Una de las cosas más
impresionantes acerca de Jesús es el hecho de que su sabiduría no era humana
sino divina.
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico
Una de las cosas más impresionantes acerca de
Jesús es el hecho de que su sabiduría no era humana sino divina. Sus palabras
no provenían de una mente carnal, sino del mismo Padre Eterno.
El Hijo de Dios siempre tuvo respuestas para
todo. Sus contestaciones fueron enseñanzas y, al mismo tiempo, una ruptura de
los paradigmas imperantes en la estructura mental de la raza humana, sin
importar su cultura.
Jesús dijo: “Amad a
sus enemigos”, “Si alguien te abofetea en una mejilla, ofrécele la otra”,
“Bienaventurados los que lloran…”, “Mi Reino no es de este mundo”, “Deben
perdonar hasta setenta veces siete”, “No he venido a llamar a justos sino a
pecadores”, “Alejados de mí, nada pueden hacer”, etcétera.
Parecía ser que su mensaje iba siempre contra
toda lógica, y que las cosas que nos pedía hacer eran imposibles. Al mismo
tiempo, mientras predicaba toda esta nueva visión del mundo y de la vida
humana, Cristo desplegaba su poder en la tierra haciendo toda serie de milagros
y prodigios, con lo cual sellaba sus aseveraciones y demostraba que lo que Él
revelaba provenía de un lugar fuera del mundo.
A pesar de ello, muchos no le creyeron, fue
siempre la minoría la que lo siguió. Y sin embargo, esa minoría transformó al
mundo. Desde que Él llegó a la tierra, las leyes convencionales cambiaron, la
ley del amor fue revelada a los seres humanos de manera extraordinaria, y la
ley del Espíritu (opuesta a la ley de la letra) hizo su aparición.
Cristo propuso estándares morales absolutos y
muy altos. Si el ser humano puede odiar, nos pidió no odiar sino perdonar; si
el ser humano puede pecar, nos pidió ser perfectos, como su Padre es perfecto;
si el ser humano puede cometer adulterio, nos pidió no ser infieles ni siquiera
con el pensamiento. La lista puede seguir y seguir, pero la idea central es que
Jesús nos mostró que somos capaces de mucho más de lo que creemos.
“Si tienen fe como un gramo
de mostaza, podrán remover las montañas y echarlas al mar”; “Si creen, verán la
gloria de Dios”. Jesús llamó a Pedro y lo hizo caminar sobre el
mar, Jesús multiplicó los peces y los panes, y luego dijo a sus discípulos que “iguales o incluso mayores cosas harían en su nombre”.
Revelación y promesas fueron siempre de la mano cuando el Maestro abría su boca
y ofrecía su divinidad.
Siendo nuestro Redentor, nos abrió la puerta de
la sabiduría que proviene de lo Alto. Nos dio a conocer que para vencer nuestra
carnalidad tenemos que vivir por el Espíritu. No hay ninguna otra forma de
cumplir sus propósitos o seguir sus pisadas. Él nos puso el ejemplo. Está en
nosotros romper o no los paradigmas, tal como Él lo hizo.
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