Ayer por la noche, vine de un
viaje a Israel. El viaje os lo contaré con detalle mañana. Pero es que durante
el viaje leí, de nuevo, la intervención del Cardenal Kasper ante el resto de
cardenales sobre el tema de los divorciados y la comunión, y no me resisto a
pergeñar unas líneas.
Con el texto de Kasper, se puede
o no se puede estar de acuerdo. Pero no encontraremos las traiciones a la fe
que sus opositores le han atribuido. Por el contrario, me parece un
razonamiento profundo, mesurado e imbuido de un evidente deseo de ser fiel a la
Iglesia y al mensaje de Cristo.
Todo el mundo que está a mi
alrededor, me sigue preguntando qué opino. Y aunque mi opinión ya la he dado,
desearía profundizar un poco más en la opinión mía que ya expuse.
En este asunto, la solución no
está en abrir un poco la mano. Hay que replantearse la esencia misma de todo
este problema. La solución tiene que venir desde la verdad. La misericordia nos
puede llevar a reflexionar. Pero la solución viene desde la verdad.
El tema a mí me parece
apasionante. Sea cual sea la solución que se dé, supondrá una profundización en
la capacidad de las llaves: ¿hasta dónde llega el poder del Vicario de Cristo?
Por otra parte, hay que insistir
en que este tema en el Evangelio no está tan claro como yo mismo creía. Un
amigo evangélico me hizo abrir los ojos. Desde la primera vez que leí ese
versículo en el seminario, la cláusula a no ser en caso de fornicación (porneia
en griego) me pareció algo muy oscuro. Jesús deja clara la indisolubilidad,
pero añade una cláusula de excepción. El problema es que no sabemos qué quiso
decir con eso. Los esfuerzos de nuestro profesor en las clases del seminario,
no me convencieron. El profesor dio sus explicaciones con firmeza. Pero la
firmeza no bastaba para desmentir las palabras de Cristo que allí, ciertamente,
establece una cláusula de excepción.
El Papa ha hecho muy bien en
crear lío. Es muy bueno que las cosas se discutan, se dialoguen y se
reflexionen. Lo que pasa es que estamos acostumbrados a que este tipo de
reflexión, se haga desde la heterodoxia o desde la desobediencia. Ahora tenemos
la oportunidad de replantearnos las cosas desde la comunión. En cierto modo,
sería bueno que este sano ejercicio lo realizásemos más veces.
Pero, por favor, no faltemos a la caridad con el que no piensa como
nosotros. Aquí todos quieren ser fieles a la voluntad de Cristo. Aquí no hay
buenos y malos, sólo hermanos que tratan de reflexionar unidos.
P.
FORTEA
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