Queridos amigos y hermanos de
ReL: en este espacio sacerdotal/vocacional me voy a permitir compartirles, y en
más de una oportunidad, algunas resonancias del haber conocido en persona y ser
vecinos de confesionario en los dos últimos cursos con el siempre bien
recordado y querido padre Jorge Loring, SJ.
Recordarle y elevar una plegaria
por su alma es, estrictamente, un acto de justicia, y por supuesto, un acto de
caridad, porque es la manera de decirle gracias por tanto bien que ha hecho en
su tierra española, y a tantos hermanos en distintos lugares del mundo, porque
a través de sus libros y de su presencia, les llegó el mensaje de Jesucristo.
La Escritura nos dice que hay una
oración que agrada especialmente a Dios, que toca lo más profundo de su
corazón, y es la oración por nuestros difuntos. Porque encierra esto que
venimos diciendo, la gratitud, el reconocimiento, la justicia y también
manifiesta la esperanza certera de que con la muerte nada termina, sino que con
la muerta empieza esa vida futura, mejor y más justa, “que Dios ha preparado
para aquellos que le aman” (Cf. 1 Cor 32,9).
Pensaba, rezaba, qué compartirles
sobre su sacerdocio. Y pensé, y recé, qué mejor que reseñar cuál fue la clave
de su sacerdocio, de esta fidelidad de casi 60 años de vida sacerdotal.
Buscando entre sus escritos encontré un texto maravilloso que escribió cuando
cumplió 90 años, pensando en los sacerdotes jóvenes, y que él tituló: “Consejos
a un joven sacerdote”.
Son 15 y se los trascribo
literalmente. Yo les pido que los vayan leyendo, y al leerlos, vayamos haciendo
un retrato de su alma sacerdotal. Porque, en definitiva, lo que aquí aconsejaba
a un joven sacerdote, es un proyecto ya vivido por él de entrega y fidelidad a
Nuestro Señor. Y nos vamos a encontrar con esa pluma decidida, vehemente,
fundamentada en la certeza. Él tuvo muy claro que “era un hombre sacado de
entre los hombres para las cosas que miran a Dios” (Cf. Heb 5,11).
Nos dice el padre Loring:
Al cumplir los noventa años deseo informarte, joven sacerdote, de
algunas normas que han orientado mi vida:
1.- Me ordené a los 33 años, he cumplido los 90 y no me he arrepentido
ni un minuto. Elegí bien. Si volviera a nacer elegiría lo mismo.
2.- Valora tu vocación. El sacerdote es el mayor bienhechor de la
humanidad, pues sólo él puede dar la vida eterna.
3.- La autoestima es razonable; pero la vanidad, no. Ignorar los dones
recibidos de Dios es ingratitud; pero envanecerse de ellos es ridículo, pues
Dios pudo habérselos dado a otro y no a ti. Ya dijo San Pablo: ¿Qué tienes que
no hayas recibido? Y si los has recibido, ¿de qué te engríes?
4.- Procura tener una buena cultura, sobre todo en las materias afines
al sacerdocio. Pero no olvides que la virtud es más importante que la cultura.
El Cura de Ars, con poca cultura, ha salvado más almas que muchos sacerdotes
muy cultos.
5.- El tiempo es para evangelizar, estudiar y orar. Nada más. Descansar
sólo lo indispensable.
6.- Cuida tu salud para estar apto a las exigencias de la evangelización.
7.- Cuida tu imagen; no por vanidad mundana, sino para ayudar a que
reciban tu mensaje. Si resultas repelente, el rechazo a tu persona arrastrará
el rechazo a tu mensaje.
8.- Es posible que alguna mujer se enamore e ti. Recházala con caridad,
pero con firmeza. No te creas invencible. Todos podemos perder la cabeza. No
serías el primero ni el último. Sé humilde y toma precauciones.
9.- La codicia es peor que la lujuria. El dinero hace falta para
evangelizar. Muchos instrumentos de evangelización cuestan dinero. Pero el
apego al dinero puede apartarnos de Dios.
10.- Sé fiel al MAGISTERIO OFICIAL DE LA IGLESIA. Debemos dejarnos
conducir por quien Dios ha puesto al timón de la Iglesia, y no por las
opiniones de un marinero de cubierta.
11.- Debemos procurar ser “otros Cristos” en la tierra: pasar haciendo
el bien. Que todo el que se acerque a nosotros se aleje mejorado
espiritualmente.
12.- Y por supuesto, atiende a todos siempre con buena cara. Que nunca
nadie pueda considerar que no lo has atendido bien.
13.- Cuida mucho los juicios que emites de otros. Alguna persona se
apartó de la Iglesia por lo que dijo de ella un sacerdote. Hay que combatir el
error, pero sin despreciar a la persona equivocada.
14.- Si te equivocas, reconócelo; y pide perdón si alguien se ha sentido
herido por tu culpa. La soberbia en un sacerdote es funesta. La humildad
resulta atractiva.
15.- Que se te vea piadoso. Trata a la Eucaristía con todo respeto y
devoción. El P. Ángel Peña, agustino recoleto, tiene un bonito libro titulado
SACERDOTE PARA SIEMPRE, que termina con este consejo: ‘Sacerdote, celebra tu
misa, Como si fuera tu primera misa, Como si fuera tu última misa, Como si
fuera tu única misa’.
¿Hace falta decir algo más? Aquí
está el alma de un santo sacerdote. Aquí está reflejada, en pinceladas muy
concretas, la vivencia de un hombre de Dios. Ésta es la clave de la santidad
sacerdotal. Y por eso, ese punto uno, ya no teniéndolo físicamente entre
nosotros se convierte en un ejemplo infinito y admirable: “Me ordené a los 33 años, he cumplido los 90 y no me he arrepentido ni
un minuto. Elegí bien. Si volviera a nacer elegiría lo mismo”.
Días pasados estuve un día con
las Carmelitas Descalzas de Cádiz dándoles un curso de formación y cuando me
retiro la Madre Superiora me regala la estampa de recuerdo del padre Loring de
sus 50 años como sacerdote. ¿Qué expresó de su vivencia sacerdotal en sus 50
años el 15 de julio de 2004?: “Jesucristo me ha ungido sacerdote para repartir
Su Cuerpo, Su Palabra y Su Perdón”.
¡Gracias padre Jorge Loring, por
todo lo que nos has enseñado, por todo lo que nos diste, por repartir a manos
llenos el Cuerpo, la Palabra y el Perdón de Jesucristo! Que ahora junto al
Padre el Señor te dé el descanso eterno y que brille para ti la luz que no
tiene fin. Que así sea.
Le invito a escuchar el audio de estas reflexiones
en el siguiente vínculo:
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