Quienes
damos clases y estamos involucrados con la pastoral juvenil, sabemos que existe
una rivalidad preocupante entre algunos movimientos eclesiales. En lugar de dar
nombres, lo mejor es reflexionar sobre los síntomas con el objetivo de atender
adecuadamente el problema. El sentido de pertenencia a un carisma concreto es
algo necesario para responder a una de las opciones que ofrece el Espíritu
Santo; sin embargo, cuando se pasa de valorar lo propio a despreciar lo ajeno,
estamos ante una actitud que fue ampliamente criticada por el apóstol Pablo,
cuyas palabras sorprenden por su acierto y actualidad: “Les ruego, hermanos, por el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo, que se pongan de acuerdo para que no haya divisiones entre
ustedes, sino que conserven la armonía en el pensar y en el sentir. Les digo
esto, hermanos míos, porque los de Cloe me han informado de que hay discordias
entre ustedes. Me refiero a eso que unos y otros andan diciendo: «Yo soy de
Pablo, yo de Apolo, yo de Pedro, yo de Cristo». Pero, ¿es que está dividido
Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por ustedes o fueron bautizados en su nombre? (1
Corintios 1, 10-13)”. Hoy día, sobre todo, cuando llega la temporada
de irse de misiones por Semana Santa, algunos grupos parecen hacer una apuesta
sobre quién logrará llevar más gente entre sus filas. De hecho, no falta el
movimiento que incluso hace una especie de campaña sucia para evitar que alguna
otra congregación u orden pueda bajarles el rating. Suena ridículo, inmaduro,
pero la realidad habla por sí misma y sería muy ingenuo e irresponsable hacer
como que no pasa nada.
Estimar
el carisma de cada quien es muy importante para mantener el entusiasmo, pero
sin llegar al grado de menospreciar a los otros o esperar aplausos en todas
partes sin el más mínimo indicio de réplica u observación. Como lo ha pedido el
Papa Francisco, hay que distinguir entre proselitismo y evangelización. El
primer caso, no tiene nada que ver con la fe, sino con las estadísticas,
mientras que el segundo implica compartir la experiencia de encuentro con la
verdad que, en la persona de Cristo, asumió un rostro concreto. Sin negar el
valor de la cantidad, no hay que perder de vista la relevancia de la calidad.
Muchas veces, quienes proceden de un movimiento que ha vivido un escándalo
alrededor de la figura de algún miembro destacado “ad intra” (al interior) -en
su afán de tapar el sol con un dedo- pretenden que el resto de la Iglesia lo
acepte o justifique por motivos meramente superficiales, de imagen; sin
embargo, esto no es posible, pues un mal ejemplo -investigado y debidamente
probado- carece de credibilidad moral y religiosa.
En medio
de la variedad de carismas aprobados por el Papa, se impone la urgencia de
evitar discusiones inútiles y acciones que pongan en riesgo la unidad eclesial.
No olvidemos que todos partimos de un común denominador: el bautismo.
Carlos J. Díaz
Rodríguez
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