El sufrimiento solo se puede comprender sufriendo… El sufrimiento solo
puede ser sufrido, y lo que sabemos sobre el sufrimiento depende de cómo
sufrimos. ¿Por qué hemos de sufrir?, ¿por qué tenemos que venir a este mundo a
sufrir? Raro será el ser humano, que no se haya planteado nunca estas preguntas
y otras más, de carácter similar. Sobre estas preguntas y otras varias que el
hombre se hace, San Juan Pablo II nos dice: “Por otra parte, son elementos
de los cuales depende la «respuesta a los enigmas recónditos de la condición
humana que, hoy como ayer, conmueven íntimamente los corazones: ¿Qué es el
hombre?, ¿cuál es el sentido y el fin de nuestra vida?, ¿qué es el bien y qué
el pecado?, ¿cuál es el origen y el fin del dolor?, ¿cuál es el camino para
conseguir la verdadera felicidad?, ¿qué es la muerte, el juicio y la
retribución después de la muerte?, ¿cuál es, finalmente, ese misterio último e
inefable que abarca nuestra existencia, del que procedemos y hacia el que nos
dirigimos?”.
Todos nos planteamos estas preguntas, porque habiendo sido creados para
la felicidad y no para el sufrimiento, encontramos que es una contradicción el
hecho de que tengamos que sufrir, de pasar por un algo para lo que no hemos
sido preparados. Por ello tratamos siempre de encontrar una explicación a esta
cuestión de averiguar el misterio que se esconde en el sufrimiento, pensando
intuitiva o inconscientemente que si averiguamos la exacta contestación a
nuestras preguntas dejaremos de sufrir.
Todo sufrimiento es una resistencia o rebeldía de nuestra mente y en
definitiva de nuestra alma, y donde hay resistencia hay angustia. De manera que
la resistencia emocional, es una oscura fuerza subjetiva que tiende a anular y
dejar fuera de combate a aquello que te desagrada. El sufrimiento nos crea
siempre una inquietud, sobre todo en el momento en que somos víctimas de un
fuerte golpe; muerte de un ser querido; conocimiento de padecer una enfermedad
incurable; saber por primera vez, que nunca nos levantaremos de la silla en que
estamos postrados, tras un accidente de tráfico; que el médico nos diga que nos
vamos a quedar ciego;... etc.
Desgraciadamente, esta lista que puede ser interminable, es entonces
cuando con más intensidad, nacen en la persona las preguntas acerca del
sufrimiento. Muchas víctimas exclaman: ¡Porqué a mí, Señor! Sufrir sin sentido
es lo peor que puede pasarle a un hombre. No encontrarle sentido al sufrimiento
aumenta la intensidad de este. El papa Juan Pablo II, en su libro Orar, afirma:
“Se trata de la pregunta no solo sobre “el por qué”, sino el “para qué”. Al “por qué”, no nos puede
responder nadie sobre la tierra. Por el contrario a la pregunta, para que me ha
sido impuesto este sufrimiento, puede esta, abrirnos nuevos horizontes.
Nos planteamos todas estas preguntas en torno al sufrimiento, porque
ciertamente nuestra intuición nos lanza a planteárnoslas y realmente nuestra
intuición no nos falla, ya que si hallamos la respuesta exacta a las preguntas
que sobre esta materia nos hacemos, nuestro sufrimiento quizás no nos
desaparezca. Pero, aunque no nos desaparezca, se puede asegurar que se
transforma, dulcificándonos nuestro dolor, al encauzarlo bajo otra perspectiva,
que nos permite ver en el sufrimiento, un valor anteriormente insospechado.
El sufrimiento físico, su intensidad, lo que denominamos dolores, pueden
seguir siendo los mismos, pero el sufrimiento psíquico puede ser transformado
hasta tal punto que llegue a soterrar al físico. Por otro lado, el dolor nos
recuerda que esta vida no es la vida nuestra. Si el hombre no tuviera nunca
nada que sufrir, se haría terreno y se olvidaría de sus destinos eternos.
La contestación a todas las preguntas, se puede ir a buscarla en dos
direcciones: O bien en el mundo, o bien en el amor a Dios. Esto es tanto como
decir: o bien en la carne, o bien en el espíritu. Sufrir con tristeza. Sufrir
con paz y alegría. Es la diferencia entre sufrir de espaldas a Dios, o sufrir
pensando en su amor y en la recompensa que nos espera.
En general el hombre tiende a buscar una solución de carácter material,
tratando siempre de querer eliminar el dolor. A este respecto Benedicto XVI,
nos dice que: “Querer eliminar el sufrimiento significa negar el
amor, y negar el amor significa renegar de Cristo. La lucha contra el dragón no
puede acabar sin heridas”. El sufrimiento que más daño hace es aquel
que no se acepta…. A veces querer eliminar un sufrimiento a cualquier precio
provoca después sufrimientos mucho más difíciles de sobrellevar. Y no es que a
Dios no le afecte el sufrimiento humano, le afecta y mucho. Dios no contempla
pasivamente el sufrimiento de los seres humanos, sino que sufre con el
inocente, con el que es víctima de la incomprensible prueba, sufre con cada ser
humano. Hay un dolor de Dios, un sufrimiento de Cristo.
La mayoría de las explicaciones de los siglos XVIII y XIX, para dar
razón de la existencia del sufrimiento, vienen decir lo siguiente: el
sufrimiento es ante todo un castigo una expiación, o bien que sufrimiento es
merecimiento, y el merecimiento es necesario, para obtener la eterna felicidad.
La eficacia del sufrimiento, le viene del hecho de que duele, por eso cuanto
más doloroso más valor tiene. Es consecuencia del pecado, pero repara el
pecado. Es bueno sufrir, negarse a sí mismo, mortificarse y practicar la
renuncia. Todo ello es sacrificio, penitencia, reparación.
En contraste con este enfoque una perspectiva de evolución nos lleva a
un planteamiento muy diferente (el de Teilhard de Chardin). El sufrimiento y la
renuncia, son primordialmente una consecuencia del trabajo de desarrollo y del
precio que hay que pagar por él. Su eficacia le viene de la generosidad del
esfuerzo, sudor, sangre y lágrimas implicadas en el intento de hacer un mundo
mejor para Cristo. Para San Juan de la Cruz, “Lo que Jesús
quiso no fue desterrar el dolor, sino mantener la fe en medio del dolor; Él es
consciente de que el hombre puede superarlo, no prohibiéndole la entrada al
dolor, sino ofreciendo el apoyo de la amistad.”
Es cierto que a los ojos de Dios el sufrimiento posee una seducción
absolutamente incomprensible para nosotros, sin la cual, ciertamente, Él no
habría elegido la cruz para salvarnos. La masa general del sufrimiento humano
es un producto de la mente. Para decirlo de una manera gráfica el 90 por ciento
del sufrimiento humano es materia subjetiva. Naturalmente no se trata de una
proporcionalidad matemática, sino aproximativa. Y este dato no es una noticia
amarga sino una buena nueva, porque está en nuestras manos la posibilidad de
neutralizar, atenuar o transformar este subproducto de la existencia humana.
En el fondo podemos decir que todo sufrimiento es una resistencia mental
y donde hay resistencia hay sufrimiento. Cuando la mente actúa, lo hace
necesariamente alentando y engendrando el “yo” egoísta; el cual a su vez
extiende sus brazos apropiadores (que son los deseos de poseer, la codicia, la
sed de gloria) sobre objetivos-sucesos-personas, naciendo de esta apropiación
los temores y sobresaltos. Cuando se anula el curso de la actividad mental, lógicamente
desaparece este proceso.
Pero la capacidad de sufrimiento, no procede de la virtud del hombre,
sino de la gracia de Cristo, que puede y obra tales prodigios en la carne
frágil; pues la lleva hasta el punto de hacerla emprender y amar con fervor de
espíritu lo que siempre aborrece y rehúye por naturaleza
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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