Hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte.
Por: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
Una esposa y madre reza por el regreso de su
marido. A su lado, dos niños pequeños juntan las manos y musitan una plegaria.
Esperan el milagro, el cambio de un corazón que un día dejó a los suyos. Déjame
unirme a ellos, compartir sus penas y pedirte lo que Te suplican con su amor
sincero.
Unos padres rezan por el hijo que vive esclavizado por la droga. Lo educaron en tu ley, le enseñaron la importancia de la vida de gracia. Le llevaron a la iglesia, a la catequesis. Pero un día el hijo, libre y engañado, emprendió el mal camino. Permite que mi oración esté junto a la suya, que llore y suplique por la conversión de una vida joven y necesitada de mil perdones.
Unos hijos piden, en la misa, para que sus padres dejen de pelear en casa, para que vivan unidos en un amor sincero, para que sean de verdad fieles a cuanto prometieron en el día de su boda. Déjame, Señor, compartir esa oración, hacerla mía, para ayudar a muchos esposos a vivir en Tu Amor eterno.
Pero también hay tantos corazones que no rezan, que no esperan, que viven sin mirar al cielo, sin suplicar una ayuda divina. Unos, porque ya no tienen esperanza. Otros, porque hace tiempo que Te dejaron lejos. Otros, porque piensan que todo se alcanza con dinero, con técnica, con medicinas, con libros, con amigos, con medios humanos, a veces eficaces, pero casi siempre provisionales y frágiles.
Son corazones que necesitan, más que nadie, una oración. Permíteme, Señor, pedirte por lo que no piden, sentir que Tú anhelas que Te amen, que Te invoquen, que confíen, que se abran al amor infinito que encontramos en Cristo, tu Hijo.
En este día, en estos momentos, toma esta sencilla oración que te ofrezco por mis hermanos. Sé que yo también necesito ayuda, paciencia, fuerza, esperanza. Sé también que me la estás dando, porque eres bueno, porque eres Padre, porque no puedes dejar abandonados a tus hijos más enfermos. Pero hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte como Omnipotente, como Misericordia, como Amor, como Infinito; por quienes no saben que Tú eres el único, el definitivo, el verdadero Salvador.
Esta es mi oración sencilla, desde lo más profundo de mi alma. Acógela, Señor, junto a los ruegos de María, Madre tuya y Madre mía. Y concédeme que eso que Te pido se realice, según Tu Voluntad, y para el bien de todos mis hermanos sufrientes, abatidos, cansados en los mil caminos de nuestro peregrinar terreno.
Unos padres rezan por el hijo que vive esclavizado por la droga. Lo educaron en tu ley, le enseñaron la importancia de la vida de gracia. Le llevaron a la iglesia, a la catequesis. Pero un día el hijo, libre y engañado, emprendió el mal camino. Permite que mi oración esté junto a la suya, que llore y suplique por la conversión de una vida joven y necesitada de mil perdones.
Unos hijos piden, en la misa, para que sus padres dejen de pelear en casa, para que vivan unidos en un amor sincero, para que sean de verdad fieles a cuanto prometieron en el día de su boda. Déjame, Señor, compartir esa oración, hacerla mía, para ayudar a muchos esposos a vivir en Tu Amor eterno.
Pero también hay tantos corazones que no rezan, que no esperan, que viven sin mirar al cielo, sin suplicar una ayuda divina. Unos, porque ya no tienen esperanza. Otros, porque hace tiempo que Te dejaron lejos. Otros, porque piensan que todo se alcanza con dinero, con técnica, con medicinas, con libros, con amigos, con medios humanos, a veces eficaces, pero casi siempre provisionales y frágiles.
Son corazones que necesitan, más que nadie, una oración. Permíteme, Señor, pedirte por lo que no piden, sentir que Tú anhelas que Te amen, que Te invoquen, que confíen, que se abran al amor infinito que encontramos en Cristo, tu Hijo.
En este día, en estos momentos, toma esta sencilla oración que te ofrezco por mis hermanos. Sé que yo también necesito ayuda, paciencia, fuerza, esperanza. Sé también que me la estás dando, porque eres bueno, porque eres Padre, porque no puedes dejar abandonados a tus hijos más enfermos. Pero hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte como Omnipotente, como Misericordia, como Amor, como Infinito; por quienes no saben que Tú eres el único, el definitivo, el verdadero Salvador.
Esta es mi oración sencilla, desde lo más profundo de mi alma. Acógela, Señor, junto a los ruegos de María, Madre tuya y Madre mía. Y concédeme que eso que Te pido se realice, según Tu Voluntad, y para el bien de todos mis hermanos sufrientes, abatidos, cansados en los mil caminos de nuestro peregrinar terreno.
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