La
oración de contemplación es amor, silencio, escucha, estar ante Dios. Para la
oración de contemplación hace falta tiempo, decisión y ante todo un corazón
puro. Es la entrega pobre y humilde de una criatura, que dejando caer todas las
máscaras, cree en el amor y busca con el corazón a su Dios. La oración de
contemplación es denominada con frecuencia también oración interior y oración
del corazón.
¿QUÉ SE BUSCA EN LA MEDITACIÓN
QUE CONTEMPLA?
Se puede
decir que la oración contemplativa es meditación amorosa. Con la meditación
tratamos de acercarnos a las realidades divinas en un diálogo con un Dios que
nos ama. En la meditación un cristiano busca el silencio para experimentar la
cercanía de Dios y encontrar la paz en su presencia. Espera la experiencia
palpable de su presencia como un regalo inmerecido de su gracia; no la espera
como producto de una determinada técnica de meditación.
La
oración contemplativa debe hacerse en un lugar silencioso y pacífico. Es verdad
que la oración a veces puede ser un combate en el que tratamos de vencer
nuestras pasiones desordenadas para orientarnos al amor de Dios. Para que este
combate espiritual pueda desarrollarse con orden, se debe buscar la gracia de
la paz con silencio y constancia. De poco sirve la oración que se hace sin
regularidad.
Si a Dios
lo buscamos como un amigo y como el Sumo Bien que satisface nuestros deseos,
entonces estaremos prestos a ir a su encuentro en la oración. Para esto
necesitaremos confianza, regularidad y una buena disposición del corazón.
La pureza
del corazón, necesaria para el amor, se consigue en primer lugar mediante la
unión con Dios en la oración. Donde nos toca la gracia de Dios, surge un camino
para un amor humano indiviso. Si nos dirigimos a Dios con intención sincera, él
transforma nuestro corazón. Nos da la fuerza para corresponder a su voluntad y
para rechazar los pensamientos, fantasías y deseos impuros. (Youcat No. 463)
EL EJEMPLO DE SAN JUAN DE LA CRUZ
Entre las
distintas tradiciones católicas hay muchas escuelas de oración contemplativa.
Por ejemplo, los Padres de la Iglesia, especialmente San Agustín, proponen una
manera ordenada de encausar nuestro deseo de Dios por medio de la oración. En
estas tradiciones antiguas prevalecen algunas prácticas que conservamos como la
recitación de los salmos y las diferentes posturas para la oración: de pie, de
rodillas, la postración, etc.
Durante
la Edad Media, estas tradiciones se enriquecieron y fortalecieron en el seno de
las órdenes monásticas. Los benedictinos, cistercienses y cartujos dedicaban
gran parte de su tiempo a la oración coral y grupal, a la vez que a la oración
personal contemplativa. Aún en nuestros días, los monjes cartujos oran en la
soledad de sus celdas varias horas ante un crucifijo. De modo semejante, los
frailes mendicantes: franciscanos, dominicos y agustinos, desarrollaron nuevos
métodos de oración contemplativa para la gente común que no sabía leer los
salmos. Uno de estos métodos es el Santo Rosario, difundido por Santo Domingo
de Guzmán.
Una de
las “escuelas de oración” que va en consonancia con las necesidades del hombre
de hoy, tan alejado y necesitado de Dios, es la de los místicos carmelitas
descalzos del Siglo XVI. Nos referimos, naturalmente, a San Juan de la Cruz y a
Santa Teresa de Jesús. Estos santos, proponen que el camino de la contemplación
de Dios pasa por tres etapas. Al finalizar estas etapas, podemos disfrutar, con
sus limitaciones terrenales propias, de una relación más cercana con Dios.
LAS ETAPAS DE LA ORACIÓN
CONTEMPLATIVA
A grandes
rasgos, se puede decir que los místicos carmelitas proponen tres pasos para
perfeccionar la vida de oración contemplativa. Estos pasos son: la vía
purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva.
En la vía
purgativa se enfoca el alma en lo superiormente importante. San Juan de la Cruz
decía que con esto se “perdía el gusto por las cosas” y se ganaba el gusto por
Dios. En esta etapa el alma se aparta de los obstáculos hacia Dios y reconoce
su pobreza, para recibir más fácilmente la gracia que nos hace santos.
En la vía
iluminativa, el alma se acerca a Dios una vez que ha sido liberada de sus
obstáculos. El conocimiento de Dios se puede presentar por el estudio iluminado
por l gracia del entendimiento, o por la revelación de verdades sobrenaturales
en los momentos de oración.
En la vía
unitiva, el alma puede unirse con Dios de un modo más pleno. Hay que saber que
esta unión no es identificación, es decir, el alma no se funde con Dios o se
hace una, substancialmente, con Él. Esta unión se da por la comunión de
voluntades.
Gabriel González
Nares
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