Santo Tomas de Aquino…, desde
niño era ya muy atento con todo lo que se relacionase con la Iglesia. Muy joven
entró en la conocida Abadía benedictina de Monte Casino, donde los frailes le
acostumbraron al silencio y la meditación. Más tarde en Nápoles se entusiasmó
con la Orden de Predicadores o dominicos y entró a formar parte de ella. Sus
superiores en la orden, le enviaron a Paris y allí fue discípulo de San Alberto
magno que también era dominico. En Paris, sus compañeros de estudios, como
quiera que él era muy corpulento y de pocas palabras, le llamaban el buey mudo. Se enteró San Alberto del
apodo y les dijo a todos: Ustedes le
llaman el buey mudo, pero llegará un día en que los mugidos de este buey se escuchen
en el mundo entero. Y así fue.
La fama de su santidad, era ya
conocida antes de su muerte el 7 de marzo de 1274. Poco antes de su muerte, en
una visita que le hizo su hermana, esta le preguntó: Tomás que hay que hacer
para ser santo y el haciendo honor a su sobrenombre le dijo escuetamente: Querer. Posiblemente nadie ha logrado
nunca expresar tanto, con una sola palabra y me parece muy conveniente dedicar
esta glosa al análisis de esta palabra.
Hay un aforismo que completa la
palabra de Santo Tomás y que dice: Querer
es poder. Y bien, en el plano espiritual, el aforismo es correcto y
completamente válido y verdadero, pero no así en el plano material humano,
pongamos un ejemplo: Una persona quiere llegar a ser propietaria del museo del
Prado de Madrid, de la torre de Eiffel en París, o de la Pinacoteca de los
museos Vaticanos en Roma. Habría dos inconvenientes insalvables para conseguir
obtener cualquiera de estos tres bienes materiales. Lo primero, sería
naturalmente, disponer del dinero necesario para adquirir estos bienes y lo
segundo, es que aun suponiendo hipotéticamente que se disponga del dinero, para
adquirir cualquiera de estos bienes, ni el gobierno español, ni el francés ni
la Santa Sede, estarían dispuesto a vender cualquiera de estos bienes. Existe
pues una imposibilidad total que anula el contenido del aforismo Querer es poder.
Pero en el plano espiritual, todo
es distinto. Tanto la contestación de Santo Tomás a su hermana, como el
aforismo es correcto. ¿Y por qué esto es así? Esto es así, en atención a las
siguientes circunstancias. Veamos: Que nosotros conozcamos, existe un orden
superior que es del espíritu, al cual pertenece nuestra alma, no nuestro cuerpo
y es superior porque este orden es Dios mismo, dado que su esencia es la de
ser, tal como San Juan evangelista nos manifiesta, un Espíritu puro de amor, que en un momento determinado creo el
orden de la materia, al que pertenece nuestro cuerpo. Todo el universo, está
compuesto de estrellas y satélites, que forman unas galaxias y hasta donde
nosotros podemos llegar, todo es materia pura que desaparecerá en millones de
años convertido cada astro en un agujero negro, de acuerdo con lo que nos
manifiestan los astrónomos
La materia es caduca, tarde o
temprano fenece, porque nuestro cuerpo fenecerá, a diferencia de lo espiritual,
que nunca fenece, así nuestra alma para bien o para mal de acuerdo con el
destino que le quedamos dar a ella, jamás perecerá es inmortal, porque entró en
la eternidad el día que Dios la creó. En el orden del espíritu, solo Dios es
eterno, porque nunca ha tenido principio ni tendrá fin, los ángeles y nuestras
almas como los ángeles y los demonios somos inmortales no eternos, porque
aunque nunca tendremos fin, sin embargo hemos tenido principio, en el momento
en que fuimos creados por Dios, en nuestro caso a su imagen y semejanza
conforme El mismo nos lo ha manifestado en el libro del Génesis. Con respecto a
los ángeles no tenemos conocimiento exacto pero es de suponer que Dios los creo
también a su imagen y semejanza.
Dios es un Ser ilimitado en todo
y en todas sus facultades, el ser semejantes a Dios nos confiere en el orden
espiritual esa ilimitación divina, o en el grado de Dios tiene dispuesto, pero
si lo suficiente para que toda nuestra actuación en el orden espiritual sea
siempre ilimitada. ¿Y qué quiere decir esto? Pues que si por ejemplo deseamos
amar a Dios, ese amor será fruto de nuestro querer
y de nuestro poder sin limitación alguna, y carecerá de límites, aunque
nunca podremos llegar a alcanzar el grado de amor que Dios nos tiene a
nosotros. Es por esto, por lo que en orden del espíritu, funciona el aforismo Querer es poder, y consecuentemente si
algo deseamos en el orden espiritual, está siempre en nuestras manos obtenerlo.
Desde luego que encontraremos obstáculos, para lograr la obtención de nuestros
deseos, pero si queremos podemos.
Estos obstáculos que hemos de
vencer en la llamada lucha ascética son tres. Los tres que generalmente se
enumeran, son: el demonio, el mundo y la carne. El demonio con sus constantes
actuaciones para tentarnos y tratar de evitar que amemos al Señor, a quien
tanto él, pues lo suyo es el odio y las tinieblas. Él es incapaz de amar,
perdió esta capacidad cuando se salió del ámbito de amor del Señor, y su
antigua capacidad de amar se le convirtió en la antítesis del amor que es el
odio. El mundo con sus apegos que nos atan de tal forma que si de nosotros
dependiese, desearíamos vivir siempre en este mundo, porque como dice el
refrán: Más vale pájaro en mano que
ciento volando. Y la tendencia de la carne que azuzada por nuestra
concupiscencia, heredada como consecuencia del pecado de nuestros primeros
padres Adán y Eva, que perdieron para sí y para sus descendientes que somos
nosotros los dones y bienes parafernales de que disponían y los perdieron por
su pecado, teniendo que bajar a esa tierra el Hijo de Dios, para redimirnos de
la miserable situación en que nos dejaron Adán y Eva. El Señor Hijo de Dios si
hizo también Hijo del hombre tal como a Él le gustaba decir y sufriendo por
nosotros la Pasión, Muerte y resurrección y ser nosotros rescatado al precio de
la sangre del cordero divino: “Tanto amó
Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en
Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)
Y frente a estos obstáculos,
también tenemos a nuestra disposición las gracias sacramentales para ayudarnos,
porque tal como nos dejó dicho Jesús: "5 Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin
mí no podéis hacer nada. 6 El
que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los
amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. 7 Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que quisiereis y se os dará”. (Jn 15,5-7).
Si de verdad queremos podemos, llegar alcanzar límites insospechados. Amar a
Dios, es muy fácil, Él está constantemente a nuestro lado, esperando u gesto de
amor nuestro hacia Él, porque Él está sediento de nuestro amor. Santa Teresa de
Lisieux decía que Dios es el mendigo del amor humano ¡¡Es tan fácil amarlo!!
Solo necesitamos dejarnos amar por Él.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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