Francisco cierra el círculo del
Concilio Vaticano II.
Este
viernes por la tarde, el Papa Francisco recibió en audiencia privada al
cardenal Angelo Amato, prefecto
de la Congregación para las Causas de los Santos, y autorizó, entre otros
decretos (que incluye el de virtudes heroicas del sacerdote jesuita catalán Jacinto Alegre Pujals, 1874-1930,
consagrado a los más pobres en el espíritu del Cottolengo), la aprobación del milagro atribuido a la
intercesión del Venerable Siervo de Dios Pablo VI (Giovanni Battista Montini),
nacido el 26 de septiembre de 1897 en la localidad italiana de Concesio y
fallecido el 6 agosto de 1978 en Castel Gandolfo, tras un pontificado de quince
años iniciado en 1963 a la muerte de San Juan XXIII.
En esta misma audiencia, el Papa autorizó al dicasterio del cardenal Amato que el rito de la beatificación de Pablo VI tenga lugar en el Vaticano, el próximo 19 de octubre, esto es, a la conclusión del sínodo extraordinario sobre la familia que habrá comenzado el día 5 de ese mes.
LA CURACIÓN DE UN FETO, MILAGRO DEL PAPA DE LA "HUMANAE VITAE"
El milagro que permite esta beatificación sucedió en Estados Unidos en 2001, cuando un feto en el quinto mes de embarazo entró en condiciones críticas por la rotura de la vejiga fetal, la presencia de líquido en el abdomen, y la ausencia de líquido en la bolsa amniótica. El diagnóstico médico preveía la muerte del niño en el vientre materno, o si sobrevivía indicaba inevitables malformaciones.
Aconsejaron a la madre que interrumpiera el embarazo, pero ella rechazó la propuesta del aborto. Acompañada por una religiosa italiana recurrió a la intercesión de Pablo VI. A continuación la situación fue mejorando y el niño nació bien a los ocho meses en un parto por cesárea.
La consultoría médica de la Congregación para la Causa de los Santos, certificó el 12 de diciembre pasado lo inexplicable de la curación desde el punto de vista de la medicina y el 18 de febrero los teólogos del dicasterio reconocieron que el milagro de Dios había sucedido por la intercesión pedida a Pablo VI.
LOS PAPAS DEL CONCILIO
Con la beatificación de Pablo VI, Francisco cierra el círculo de la elevación a los altares de los considerados Papas del Vaticano II. Juan XXIII lo convocó, Pablo VI lo clausuró, y Juan Pablo II, que participó en él como arzobispo de Cracovia, llevó a cabo reformas sustanciales que proceden del Concilio, como el Código de Derecho Canónico o el Catecismo de la Iglesia Católica. Benedicto XVI no formó parte del Concilio en sentido estricto, aunque tuvo en él un papel relevante en cuanto teólogo de cabecera de uno de los padres conciliares más relevantes, el cardenal Joseph Frings (1887-1978).
Pablo VI protagonizó importantes cambios en la Iglesia. Algunos de naturaleza ecuménica, como su célebre abrazo con el patriarca Atenágoras y el mutuo levantamiento de excomuniones. Otros, de índole pastoral, como haber iniciado la era moderna de los viajes pontificios con sus visitas a Tierra Santa, la India o la ONU. Y también -la de mayor alcance para el común de los fieles- promulgó en 1969 la reforma litúrgica.
EL MUNDO CONTRA EL PAPA
Pero donde el Papa Montini dio testimonio de la virtud sobrenatural de la fe y de la virtud cardinal de la fortaleza fue con la encíclica Humanae Vitae de 25 de julio de 1968 "sobre la regulación de la natalidad". La creación de una comisión en el Vaticano para estudiar la cuestión, formada por una mayoría de miembros partidarios de relajar la moral cristiana, animó las expectativas mundanas de que la Iglesia aceptase la creciente difusión mundial de la mentalidad anticonceptiva.
Por eso, cuando Pablo VI zanjó que "cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" y que esta doctrina "está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador", se desató una brutal campaña mundial contra él. En aquella época arrancaban las políticas antinatalistas de los Estados y las agencias de la ONU clamaban contra la "superpoblación", convertida en el enemigo a batir.
La campaña contra el Papa tuvo eco dentro de la misma Iglesia, donde a la rebelión abierta y pública de muchos sacerdotes y grupos e incluso algún obispo, se unió la relativización del contenido de la encíclica apelando a la "conciencia individual", por parte de prelados tan relevantes en el Concilio como los cardenales Julius Döpfner, arzobispo de Múnich, o Bernhard Alfrink, arzobispo de Utrecht, o por parte de una conferencia episcopal entera, como la francesa, que debió ser rectificada desde las páginas de L´Osservatore Romano.
SUFRIR POR LA IGLESIA
Esa denuncia de Pablo VI, que tuvo su continuidad en la de San Juan Pablo II contra la "cultura de la muerte", se ha revelado profética ante la implosión demográfica de Occidente, la destrucción de la familia, el auge del individualismo y la extensión del aborto, que también rechazaba la Humanae Vitae "aunque sea por razones terapéuticas".
En el discurso del 22 de junio de 1972 por el IX aniversario de su elevación, Pablo VI evocó implícita y misteriosamente aquellos ataques: “Quizá el Señor me ha llamado a este servicio no porque yo tenga aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y aparezca claro que es El, y no otros, quien la guía y la salva”. Ese sufrimiento por su testimonio de fe y fortaleza, refrendado por un milagro, es el que ahora le lleva a los altares.
En esta misma audiencia, el Papa autorizó al dicasterio del cardenal Amato que el rito de la beatificación de Pablo VI tenga lugar en el Vaticano, el próximo 19 de octubre, esto es, a la conclusión del sínodo extraordinario sobre la familia que habrá comenzado el día 5 de ese mes.
LA CURACIÓN DE UN FETO, MILAGRO DEL PAPA DE LA "HUMANAE VITAE"
El milagro que permite esta beatificación sucedió en Estados Unidos en 2001, cuando un feto en el quinto mes de embarazo entró en condiciones críticas por la rotura de la vejiga fetal, la presencia de líquido en el abdomen, y la ausencia de líquido en la bolsa amniótica. El diagnóstico médico preveía la muerte del niño en el vientre materno, o si sobrevivía indicaba inevitables malformaciones.
Aconsejaron a la madre que interrumpiera el embarazo, pero ella rechazó la propuesta del aborto. Acompañada por una religiosa italiana recurrió a la intercesión de Pablo VI. A continuación la situación fue mejorando y el niño nació bien a los ocho meses en un parto por cesárea.
La consultoría médica de la Congregación para la Causa de los Santos, certificó el 12 de diciembre pasado lo inexplicable de la curación desde el punto de vista de la medicina y el 18 de febrero los teólogos del dicasterio reconocieron que el milagro de Dios había sucedido por la intercesión pedida a Pablo VI.
LOS PAPAS DEL CONCILIO
Con la beatificación de Pablo VI, Francisco cierra el círculo de la elevación a los altares de los considerados Papas del Vaticano II. Juan XXIII lo convocó, Pablo VI lo clausuró, y Juan Pablo II, que participó en él como arzobispo de Cracovia, llevó a cabo reformas sustanciales que proceden del Concilio, como el Código de Derecho Canónico o el Catecismo de la Iglesia Católica. Benedicto XVI no formó parte del Concilio en sentido estricto, aunque tuvo en él un papel relevante en cuanto teólogo de cabecera de uno de los padres conciliares más relevantes, el cardenal Joseph Frings (1887-1978).
Pablo VI protagonizó importantes cambios en la Iglesia. Algunos de naturaleza ecuménica, como su célebre abrazo con el patriarca Atenágoras y el mutuo levantamiento de excomuniones. Otros, de índole pastoral, como haber iniciado la era moderna de los viajes pontificios con sus visitas a Tierra Santa, la India o la ONU. Y también -la de mayor alcance para el común de los fieles- promulgó en 1969 la reforma litúrgica.
EL MUNDO CONTRA EL PAPA
Pero donde el Papa Montini dio testimonio de la virtud sobrenatural de la fe y de la virtud cardinal de la fortaleza fue con la encíclica Humanae Vitae de 25 de julio de 1968 "sobre la regulación de la natalidad". La creación de una comisión en el Vaticano para estudiar la cuestión, formada por una mayoría de miembros partidarios de relajar la moral cristiana, animó las expectativas mundanas de que la Iglesia aceptase la creciente difusión mundial de la mentalidad anticonceptiva.
Por eso, cuando Pablo VI zanjó que "cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" y que esta doctrina "está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador", se desató una brutal campaña mundial contra él. En aquella época arrancaban las políticas antinatalistas de los Estados y las agencias de la ONU clamaban contra la "superpoblación", convertida en el enemigo a batir.
La campaña contra el Papa tuvo eco dentro de la misma Iglesia, donde a la rebelión abierta y pública de muchos sacerdotes y grupos e incluso algún obispo, se unió la relativización del contenido de la encíclica apelando a la "conciencia individual", por parte de prelados tan relevantes en el Concilio como los cardenales Julius Döpfner, arzobispo de Múnich, o Bernhard Alfrink, arzobispo de Utrecht, o por parte de una conferencia episcopal entera, como la francesa, que debió ser rectificada desde las páginas de L´Osservatore Romano.
SUFRIR POR LA IGLESIA
Esa denuncia de Pablo VI, que tuvo su continuidad en la de San Juan Pablo II contra la "cultura de la muerte", se ha revelado profética ante la implosión demográfica de Occidente, la destrucción de la familia, el auge del individualismo y la extensión del aborto, que también rechazaba la Humanae Vitae "aunque sea por razones terapéuticas".
En el discurso del 22 de junio de 1972 por el IX aniversario de su elevación, Pablo VI evocó implícita y misteriosamente aquellos ataques: “Quizá el Señor me ha llamado a este servicio no porque yo tenga aptitudes, o para que gobierne y salve la Iglesia en las presentes dificultades, sino para que yo sufra algo por la Iglesia, y aparezca claro que es El, y no otros, quien la guía y la salva”. Ese sufrimiento por su testimonio de fe y fortaleza, refrendado por un milagro, es el que ahora le lleva a los altares.
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