Quisiera dedicar unos cuantos
artículos a un tema tan actual y que está suscitando tantas inquietudes como es
el tema de los carismas en la Iglesia. Para ello es importante en primer lugar
que determinemos qué queremos decir con la palabra carisma. En nuestro lenguaje
solemos decir que una persona tiene carisma cuando es atractivo o sabe
arrastrar a la gente. A veces en la Iglesia se dice también que un carisma es
una determinada espiritualidad como por ejemplo cuando hablamos del carisma
franciscano o del carisma de tal o cual orden religiosa. Pero el sentido en el
que la Escritura habla de la palabra carisma es diferente a esos sentidos. La
palabra charis en griego significa gracia, y la palabra charisma significa
concreción de la gracia, es decir, un modo concreto como esa gracias se manifiesta.
La gracia en el Nuevo Testamento hace alusión al don del Espíritu Santo en
tanto gracia concedida a los hombres. A partir de la palabra charis San Pablo
usa la palabra charisma para hablar de una acción concreta de la gracia que se
refiere a algún don extraordinario concedido por el Espíritu Santo a algunos
fieles para evangelizar o para edificar a la comunidad. Por lo tanto en
pneumatología diríamos que el Espíritu Santo concede al hombre dones, frutos y
carismas; o quizá más bien que la presencia del Espíritu Santo en el hombre
puede hacer que se manifiesten en él sus dones, sus frutos y sus carismas.
Los siete dones del Espíritu Santo aparecen en el capítulo 11 del libro
de Isaías: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría y entendimiento,
espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad. Y le
inspirará en el temor de Yahveh” (Is 11, 1 – 3). Los frutos del Espíritu Santo
aparecen diseminados en varios pasajes de las cartas de San Pablo, si bien la
lista más completa la encontramos en la carta a los Gálatas: “el fruto del
Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad,
mansedumbre, dominio de sí” (Gal 5, 22 – 23). Por último la mención de los
carismas la podemos encontrar también diseminada en varios puntos del Nuevo
Testamento, aunque quizá la lista más completa sea la de la primera carta a los
corintios en su Capítulo 12. En ella se nos dice que el Espíritu Santo se manifiesta
en cada uno para común utilidad. Los carismas pueden ser muy sencillos y
ordinarios, y otros pueden ser más llamativos y extraordinarios.
Los carismas siempre se han dado en la Iglesia de un modo u otro, de
manera más llamativa o menos, pero siempre han estado presentes no son un
descubrimiento del siglo XXI, y por supuesto no provienen de las iglesias
evangélicas o pentecostales como algunos ignorantes se atreven a decir. En el
libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos mucha profusión de carismas,
pero también en los primeros Padres de la Iglesia, como San Justino, San
Ireneo, Tertuliano, Orígenes, San Agustín etcétera. Asimismo también en las
vidas de los que hoy consideramos Santos se han dado estos carismas. De ellos
habla también el Magisterio de la Iglesia en el Concilio Vaticano Segundo en el
documento Lumen Gentium 12, donde dice: "El Espíritu Santo no solamente
santifica y dirige al Pueblo de Dios por los Sacramentos y los ministerios y lo
enriquece con las virtudes, sino que "distribuye sus dones a cada uno
según quiere" (1 Cor, 12,11), reparte entre los fieles de cualquier
condición incluso gracias especiales, con que los dispone y prepara para
realizar variedad de obras y de oficios provechosos para la renovación y una
más amplia edificación de la Iglesia según aquellas palabras: "A cada uno
se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad" (1 Cor,
12,7). Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y
comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las necesidades de la
Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y consuelo".
Vamos a ir explicando algunos de los
carismas que aparecen en el Nuevo Testamento sobre todo en base a tres textos:
la profecía de Joel citada por San Pedro el día de Pentecostés: "Sucederá
en los últimos días, dice Dios: Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y
vuestros ancianos soñarán sueños.Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas
derramaré mi Espíritu" (Hch 2, 17-18); la primera carta a los Corintios
capítulo 12: "A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para
provecho común, Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a
otro, palabra de conocimiento, según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo
Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder
de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro,
diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas
las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular
según su voluntad" (1 Cor 12, 7-11); y la lista que ofrece San Pablo en la
carta a los Romanos también en su Capítulo 12: "Pero teniendo dones
diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don de profecía,
ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el ministerio;
la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con sencillez;
el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con jovialidad”
(Rm 12, 6 – 8).
Jesús María Silva
Castignani
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