Cuando la castidad conyugal está presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos.
Iniciamos este estudio con una
frase de la Encíclica Humanae vitae: “El dominio del instinto, mediante la
razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para
que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con
el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica”
Resulta evidente que le vida conyugal para ser motivo de gloria a Dios requiere
del marido y la mujer una lucha constante. “Cuando la castidad conyugal está
presente en el amor, la vida matrimonial es expresión de una conducta
auténtica, marido y mujer se comprenden y se sienten unidos; cuando el bien
divino de la sexualidad se pervierte, la intimidad se destroza, y el marido y
la mujer no pueden ya mirarse noblemente a la cara”[1]. No puede convertirse la
vida conyugal en una lucha por evitar el pecado y menos en un andar en el filo
de lo que es ofensa a Dios: “Tu castidad no se puede limitar a evitar la caída,
la ocasión…; no puede ser de ninguna manera una negación fría y matemática. ¿Te
has dado cuenta de que la castidad es una virtud y de que, como tal, debe crecer
y perfeccionarse? -No te basta, pues, ser continente -según tu estado-, sino
casto, con virtud heroica” [2].
“Con el espíritu de Dios, la
castidad no resulta un peso molesto y humillante. Es una afirmación gozosa: el
querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto;
procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor. Para
ser castos -y no simplemente continentes u honestos-, hemos de someter las
pasiones a la razón, pero por un motivo alto, por un impulso de Amor” [3].
Entre los medios ascéticos
propios de la vida cristiana deberá siempre estar presente la oración personal
y en común, recordando los esposos la oración de Tobías y Sara: “Ella se
levantó y empezaron a suplicar y a pedir el poder quedar a salvo. Comenzó él
diciendo: ¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre
por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación
entera, por los siglos todos. Tú creaste a Adán, y para él creaste a Eva, su
mujer, para sostén y ayuda, y para que de ambos proviniera la raza de los
hombres. Tú mismo dijiste: No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle
una ayuda semejante a él. Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas
con recta intención. Ten piedad de mí y de ella y que podamos llegar juntos a
nuestra ancianidad. Y dijeron a coro: Amén, amén. Y se acostaron para pasar la
noche” [4].
Asimismo, la frecuente recepción
de la Sagrada Eucaristía y del sacramento de la Penitencia serán armas
sobrenaturales necesarias para que Dios conceda la gracia de vivir la virtud de
la castidad conyugal con heroísmo cristiano.
Dice Casiano que “difícilmente se
refrenaran las pasiones ocultas y más violentas de la carne, si se es incapaz
de mortificar siquiera un poco las delicias del paladar [5]. Por eso, el saber
refrenar los apetitos ilícitos y pecaminosos es una necesidad para el
cristiano, pero ello no será posible si no se ejercita en mortificarse en lo
que le es lícito y tiene razón de bondad: la comida, la bebida, el placer
sexual, la lengua, etc.[6]. La mortificación en el uso del matrimonio es una
expresión heroica que ayudará a los esposos a obrar con delicadeza, con
naturalidad, con modestia y que les dará fuerzas para saber decir que no al
deseo de íntima unión cuando existan razones verdaderas. Como sabe cualquier
matrimonio cristiano que se empeña en vivir con fidelidad al Señor su vida
conyugal, la cruz está siempre presente en éste ámbito de su vida, y al
llevarla con alegría, se asemejan a Cristo paciente, que ofrece por todos los
hombres su muerte en el Calvario y cumplen el mandato del Jesús: “si alguno
quiere venir en pos de mi, niéguese a si mismo, tome su cruz de cada día y
sígame” [7].
La Iglesia es madre y maestra.
Ella proclama y anuncia la Verdad, pero comprende las dificultades y
debilidades que el hombre y la mujer encuentran para vivir conforme a la moral
de Cristo en el matrimonio. Sabe también que la gracia de Dios, aquel auxilio
sobrenatural que nos permite vivir como hijos del Padre de los cielos, a nadie
falta según las necesidades a que cada una esté enfrentado y nunca olvida que
el Señor nos dijo “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y
yo os daré descanso Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy
manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi
yugo es suave y mi carga ligera” [8]
——————————————————————————–
[1] Beato Josemaría Escrivá de
Balaguer. Es Cristo que pasa, 25, 7
[2] Ibidem, Forja, n. 91
[3] Ibidem, Amigos de Dios, 177,
4
[4] Tobías, 8, 5-8.
[5] Colaciones, 5
[6] Santiago, 4, 1-10,
[7] S.Lucas 9, 23
[8] Mt., 11, 28-30
Juan
Ignacio González Errázuriz
No hay comentarios:
Publicar un comentario