De todos los post publicados en este blog, hay uno que se lleva el
premio de visitas, superando las 15.000: ¿Por qué los jóvenes dejan la Iglesia? Seis razones.
El tema de las razones que llevan a muchos jóvenes a alejarse de la Iglesia es
importante y relevante, pero hay otro que es complementario ¿Por qué los
adultos se acercan a la Iglesia?
Lo primero que puedo decir es que la clasificación de las personas por
su edad me parece inadecuada, ya que la edad no es más que un accidente dentro
de lo que somos y la dignidad que Dios nos ha dado. Pero es cierto que en el
flujo en entradas y salidas de la Iglesia, los jóvenes tienden a salir y los
mayores a entrar. Pero hay que matizar.
No es totalmente cierto
que los jóvenes dejen la Iglesia ya que la mayoría nunca han estado totalmente
integrados. Los
padres podemos bautizarlos, apoyarlos, formarlos e intentar que encuentren su
sitio dentro de la comunidad, pero el
sí es cosa de nuestros hijos y el Señor. De siempre, muchos jóvenes que
deciden ver qué hay más allá de las puertas de la parroquia y sienten ganas de
romper los lazos que les atan con algo que no han elegido por sí mismos. La
simple curiosidad de vivir con una aparente libertad, atrae con fuerza. Recordemos que el Hijo Prodigo volvió transformado por su experiencia
de la libertad.
Aunque nos alejemos, siempre existe un momento en que nos planteamos
volver. Unas veces es el momento en que nos convertimos de repente en padres. Ese
cambio de estatus produce consecuencias maravillosas, ya que empezamos a ver la
vida desde un nuevo punto de vista. Ningún
joven será capaz de ver la vida de forma similar a la que tendrá cuando sea
padre. Hoy en día ocurren dos situaciones que distorsionan este momento
de forma considerable. La primera es el hecho de casarnos más allá de los 30
años y empezar a tener hijos sobre los 35 años. El segundo es el artificial
alargamiento de la adolescencia debido a los modelos sociales que aceptamos
como ideales.
Otro momento de retorno
se da cuando perdemos a nuestros padres. En ese momento sentimos que cambia toda nuestra perspectiva vital y
buscamos reencontrarnos con esa solidez que admirábamos en ellos. Pero existen
casos en que la vuelta se da por fracasos materiales o laborales, por problemas
emocionales, por el tremendo vacío que sentimos en nosotros mismos.
Me voy a aventurar a sugerir seis razones por las que los adultos vuelve
a la Iglesia, aunque tengo claro que hay tantas razones como personas:
Porque
nos damos cuenta que nuestras
fuerzas no lo pueden conseguir todo. Porque nos damos cuenta que necesitamos de una comunidad donde vivir la trascendencia. Los amigos, asociaciones y grupos varios son entornos estupendos para divertirse, emprender proyectos o simplemente pasar el rato. Pero, en el fondo la necesidad de unirnos de forma profunda a una comunidad late con más fuerza según nos hacemos mayores.
Porque
hemos perdido el miedo al “qué
dirán”. Una vez nos damos cuenta que las apariencias son engaños
más o menos bonitos, buscamos algo sólido en donde las apariencias dejen
de tener relevancia. En una comunidad cristiana de verdad, todo lo
aparente queda en la puerta y podemos sentimos nosotros mismos. Somos
aceptamos tal como somos y apreciados como hijos de Dios.
Porque
entendemos que Dios nos ama y
espera a que volvamos. Se vive en carne real la parábola del hijo
pródigo, porque todos somos hijos pródigos en mayor o menor medida.
Porque
podemos haber crecido en muchos aspectos de la vida: familia, trabajo,
estudios, amigos, etc., pero sentimos que hemos aparcado el crecimiento
espiritual y nos acucia la
necesidad de atender a esa demanda interior.
Porque
la vida siempre tiene una proporción de sufrimiento y nadie mejor que la Iglesia puede
ayudarnos a vivir, entender y aceptar nuestros límites humanos.
Lo cierto es que también existen prejuicios que nos impiden que demos el
primer paso para volver. Algunos de ellos son:
Ver a quienes estamos
dentro como hipócritas que queremos aparentar una santidad que no tenemos.Porque confundimos la acciones de quienes han pertenecido a la Iglesia con la propia Iglesia. Miramos sesgadamente a la Iglesia desde todos aquellos que la ha utilizado para sus fines egoístas y criminales.
Porque sentimos que seremos despreciados y minusvalorados si se sabe que somos miembros activos y comprometidos de la Iglesia.
Porque sentimos vergüenza y culpa y no queremos que nadie lo conozca.
La gran pregunta que nos podemos hacer es ¿Por qué nos cuesta tanto volver? Y la
respuesta es doble: soberbia y
vergüenza. Soberbia porque no queremos aceptar que nos equivocamos.
Vergüenza, de evidenciar que somos igual de falibles y limitados que las demás
personas. Cuando nos damos cuenta que ambas posturas son simples excusas que no
hacen más que dañarnos, es cuando el primer paso está cerca. Sólo hay que
darlo.
Néstor Mora Núñez
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