lunes, 17 de noviembre de 2014

LA VIDA DE LA GRACIA Y VIRTUDES NECESARIAS



Cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos.

Iniciamos este estudio con una frase de la Encíclica Humanae vitae: “El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica” Resulta evidente que le vida conyugal para ser motivo de gloria a Dios requiere del marido y la mujer una lucha constante. “Cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos; cuando el bien divino de la sexualidad se pervierte, la intimidad se destroza, y el marido y la mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara”[1]. No puede convertirse la vida conyugal en una lucha por evitar el pecado y menos en un andar en el filo de lo que es ofensa a Dios: “Tu castidad no se puede limitar a evitar la caída, la ocasión…; no puede ser de ninguna manera una negación fría y matemática. ¿Te has dado cuenta de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer y perfeccionarse? -No te basta, pues, ser continente -según tu estado-, sino casto, con virtud heroica” [2].

“Con el espíritu de Dios, la castidad no resulta un peso molesto y humillante. Es una afirmación gozosa: el querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto; procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor. Para ser castos -y no simplemente continentes u honestos-, hemos de someter las pasiones a la razón, pero por un motivo alto, por un impulso de Amor” [3].

Entre los medios ascéticos propios de la vida cristiana deberá siempre estar presente la oración personal y en común, recordando los esposos la oración de Tobías y Sara: “Ella se levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los hombres. Tú mismo dijiste: No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y que podamos llegar juntos a nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: Amén, amén. Y se acostaron para pasar la noche” [4].

Asimismo, la frecuente recepción de la Sagrada Eucaristía y del sacramento de la Penitencia serán armas sobrenaturales necesarias para que Dios conceda la gracia de vivir la virtud de la castidad conyugal con heroísmo cristiano.

Dice Casiano que “difícilmente se refrenaran las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si se es incapaz de mortificar siquiera un poco las delicias del paladar [5]. Por eso, el saber refrenar los apetitos ilícitos y pecaminosos es una necesidad para el cristiano, pero ello no será posible si no se ejercita en mortificarse en lo que le es lícito y tiene razón de bondad: la comida, la bebida, el placer sexual, la lengua, etc.[6]. La mortificación en el uso del matrimonio es una expresión heroica que ayudará a los esposos a obrar con delicadeza, con naturalidad, con modestia y que les dará fuerzas para saber decir que no al deseo de íntima unión cuando existan razones verdaderas. Como sabe cualquier matrimonio cristiano que se empeña en vivir con fidelidad al Señor su vida conyugal, la cruz está siempre presente en éste ámbito de su vida, y al llevarla con alegría, se asemejan a Cristo paciente, que ofrece por todos los hombres su muerte en el Calvario y cumplen el mandato del Jesús: “si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz de cada día y sígame” [7].

La Iglesia es madre y maestra. Ella proclama y anuncia la Verdad, pero comprende las dificultades y debilidades que el hombre y la mujer encuentran para vivir conforme a la moral de Cristo en el matrimonio. Sabe también que la gracia de Dios, aquel auxilio sobrenatural que nos permite vivir como hijos del Padre de los cielos, a nadie falta según las necesidades a que cada una esté enfrentado y nunca olvida que el Señor nos dijo “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” [8]

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[1] Beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Es Cristo que pasa, 25, 7

[2] Ibidem, Forja, n. 91

[3] Ibidem, Amigos de Dios, 177, 4

[4] Tobías, 8, 5-8.

[5] Colaciones, 5

[6] Santiago, 4, 1-10,

[7] S.Lucas 9, 23

[8] Mt., 11, 28-30

Juan Ignacio González Errázuriz

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