miércoles, 11 de noviembre de 2015

LA VIDA OCULTA DE LA VIRGEN MARIA. ANA C. EMMERICH.


LA INMACULADA CONCEPCIÓN. EL ENCUENTRO DE JOAQUÍN Y ANA BAJO LA PUERTA DORADA

A Joaquín le habían llevado al Santo por indicación divina. Ahora, por una inspiración parecida le llevaron al pasadizo sagrado que discurre por debajo del suelo del Templo y de la Puerta Dorada. He tenido comunicaciones sobre el significado y formación de este pasadizo durante la construcción del Templo así como de su destino, pero ya no soy capaz de repetirlas detalladamente. Creo que había un rito de reconciliación, y de bendición para los estériles, relacionado con el uso de este pasadizo, que también se usaba en determinadas circunstancias para purificar, reconciliar, absolver y cosas parecidas.

Los sacerdotes llevaron a Joaquín a este pasadizo por una puertecita de la zona del Patio de los Sacrificios y allí se volvieron, mientras Joaquín seguía por ese camino que iba bajando. Ana había llegado al Templo con la criada que le llevaba las jaulas con las palomas para la ofrenda; entregó su ofrenda y reveló a un sacerdote que un ángel la había ordenado encontrarse con su marido bajo la Puerta Dorada.

Entonces vi que, guiada por sacerdotes y acompañada de mujeres venerables entre las que me parece que estaba la profetisa Hanna, entró por el acceso situado al otro extremo del pasadizo sagrado, tras lo cual sus acompañantes la dejaron sola. La disposición de este pasadizo me pareció maravillosa: Joaquín pasó la puertecita y luego el camino bajó mucho; al principio era angosto pero luego se ensanchaba. Sus paredes refulgían doradas y verdes, y arriba lucía una luz rojiza.

Vi hermosas columnas retorcidas como árboles y vides. Cuando Joaquín hubo recorrido más o menos un tercio del pasadizo, llegó a un lugar en cuyo centro había una columna en forma de palmera con hojas y frutos colgantes, y Ana vino a su encuentro resplandeciendo de alegría. Se abrazaron con santa alegría y compartieron su dicha; estaban arrobados y rodeados de una nube de luz que salía de una muchedumbre de ángeles que bajaban cerniéndose sobre ellos y que traían la aparición de una alta torre luminosa.

La torre era como las que veo formarse en los cuadros de la Letanía Lauretana: torre de David, torre de marfil y otras. Vi como si la torre desapareciera entre Ana y Joaquín, y que a éstos los rodeó una gloria de luz. Supe después que a consecuencia de las gracias que recibieron aquí, la concepción de María había sido tan pura como todas lo hubieran sido sin el pecado original. Al mismo tiempo tuve una indecible visión: se abrió el cielo sobre ellos y vi la alegría de la Santísima Trinidad y de los ángeles, y su participación en la misteriosa bendición impartida aquí a los padres de María.

Después, Ana y Joaquín caminaron bajo la Puerta Dorada alabando a Dios hasta la salida. Hacia el final, el camino volvía a subir. Salieron debajo de una arcada alta y hermosa a una especie de capilla en la que ardían muchas luces; los sacerdotes los recibieron aquí y los acompañaron a la salida. La parte del Templo donde estaba la Sala del Sanedrín quedaba más bien sobre la mitad del pasadizo subterráneo; aquí al final se encontraban, según creo, las viviendas de los sacerdotes que se ocupaban de las vestiduras.

Joaquín y Ana llegaron entonces a una especie de entrante del borde de la montaña del Templo que da al Valle de Josafat. Desde aquí ya no se podía seguir de frente pues el camino torcía a derecha o a izquierda. Después, Ana y Joaquín aún fueron de visita a una vivienda sacerdotal y luego emprendieron su viaje de vuelta a casa con sus criados.

Llegados a Nazaret, Joaquín dio un alegre banquete, dio de comer a muchos pobres y repartió grandes limosnas. Vi la alegría, la ternura y la cálida gratitud a Dios de ambos esposos al meditar su misericordia con ellos; muchas veces los vi rezar con lágrimas.

En esta ocasión recibí además la explicación de que la Santísima Virgen fue concebida por sus padres por santa obediencia y con perfecta pureza, y que después vivieron en constante continencia, suma devoción y temor de Dios.

Al mismo tiempo se me enseñó claramente que la pureza, castidad y continencia de los padres y su lucha contra la impureza tiene inmensa influencia en la santidad de los niños que tengan, y que después de la concepción la continencia total aparta del fruto mucho germen de pecado.

Por lo demás, siempre he reconocido que la raíz de toda deformidad y pecado está en la incontinencia y en el exceso.

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