa solución si se tiene en cuenta el nivel de desperdicio de comida y
los modelos de consumo que malgastan tantos recursos. Reducir es fácil,
compartir, en cambio, implica una conversión, y esto es exigente.
Por eso, me hago a mí mismo, y también a vosotros, una pregunta: ¿Sería
exagerado introducir en el lenguaje de la cooperación internacional la
categoría del amor, conjugada como gratuidad, igualdad de trato, solidaridad,
cultura del don, fraternidad, misericordia? Estas palabras expresan,
efectivamente, el contenido práctico del término «humanitario», tan usado en la
actividad internacional.
Amar a los hermanos, tomando la iniciativa, sin esperar a ser
correspondidos, es el principio evangélico que encuentra también expresión en
muchas culturas y religiones, convirtiéndose en principio de humanidad en el
lenguaje de las relaciones internacionales. Es menester que la diplomacia y las
instituciones multilaterales alimenten y organicen esta capacidad de amar,
porque es la vía maestra que garantiza, no sólo la seguridad alimentaria, sino
la seguridad humana en su aspecto global.
No podemos actuar sólo si los demás lo hacen, ni limitarnos a tener
piedad, porque la piedad se limita a las ayudas de emergencia, mientras que el
amor inspira la justicia y es esencial para llevar a cabo un orden social justo
entre realidades distintas que aspiran al encuentro recíproco.
Amar significa contribuir a que cada país aumente la producción y llegue
a una autosuficiencia alimentaria. Amar se traduce en pensar en nuevos modelos
de desarrollo y de consumo, y en adoptar políticas que no empeoren la situación
de las poblaciones menos avanzadas o su dependencia externa. Amar significa no
seguir dividiendo a la familia humana entre los que gozan de lo superfluo y los
que carecen de lo necesario.
El compromiso de la diplomacia nos ha demostrado, también en recientes
acontecimientos, que es posible detener el recurso a las armas de destrucción
masiva. Todos somos conscientes de la capacidad de destrucción de tales
instrumentos.
Pero, ¿somos igualmente conscientes de los efectos de la pobreza y de la
exclusión? ¿Cómo detener a personas dispuestas a arriesgarlo todo, a
generaciones enteras que pueden desaparecer porque carecen del pan cotidiano, o
son víctimas de la violencia o de los cambios climáticos? Se desplazan hacia
donde ven una luz o perciben una esperanza de vida.
No podrán ser detenidas por barreras físicas, económicas, legislativas,
ideológicas. Sólo una aplicación coherente del principio de humanidad lo puede
conseguir. En cambio, vemos que se disminuye la ayuda pública al desarrollo y
se limita la actividad de las Instituciones multilaterales, mientras se recurre
a acuerdos bilaterales que subordinan la cooperación al cumplimiento de agendas
y alianzas particulares o, sencillamente, a una momentánea tranquilidad.
Por el contrario, la gestión de la movilidad humana requiere una acción
intergubernamental coordinada y sistemática de acuerdo con las normas
internacionales existentes, e impregnada de amor e inteligencia. Su objetivo es
un encuentro de pueblos que enriquezca a todos y genere unión y diálogo, no
exclusión ni vulnerabilidad.
Aquí permitidme que me una al debate sobre la vulnerabilidad, que causa
división a nivel internacional cuando se habla de inmigrantes. Vulnerable es el
que está en situación de inferioridad y no puede defenderse, no tiene medios,
es decir sufre una exclusión. Y lo está obligado por la violencia, por las
situaciones naturales o, aún peor, por la indiferencia, la intolerancia e
incluso por el odio. Ante esta situación, es justo identificar las causas para
actuar con la competencia necesaria.
Pero no es aceptable que, para evitar el compromiso, se tienda a atrincherarse
detrás de sofismas lingüísticos que no hacen honor a la diplomacia,
reduciéndola del «arte de lo posible» a un ejercicio estéril para justificar
los egoísmos y la inactividad.
Lo deseable es que todo esto se tenga en cuenta a la hora de elaborar el
Pacto mundial para una migración segura, regular y ordenada, que se está
realizando actualmente en el seno de las Naciones Unidas.
4. Prestemos oído al grito de tantos hermanos nuestros marginados y
excluidos: «Tengo hambre, soy extranjero, estoy desnudo, enfermo, recluido en
un campo de refugiados». Es una petición de justicia, no una súplica o una
llamada de emergencia.
Es necesario que a todos los niveles se dialogue de manera amplia y
sincera, para que se encuentren las mejores soluciones y se madure una nueva
relación entre los diversos actores del escenario internacional, caracterizada
por la responsabilidad recíproca, la solidaridad y la comunión.
El yugo de la miseria generado por los desplazamientos muchas veces
trágicos de los emigrantes puede ser eliminado mediante una prevención
consistente en proyectos de desarrollo que creen trabajo y capacidad de
respuesta a las crisis medioambientales.
Es verdad, la prevención cuesta mucho menos que los efectos provocados
por la degradación de las tierras o la contaminación de las aguas, flagelos que
azotan las zonas neurálgicas del planeta, en donde la pobreza es la única ley,
las enfermedades aumentan y la esperanza de vida disminuye.
Son muchas y dignas de alabanza las iniciativas que se están poniendo en
marcha. Sin embargo, no bastan, urge la necesidad de seguir impulsando nuevas
acciones y financiando programas que combatan el hambre y la miseria
estructural con más eficacia y esperanzas de éxito.
Pero si el objetivo es el de favorecer una agricultura diversificada y
productiva, que tenga en cuenta las exigencias efectivas de un país, entonces
no es lícito sustraer las tierras cultivables a la población, dejando que el
land grabbing (acaparamiento de tierras) siga realizando sus intereses, a veces
con la complicidad de quien debería defender los intereses del pueblo.
Es necesario alejar la tentación de actuar en favor de grupos reducidos
de la población, como también de utilizar las ayudas externas de modo
inadecuado, favoreciendo la corrupción, o la ausencia de legalidad. La Iglesia Católica, con sus
instituciones, teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que
se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer, quiere participar
directamente en este esfuerzo en virtud de su misión, que la lleva a amar a
todos y le obliga también a recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional
o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres.
Deseo que cada uno descubra, en el silencio de la propia fe o de las
propias convicciones, las motivaciones, los principios y las aportaciones para
infundir en la FAO, y en las demás Instituciones intergubernamentales, el valor
de mejorar y trabajar infatigablemente por el bien de la familia humana.
Muchas gracias.
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