Noticia digital (17-XI-2014)
El Papa recordó las tensiones ocasionadas los últimos días en el barrio
romano de Tor Sapienza entre residentes e inmigrantes que viven en un centro de
acogida, e invitó a las autoridades a afrontar el problema, para evitar que
degenere cada vez más. Lo hizo el domingo, tras el rezo mariano del Ángelus en
la Plaza de San Pedro.
«Son hechos que ocurren en varias ciudades europeas, especialmente en
barrios de la periferia, donde existen otros problemas», señaló el Pontífice.
Por eso, pidió a las instituciones que se empeñen en «asumir como prioridad lo
que constituye una emergencia social, que si no se afronta lo antes posible y
de manera adecuada, corre el peligro de degenerar cada vez más». También señaló
que los cristianos tienen un papel fundamental «para que no exista
enfrentamiento, sino encuentro, y para que ciudadanos e inmigrantes, junto con
los representantes de las instituciones, puedan reunirse, por ejemplo, en una
sala de la parroquia, y hablar juntos de la situación». Para el Papa, lo más
importante es «no ceder a la tentación del enfrentamiento, y aprender a
rechazar la violencia». Asimismo, animó a «construir una convivencia cada vez
más segura y pacífica».
El motivo de la petición del Papa procede de las tensiones que han
tenido lugar estos días en Tor Sapienza, barrio de la periferia este de la
capital italiana, donde los residentes culpan a los inmigrantes, entre ellos
egipcios, bengalíes, afganos y malienses, del tráfico de drogas y la
inseguridad. Por eso, llevaban varias jornadas de protestas ante el centro de
acogida, pero el pasado jueves la protesta terminó en un encuentro violento en
el que los vecinos lanzaron piedras y botellas a la fachada del centro.
También recordó la celebración de la Jornada mundial de las víctimas de
la carretera, e invitó a rezar por quienes han perdido la vida en accidentes de
tráfico, y deseó que se aumente la prevención a través de un comportamiento
prudente y respetuoso de las normas por parte de los conductores.
LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS
Antes, durante el rezo del Ángelus ante miles de fieles y peregrinos, el
Papa se refirió a la parábola de los talentos. «Los talentos son el patrimonio
que el Señor nos confía. ¿Y cuál es este patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía,
la fe en el Padre celeste y su perdón», señaló el Santo Padre. «Mientras en el
lenguaje común, el término talento indica una cualidad individual –por
ejemplo un talento en la música, en el deporte, etcétera–, en la parábola, los
talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los
hagamos fructificar», añadió.
A continuación, se preguntó qué hemos hecho con estos talentos. «¿A
quién hemos contagiado con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos
alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro
prójimo? Son preguntas que nos hará bien formularnos». Y recordó a los
presentes que «cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede
convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen
situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El
testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros».
Esta parábola, afirmó el Papa Francisco, «nos empuja a no esconder
nuestra fe» ni tampoco a esconder el perdón: « no lo tengamos encerrado en
nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que haga caer los muros
que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el primer paso en las
relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más comunicación…».
C.S.A.
INTERVENCIÓN COMPLETA DEL SANTO PADRE:
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo es la parábola de los talentos, tomada de
san Mateo. Narra la historia de un hombre que, antes de partir de viaje,
convoca a sus servidores y les confía su patrimonio en talentos, monedas
antiguas de un gran valor. Ese hombre confía al primer servidor cinco talentos,
al segundo dos, al tercero uno. Durante la ausencia del hombre, los tres
servidores deben hacer fructificar este patrimonio. El primer y el segundo
servidor duplican cada uno el capital inicial; el tercero, en cambio, por miedo
a perderlo todo, entierra en un pozo el talento recibido. Al regreso del señor,
los primeros dos reciben felicitaciones y la recompensa, mientras el tercero,
que devuelve solamente la moneda recibida, es reprendido y castigado.
El significado de esto es claro. El hombre de la parábola representa a
Jesús, los servidores somos nosotros y los talentos son el patrimonio que el
Señor nos confía. ¿Cuál es el patrimonio? Su Palabra, la Eucaristía, la fe en
el Padre celeste, su perdón. Este es el patrimonio que Él nos confía. No
solamente para custodiar, sino para multiplicar. Mientras en el lenguaje común
el término talento indica una resaltante cualidad individual –por
ejemplo un talento en la música, en el deporte, etcétera–, en la parábola, los
talentos representan los bienes del Señor, que Él nos confía para que los
hagamos fructificar. El pozo cavado en el terreno por el servidor perezoso
indica el temor del riesgo que bloquea la creatividad y la fecundidad del amor.
Jesús no nos pide que conservemos su gracia en una caja fuerte, sino que quiere
que la usemos para provecho de los demás. Todos los bienes que hemos recibido
son para darlos, y así se multiplican. Es como si nos dijese: «He aquí mi
misericordia, mi ternura, mi perdón: tómalos y úsalos abundantemente». Y
nosotros ¿qué hemos hecho con ellos? ¿A quién hemos contagiado con
nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos alentado con nuestra esperanza? ¿Cuánto
amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que nos hará bien
formularnos. Cualquier ambiente, también el más lejano y árido, puede
convertirse en un lugar donde hacer fructificar los talentos. No existen
situaciones o lugares excluidos a la presencia y al testimonio cristiano. El
testimonio que Jesús nos pide no es cerrado, es abierto, depende de nosotros.
Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia
a Cristo, a no sepultar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en
nuestra vida, en las relaciones, en las situaciones concretas, como fuerza que
pone en crisis, que purifica, que renueva. Así como también el perdón, que el
Señor nos dona especialmente en el sacramento de la Reconciliación: no lo
tengamos encerrado en nosotros mismos, sino dejémoslo que desate su fuerza, que
haga caer los muros que nuestro egoísmo ha levantado, que nos haga dar el
primer paso en las relaciones bloqueadas, retomar el diálogo donde no hay más
comunicación… Hacer que estos talentos, estos regalos, estos dones que el Señor
nos ha dado, sean para los demás, crezcan, den fruto con nuestro testimonio.
Creo que hoy sería bueno que cada uno en casa tomase el Evangelio de San
Mateo, capítulo 25, versículos del 14 al 30. Leer esto y meditarlo un poco:
«Los talentos, las riquezas, todo aquello que Dios me ha dado de espiritual, de
bondad, la Palabra de Dios. ¿Cómo hago para que crezcan en los demás? ¿O
solamente los custodio en una caja fuerte?»
Además el Señor no da a todos las mismas cosas y de la misma manera: nos
conoce personalmente y nos confía aquello que es justo para nosotros; pero en
todos, en todos hay algo de igual: la misma, inmensa confianza. Dios se fía de
nosotros, Dios tiene esperanza en nosotros. Esto es igual para todos ¡No lo
defraudemos! ¡No nos dejemos engañar por el miedo, sino intercambiemos
confianza con confianza! La Virgen María encarna esta actitud de la forma más
bella y más plena. Ella ha recibido y acogido el don más sublime, Jesús en
persona, y a su vez lo ha ofrecido a la humanidad con corazón generoso.
Pidámosle
No hay comentarios:
Publicar un comentario