Una antigua
costumbre católica que hoy está cada vez más en desuso.
Tal vez no seamos conscientes
de la enorme gracia que recibimos de Dios al tener sacerdotes junto a nosotros.
Por eso, muchas veces, acabamos dejando pasar sin darnos cuenta, por ejemplo,
del valor de la bendición que nos pueden dar, y olvidamos esa costumbre.
San Juan María Vianney, proclamado por la Iglesia patrono de los sacerdotes, decía: “Si yo me encontrase a un sacerdote y a un ángel,
saludaría al sacerdote antes de saludar al ángel. El ángel es amigo de Dios,
pero el sacerdote ocupa su lugar”.
Al ser ordenados, los
sacerdotes asumen actuar in persona christi, o sea, son, para
nosotros, representantes del propio Cristo. Por eso, el santo decía que el
padre “ocupa” el lugar de Dios, y por tanto,
era digno de ser saludado primero, incluso antes que un ángel. Además, el
sacerdote recibe de Dios el poder de traer a Cristo en medio de nosotros, algo
que los ángeles no pueden hacer.
Por eso, durante la ordenación de todo sacerdote, hay dos
momentos importantes: la imposición de las manos del obispo y la unción de las manos del nuevo
sacerdote. Al recibir el óleo en las palmas de sus manos, el sacerdote asume
cuatro dimensiones importantes: acoger, bendecir, ofrecer y consagrar.
Hoy hablamos de esta segunda
dimensión. Cuando pedimos a un sacerdote que nos bendiga, es un gesto que dice
que deseamos participar de esa unción recibida por él, queremos formar parte de
esta bendición. Hay algunos que mantienen también la costumbre de besar
las manos de los sacerdotes, precisamente porque son las que nos traen a Cristo,
son instrumentos de la gracia de Dios para los fieles.
¿Por qué muchos ya no piden a los sacerdotes que
les bendigan?
Camilo Júnior, misionero
redentorista y miembro de la Comisión de Juventud del Santuario Nacional de
Brasil, alerta que muchas veces, las personas que no piden la bendición de los
sacerdotes, tampoco la piden de sus propios padres.
No dejes de pedir la bendición a los sacerdotes, y participa de esa
unción dada por Dios. Y no te
olvides de rezar siempre por tu párroco y por los sacerdotes que
conoces. Son instrumentos de Dios para nosotros, una riqueza que nos da la
Iglesia, y necesitan nuestras oraciones como forma de dedicarles nuestra
gratitud por dedicar su vida a los demás.
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