VATICANO, 13 Ago. 17 / 05:21 am (ACI).- Antes de la oración del
Ángelus, el Papa Francisco comentó el Evangelio del día, que en esta ocasión
describe el episodio de Jesús en el que después de haber rezado toda la noche
en la orilla del lago de Galilea, se dirige hacia la barca de sus discípulos,
caminando sobre las aguas.
“Esta narración contiene un rico simbolismo y nos
hace reflexionar sobre nuestra fe, tanto de manera individual como comunidad
eclesial”, aseguró.
“La barca es la vida de cada uno de nosotros, pero es
también la vida de la Iglesia;
el viento contrario representa las dificultades y las pruebas” y “el grito de Pedro se asemeja mucho a
nuestro deseo de sentir la proximidad del Señor, pero también el miedo y la
angustia que acompañan los momentos más duros de nuestra vida y de nuestras
comunidades, marcada por la fragilidad interna y las dificultades externas”.
Francisco explicó que a Pedro “en ese momento,
no le basta la palabra segura de Jesús, que era como la cuerda tensa a la que
adherirse para afrontar las aguas hostiles y turbulentas. Es lo que puede
sucedernos también a nosotros cuando no nos adherimos a la palabra del Señor,
pero se consultan horóscopos y adivinos, se comienza a tocar fondo”.
“El Evangelio de hoy –continuó–, nos recuerda que
la fe en el Señor y en su palabra no nos abre un camino donde todo es fácil y
tranquilo, que no le quita tormentas a la vida”, sino que “la fe nos da la seguridad de una
Presencia que nos lleva a superar las tormentas existenciales, la certeza de
una mano que nos aferra para ayudarnos a afrontar las dificultades,
indicándonos el camino también cuando hay oscuridad”.
En resumen, la fe “no es un escape a los
problemas de la vida, sino que sostiene en el camino y le da un sentido”.
El Papa también comparó la barca con la misma Iglesia que debe hacer
frente a tempestades y a la que le salva “la
garantía contra el naufragio y la fe en Cristo y en su palabra”.
“Sobre esta barca estamos en lo seguro, a pesar de
nuestras miserias y debilidades, sobre todo cuando nos ponemos de rodillas y
adoramos al Señor, como los discípulos”.
Por Álvaro de Juana
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