La palabra misericordia está de moda. Estamos en un
momento en donde se supone que debemos esperar del Señor misericordia por
nuestra vida y nuestros errores sin que haya condiciones o restricciones. En la parábola de los talentos vemos que el Señor valora el esfuerzo y la
fidelidad, antes que los logros y los éxitos. En la Parábola de los Obreros de la Hora Undécima
se ve que la justicia y la misericordia del Señor son inmensas y equivalentes.
La Parábola de los Talentos nos muestra a
Dios como alguien tan lleno de misericordia, que da un premio superior a las
ganancias con sus sirvientes le devuelven. La cantidad no es lo más importante, sino la actitud que han tomado con
los dones recibidos.
Pero, hoy en día choca la actitud que Dios
toma con el siervo que devuelve lo mismo que recibió. Para nosotros devolver lo
recibido es un mérito, no un deber. Pensamos que quien es honesto ya es
merecedor de elogios, lo que demuestra que la deshonestidad es común y
abundante entre nosotros.
Al siervo que recibió y devolvió un
talento, no sólo le reprobó y no llegó a darle nada a cambio, sino que encima
fue expulsado de forma violenta. Fue llamada siervo perezoso y malo. Lo de perezoso podemos llegar a
entenderlo, pero, ¿Malo? Pero si no se ha quedado el talento ¿Qué mal ha hecho?
Ya veis cómo no sólo el que roba y defrauda ni sólo
el que obra mal, sino también el que no
hace el bien, es castigado con el último suplicio. Escuchemos, pues,
esas palabras. Mientras es tiempo, trabajemos por nuestra salvación, tomemos
aceite para nuestras lámparas, negociemos con nuestro talento. Porque si somos
perezosos y nos pasamos la vida sin hacer nada, nadie nos tendrá allí ya compasión, por mucho que juremos. También
el que entró en el banquete de bodas con ropa sucia se condenó a sí mismo; pero
de nada le aprovechó.
El que recibió un solo talento, devolvió la
cantidad que se le había entregado, y aun así fue condenado. Suplicaron las
virtudes, se acercaron y llamaron a la puerta, pero fue todo en balde.
Sabiendo, como sabemos todo esto, pongamos
a contribución, para aprovechamiento de nuestro prójimo, dinero, fervor,
dirección, todo, en fin, cuanto tenemos. Porque cada talento vale aquí tanto como la facultad misma que cada uno tiene,
ya en gobierno, riqueza, doctrina, o cualquier otra cosa semejante. Que
nadie, pues, diga: ´´Yo no tengo más que un talento y no puedo hacer
nada". No. Con un solo talento puedes también ser glorioso. Porque no
serás más pobre que la viuda de los dos cornados, ni más rudo que Pedro y Juan,
que eran ignorantes y no conocían las letras. Y, sin embargo, por haber dado muestras de su fervor y por
haberlo hecho todo en interés común, alcanzaron el cielo. (San Juan
Crisóstomo. Homilía sobre san Mateo 78)
La misericordia no es gratuita, aunque no sea proporcional (gradual) con
lo que hayamos realizado. No se obtiene únicamente en la inacción y al dejadez.
Que Dios sea infinitamente misericordioso no quiere decir que no sea, al mismo
tiempo, infinitamente justo. Justo porque juzga con certeza nuestro interior y
no las apariencias que damos a los demás. Dios
no nos ofrece su misericordia porque esta sea infinita, sino porque la ha
prometido a aquellos que son fieles, humildes, sinceros y saben compartir los
talentos con los demás.
Dios nos entrega a cada uno una capacidad
finita de justicia y de misericordia. Por nosotros mismos, si somos muy misericordiosos, seremos poco justos.
Si somos muy justos, seremos poco misericordiosos. Por eso no dice en varias
ocasiones que tengamos cuidado con nuestros juicios, que nunca serán acertados.
En cierta forma tenemos interiorizadas estas limitaciones y lo curioso es que
la tendemos a llevar a Dios estas limitaciones humanas.
Queremos creer que Dios, al ser
infinitamente misericordioso, se olvidará de la justicia. ¿Lo hizo con el siervo del talento? No podemos
juzgar y medir a Dios con nuestros imperfectos juicios humanos.
En todo caso, atendamos a la Parábola e intentemos merecer la
misericordia de Dios. Pongamos nuestra voluntad al 100% para
que la Gracia de Dios la haga capaz de fructificar. No nos quedemos a la sombra de la higuera,
esperando que dé frutos y que estos caigan en nuestras manos.
Nuestra voluntad y nuestras obras, nunca nos salvarán por sí mismas, ya
que lo que nos ha prometido Dios no se puede ganar con nada de lo que hagamos.
San Juan Crisóstomo nos lo dice clarito. Lo importante no son nuestras
limitaciones sino: “haber dado muestras de su fervor y por haberlo hecho todo
en interés común”. Tenemos que
poner nuestros talentos a trabajar “para aprovechamiento de nuestro prójimo, dinero, fervor,
dirección, todo, en fin, cuanto tenemos”.
Es decir, busquemos la santidad como camino de vida. Si la vida nos da un revés, tengamos claro que
Dios es capaz de sacar bienes de cualquier mal que haya llegado a nosotros. La misericordia de Dios, por medio de nuestra santidad, hará que el
pecado ajeno que nos ha golpeado, sea tierra donde florezca la santidad.
Es terrible es
ver cómo justificamos continuar la cadena del pecado, por nuestra inocencia al
recibirlo. Si un hijo es abandonado por sus padres, no debe escudarse en esa
injusticia para actuar de la misma forma con sus hijos. Todo lo contrario. Quien conoce el dolor de recibir un mal inmerecido, no puede desear que
otro lo padezca, a modo de descarga. ¿Hemos
dado bien por mal? Pues ya tenemos un talento de ganancia con nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario