En principio…, el envejecimiento
corporal como su nombre nos indica, es al cuerpo a quien le afecta, pues él es
materia mortal, mientras que el alma, como elemento espiritual, no le puede
afectar porque ella es inmortal. Porque como sabemos todo lo materia fenece
pero lo espiritual es inmortal. Nosotros somos seres con un alma, directamente
creada por Dios e indirectamente, también nuestro cuerpo material, esta creado
por Dios pero con la facultad de intervención que Dios le dio a nuestros
padres. El alma y el cuerpo son dos distintas partes de nuestro ser personal,
que están unidas pero no mezcladas, mientas estemos en este mundo, para cumplir
la prueba de amor a Dios, que es la razón básica de nuestra estancia aquí
abajo. Pero no es este mundo, en el que ahora vivimos nuestra patria
definitiva.
Decíamos antes que las dos pares
de nuestro ser personal, el alma que pertenece al orden del espíritu y el
cuerpo que pertenece al orden de la material, están unidos pero no mezclados.
Es imposible la mezcla pues cada uno de ellos pertenece a un orden distinto, es
como si en un recipiente ponemos agua y aceite, por mucho que los agitemos
nunca se unirán, el agua quedará en el fondo y el aceite en la superficie. La
distinción fundamental que media entre los dos, es que lo material siempre
fenece y lo espiritual es inmortal. Llegará un periodo de tiempo, que no es el
mismo en cuento a su duración para cada persona, en que nuestro cuerpo se
derrumbará totalmente y nuestra alma le abandonará. Mientras vivimos podemos
observar este derrumbamiento del cuerpo humano. Los jóvenes no tienen las
enfermedades y achaques que tienen los viejos. Con el paso del tiempo van
aumentando los achaques y goteras que antes se tenía.
Pero al tiempo que el cuerpo va
derrumbándose las almas se van fortaleciendo porque ellas siempre son jóvenes y
nunca envejecen. El tiempo no hace mella en su funcionamiento del alma en
sentido negativo como en el cuerpo, ella no se derrumba al contrario se fortalece
en la misma medida en que se va derrumbándose el cuerpo, porque se va librando
delos deseos y apetitos de este. El espíritu es siempre inmortal la mortalidad
es cosa de la materia.
El dominio del cuerpo sobre
nuestra alma, es de tal naturaleza, que nuestra alma, que siempre tiende hacia
su Creador, tiene que luchar continuamente frente a las demandas y apetitos
corporales, lo que da origen a la llamada lucha ascética de nuestra alma. Esta
lucha dura toda la vida y acaba con la muerte del cuerpo, que poco a poco se va
debilitando en misma medida en que se va fortaleciendo nuestra alma. Eh aquí,
la razón por la que las personas mayores en genera suelen ser más piadosas.
La Constitución Gaudiun et spes, del Concilio del
Vaticano II, nos dice que: “La semilla de
eternidad que el hombre lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se
subleva contra la muerte”. Pero esta preocupación y miedo que el cuerpo
tiene por su envejecimiento y sobre todo por su destino final, al cual más que
miedo, muchos los que le tienen es terror. Pero este miedo o terror, no es
igual en todas las personas, porque hay una relación directa, entre el
envejecimiento y muerte del cuerpo y el grado o nivel de vida espiritual, que
tenga la, persona de que se trate.
Cuando se es niño o adolescente,
el grado de apego a esta vida es muy escaso, pues se piensa: ¡Es tanta la vida
que tengo por delante! Es más, el niño siempre desea que pasen pronto los años,
para llegar a ser mayor. Pero cuando se es mayor y avanzan los años, se
empiezan a echar cuentas, y el ser humano empieza a apegarse a esta vida. Más
tarde, cuando pasan más años, pueden ocurrir dos cosas, o bien que uno se muera
completamente apegado a esta vida sin haberse preocupado de su nivel de vida
espiritual, o que por el contrario, a la vista de lo que le espera, antes o
después la persona de que se trate, si se haya ocupado de acercarse a Dios.
Poco dura, o muy poco dura lo que
es o lo que sea la vida del hombre sobre la tierra; dura el tiempo que Dios ha
considerado necesario para que se logre superar la prueba de amor a Él, a la
que todos estamos aquí convocados, pero a la que muchos aún no se han enterado
y lo que es aún más peor, es que se mueren sin enterarse. Desde el punto de
vista humano el tiempo tiene un extraordinario valor. Este valor es mucho más
importante para nuestra materia, es decir, para nuestro cuerpo que para nuestra
alma, es decir para nuestro espíritu. En este mundo estamos sujetados por el
dogal del tiempo, porque toda prueba necesita un periodo de desarrollo.
Ya hemos dicho que, en la medida
que avanzan los años, el cuerpo se va derrumbando y cede en su presión sobre el
alma que comienza a sentirse más libre. Y cuando el cuerpo humano envejece, le
es más fácil madurar al alma. Conforme pasan los años y el cuerpo va perdiendo
su fortaleza física inicial, y el alma se va rejuveneciendo y va aumentando el
grado de vida espiritual de la persona.
Este grado de vida espiritual de
una persona, varia siempre en función de varios parámetros, el principal de
ellos, por supuesto es el grado de amor a Dios. Pero también es de tener
presente, que el grado de apego a esta vida y a las cosas de este mundo, tiende
a crecer en las personas de edad avanzada. Por ello es conveniente pedirle
continuamente al Señor el desapego, contra todo aquello a lo que nos incita el
maligno y la materia de este mundo. San Pablo manifestaba en su segunda
epístola a los corintios, que: "16
Por eso no desfallezcamos. Aun cuando nuestro hombre exterior se vaya
desmoronando, el hombre interior se va renovando de día en día. 17 En efecto,
la leve tribulación de un momento nos produce, sobre toda medida, un pesado
caudal de gloria eterna, 18 en cuanto no ponemos nuestros ojos en las cosas
visibles, sino en las invisibles; pues las cosas visibles son pasajeras, más
las invisibles son eternas”. (2Co 4,16-18).
Cuanto mayor es el nivel de vida
espiritual del alma de una persona, en esta la fuerza de su cuerpo decrece y en
esa medida de decrecimiento se va fortaleciendo más su alma, si se vencen los
apegos mundanos y cualquiera de ellos, sean de la clase que sean, grandes o
pequeños, porque ellos nos impiden dar el vuelo final hacia el Señor. San Juan
de la Cruz nos dice: “Da lo mismo que un
pájaro esté atado a un hilo delgado que a uno grueso si no lo rompe para volar.
Cierto que el delgado es más fácil de romper; pero por fácil que sea, si no lo
rompe no volará. Así es el alma que está apegada a alguna cosa, que por mucha
virtud que tenga no llegará a la libertad de la divina unión”.
El hombre creyente y el no
creyente, tienen ambos la necesidad de ser despojado de todo sistema de
seguridad, que le ate a este mundo, si es que quieren salir de él en dirección
a Dios. Cuando un hombre si no está plenamente entregado a la voluntad divina,
se ha fabricado un sistema de seguridad, que le aparta de Dios, en cuanto es en
Dios, donde él ha de encontrar su seguridad. Por ello para llegar a Dios, e
hombre ha de ser despojado de cualquier sistema de seguridad que no sea Dios.
Cuando el hombre es despojado de su sistema de seguridad material humana, este
puede rebelarse contra Dios y se apartarse de Él, o por el contrario, adquiere
una fe más dinámica y un mayor abandono en Dios.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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