jueves, 10 de abril de 2014

MONJAS URBANAS CLANDESTINAS



Eran científicas, sin hábitos, sin pañuelo... y consagradas.

La vida monástica nace de una vocación: apartarse del mundo y sus ruidos y afanes y vivir en comunidades pequeñas, de hermanos que se conocen y acompañan, poniendo en el centro la oración en común y la imitación de Cristo.
Todo esto era inaceptable en la Unión Soviética: en vez de la comunidad pequeña, el hombre soviético debe sumergirse en la masa anónima; en vez de apartarse del mundo, el hombre soviético está obligado a militar en el sistema; en el lugar de la oración, deberá repetir las consignas del partido; la imitación de Cristo será sustituida por la alabanza al líder del Partido. Por eso, la vida monástica en la Unión Soviética fue perseguida… y aparecieron nuevas formas de vivirla en clandestinidad.

LA LLEGADA DEL COMUNISMO
En 1917 en el Imperio Ruso había unos 100.000 religiosos, novicios de ambos sexos y seglares residentes en monasterios ortodoxos. Con la llegada del comunismo, muchos fueron asesinados. Otros fueron incorporados a la vida soviética, casados y secularizados.

En enero de 1918 Lenin publica su decreto de “separación” de la Iglesia y el Estado.

En realidad, lo que hacía el decreto era quitar toda condición jurídica a las entidades religiosas en la República Soviética de Rusia y, ya de paso, confiscar-nacionalizar sus bienes.


La primera etapa de cierre de monasterios tuvo lugar durante la guerra civil, de 1917 a 1923. Mijail Bokov, en un artículo en Pravmir.ru, establece que hasta el final de la guerra se cerraron de 600 a 700 monasterios.

RECONVERTIRSE EN COMUNAS

El primer truco que intentaron monjes y monjas fue presentar sus comunidades como “comunas” o “cooperativas”. Esperaban que, al menos en zonas rurales y lejanas, les dejasen en paz. Pero no funcionó: antes de 1925 las autoridades soviéticas ya habían cerrado los monasterios más grandes, y los pequeños y lejanos fueron cerrados sistemáticamente antes de 1929.

En las zonas fronterizas con Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, muchos cristianos en territorio soviético intentaban nutrirse espiritualmente de los monjes y monasterios católicos y ortodoxos de esos países adyacentes. Cuando la URSS en 1939 se anexionó los países bálticos y el este de Polonia dejó allí algunos monasterios sin desmantelar, que serían un polo espiritual hasta la caída del Muro en 1989. Pero en el resto del territorio soviético, si bien algunas parroquias eran toleradas aquí y allá (siempre vigiladas y limitadas a distribuir los sacramentos), el Estado hizo desaparecer las comunidades monásticas.

VIDA MONACAL CLANDESTINA
Hubo monjes y monjas que decidieron seguir viviendo al estilo monástico en la clandestinidad, y para eso desarrollaron nuevas comunidades subterráneas con prácticas “discretas”. Alexey Beglov, doctor en Historia y autor de varios libros sobre la vida clandestina de la Iglesia Ortodoxa en la Rusia del s. XX ha estudiado sus prácticas.

Beglov señala documentos de 1922 (apenas 4 años después del decreto de Lenin) que muestran que habían surgido “de la nada” al menos dos comunidades monásticas clandestinas en San Petersburgo, formadas por jóvenes postulantes y novicios que no se resignaban a renunciar a la vocación monástica.

En Moscú, uno de los semilleros de monacato clandestino fue el monasterio masculino ortodoxo de San Zósimo, a unos kilómetros al norte de la ciudad. De allí venía el higúmeno (abad) Germán Gomzin, organizador y director espiritual de los monjes clandestinos.

En 1919 el abad intentó el truco de presentar el monasterio como una cooperativa agrícola. Funcionó sólo para ganar tiempo hasta su muerte, en 1923. Llegaron entonces las autoridades y desalojaron a los monjes.

La mayoría de ellos se fueron a Moscú, a los edificios del antiguo monasterio Alto de San Pedro, que desde 1918 estaba cerrado como monasterio. Pero su superior, Bartolomé Remov, hijo espiritual del abad Germán, había conseguido “reformular” el sitio como una parroquia.

Parte de las antiguas viviendas de los monjes eran ahora residencia de obreros premiados por el nuevo régimen. A veces, los hijos de los obreros con sus uniformes de pioneros y octobritas (ramas infantiles del Partido) se mezclaban en los patios con los clérigos. Un visitante extranjero escribió en unas memorias: “Los monjes y los parroquianos vienen a la iglesia, esquivando a los niños jugando, con sus pañuelos rojos comunistas en la cabeza, que cantan sus canciones y saltan por la escalera sin prestar atención a la liturgia”.

Los monjes de San Zósimo introdujeron en esta parroquia la liturgia y el estilo de vida monacal.Como confesores y directores espirituales y con una liturgia hermosa, estos monjes contaban con unos dos mil o tres mil feligreses. De estos feligreses, personas con gran sed espiritual, surgían nuevas vocaciones a la vida consagrada.

FALTABAN CURAS... PORQUE LOS MATABAN
Lenin murió en 1924 y, con cierto optimismo, las consagraciones clandestinas empezaron hacia 1925. Los recién consagrados rápidamente eran ordenados sacerdotes.

Entre 1917 y la muerte de Lenin en 1924 unos 25.000 eclesiásticos ortodoxos habían sido encarcelados y 16.000 ejecutados, según un estudio de 2004 del doctor en Ciencias Matemáticas Nikolay Yemelianov, de la Universidad Humanitaria San Tijon. Así que la Iglesia Ortodoxa necesitaba sacerdotes.

De 1924 a 1929 la persecución aflojó un poco, pero de 1929 a 1931 se recrudeció: fueron arrestadas 60.000 personas ligadas a la Iglesia Ortodoxa y 5.000 fueron ejecutadas.

En 1929 la URSS instauró la semana de seis días, sin domingo (y sin viernes y sin sábado) para que cristianos, judíos y musulmanes vieran que el tiempo bíblico había acabado y no supieran cuando celebrar su culto semanal. El invento duró 11 años.

La siguiente oleada de persecución fue un baño de sangre inimaginable: en 1937 y 1938 fueron ejecutados 100.000 cristianos ortodoxos por su relación con la iglesia, y otros 200.000 deportados o represaliados.

Y los primeros en caer eran los nuevos monjes jóvenes, recién ordenados sacerdotes clandestinamente. De hecho, la comunidad de monjes ligada a Alto de San Pedro fue desmantelada en 1935. Pero la rama femenina se mantuvo en células clandestinas hasta 1969.

Las comunidades femeninas podían crecer más y capear las persecuciones durante más tiempo y con más éxito que las masculinas. Los monjes que habían dejado San Zósimo fueron pastores espirituales de toda una red monástica femenina en pleno Moscú. A partir de 1941, con la Segunda Guerra Mundial afectando ya a Rusia, el régimen de Stalin dejó de dedicar recursos a la persecución religiosa activa.

MONJAS CIENTÍFICAS, SIN HÁBITO NI PAÑUELO
¿Cómo vivían aquellas mujeres, consagradas en secreto? No llevaban hábitos monacales. Existe una carta-instrucción del padre Ignacio dirigida a la madre Ksenia, una de las monjas, sobre cómo ha de comportarse.

El padre Ignacio desarrolla la idea de camuflaje cotidiano. “No se ponga pañuelo negro en la iglesia, no se ponga el hábito ni en casa, no pronuncie su nombre monacal ni cuando se confiese, dilúyase por completo entre las feligresas de la parroquia”, dice la carta.

Las creyentes de a pie que iban a la iglesia a alguna misa o a poner alguna vela podían ver allí algunas mujeres que vestían “moderno” e –irrespetuosas- no se tapaban el cabello con pañuelo. No sabían, no debían saber, que se trataba de monjas clandestinas, llamadas a una vida de comunidad y oración continua… pero invisible.

TRABAJOS PARA MONJAS CLANDESTINAS
Una cuestión de dudas para los consagrados clandestinos era el empleo. Una cosa es trabajar en el monasterio con los hermanos, con una regla comunitaria. Y otra cosa muy distinta vivir en un ambiente hostil y mundano.

En esta cuestión, para el padre Ignacio y todos los padres de San Pedro, la clave estaba en la orientación interior. Enseñaban al consagrado y a las consagradas a aceptar cada empleo como una obediencia monacal. Incluso quien trabajase en una entidad soviética, en una fábrica, de todos modos podía ofrecerlo y vivirlo como obediencia a Dios.

Posiblemente, gracias a esta estrategia las comunidades monacales femeninas de San Pedro resultaron tan resistentes.

La madre Ignacia Puzik era una pediatra muy destacada, trabajaba en el instituto para el estudio de tuberculosis de la Academia de Ciencias Médicas. Junto a ella, en el mismo instituto, trabajó un gran número de hermanas: en laboratorios, en varios puestos científicos, etc.

Poco sabían otros médicos e investigadores que aquellas mujeres, científicas y doctoras, eran monjas clandestinas.

NO TRABAJAR EN FÁBRICAS
Madre Ksenia preguntaba en una carta: “¿Dónde puedo trabajar?” y el padre Ignacio respondía: “Si hay una cooperativa costurera, entra en ella. Si no te aceptan, ¡busca otra! Trabaja porque es obligatorio, un monje ha de trabajar. Pero si es una fábrica, ¡no hay que entrar!”

Las fábricas se mencionaban a menudo en las comunidades de San Pedro, y siempre en un tono negativo. Algunas de las monjas trabajaban en las fábricas, pero el padre Ignacio lo consideraba perjudicial para preservar el mundo interior de una persona consagrada, en este caso concreto, de mujeres y chicas jóvenes.

Y pedía a Madre Ignacia por unas religiosas jóvenes: “Búscale trabajo en un laboratorio. La fábrica le es peligrosa, es demasiado guapa”. Su lógica es clara: en una fábrica el ambiente es rudo, muchos querrán ligar con la chica, lo que no es recomendable.

LAS MAYORES FORMABAN A LAS JÓVENES
En los años 30, la década de la semana de seis días, hubo una oleada de chicas jóvenes de 16 a 18 años que acudían a los monjes de San Pedro y pedían consagrarse. El padre Ignacio llamaba a esa generación “las pequeñas”. Así se formó la estructura de varias edades de las comunidades de San Pedro. Cuando los monjes fueron detenidos o deportados en 1935, las hermanas de mayor edad fueron las que formaron y discipularon a estas jóvenes.

La vida de las comunidades monacales clandestinas no se desarrollaba solo en la cercanía de alguna parroquia tolerada. Tenían otros sitios para reunirse y rezar. Las consagraciones de nuevos miembros nunca se realizaban en las parroquias, siempre bastante vigiladas, sino en lugares ocultos.

A veces el lugar de la comunidad se llamaba “skete”, palabra que designa un conventículo o ermita con una pequeña comunidad de dos o tres personas.

EL DESVÁN QUE FUE CONVENTÍCULO CASI 40 AÑOS
El padre Ignacio, por ejemplo, puso en marcha el skete femenino de la Presentación de la Madre de Dios, en el callejón Pechátnikov, 3. (En Pravmir.ru Mijail Bokov detalla que actualmente ese edificio ya no existe, fue derribado en 2007, y en su lugar se edificó un complejo residencial de lujo).

En su desván se alojaba la hermana Efrosinia, que llegó cuando cerraron su convento
, el de la Natividad. Le ayudaron a montar un tabique y así obtener una habitación pequeñita, de 10 m2, con la altura del techo no superior a 1,80 m. Y eso se convirtió en el apartamento Nº 26. Oficialmente el edificio tenía 25 apartamentos, pero todos los vecinos sabían que existía el Nº 26: ¡allí venían cartas, y hasta se empadronaba gente!

Para llegar allí primero se subía por las escaleras anchas, luego, después de un giro (los apartamentos “oficiales” quedaban abajo), se subía por una escalera estrecha. En su segundo peldaño estaba la entrada a la skete. Como decía el mismo padre Ignacio: “Primero subirás por la escalera ancha que es el mundo. Luego, por la escalera estrecha que es el monacato”.

La vida era dura: no había calefacción, se calentaban con una estufilla, la ventana era demasiado grande y dejaba entrar aire, el agua se subía en cubos desde la planta baja.

¿Qué pasaba en esa skete? Se reunían, si no cada día, unas cuantas veces por semana. Celebraban la liturgia vespertina en su versión para seglares.

Durante esa celebración los presentes no estaban simplemente sentados ni de pie, sino cosiendo. Porque la madre Efrosinia tenía que estar registrada en alguna entidad laboral. Formaba parte de una cooperativa de sastres. En caso contrario la considerarían desempleada, equivalente de vaga y maleante en la URSS. Como cada día estaba ocupada en varias liturgias, no podía coser sola. Por ella cosía toda la comunidad. Era un trabajo verdaderamente monacal, comunitario: una leía, todas cosían.

En la skete se discutían las cuestiones más diversas. Cuando en 1935 el padre Ignacio fue detenido y encarcelado, era aquí donde se leían sus cartas, donde se reunían cosas para enviarle. Era el núcleo de la vida comunitaria. Otros apartamentos similares tenían así otros grupos de personas consagradas. En el skete del callejón Pechátnikov las religiosas se mantuvieron en vida oculta y consagrada hasta 1969.

EL SUELDO MUNDANO, PARA LOS NECESITADOS
Los padres de San Pedro acordaron que cada miembro de la comunidad aportara una determinada parte de su sueldo en la caja comunitaria. Era una aportación real, para que la persona sintiera que trabajaba en su empleo mundano por el bien de la comunidad cristiana. El importe de cuota se determinaba en cada caso individualmente.

Así, la madre Ignacia Puzik, científica, recordaba que en 1940 su sueldo permitía mantenerla a ella y a la hermana María, que vivían juntas, y aún sobraba. Las ganancias extra -recibía premios por patentar los resultados de sus investigaciones científicas- iban a mantener la comunidad, apoyar a los exiliados y a los necesitados.

LA PERSECUCIÓN CONTRA SAN PEDRO
El primer golpe contra las comunidades clandestinas de San Pedro fue asestado en los 1930: feligreses y consagrados clandestinos fueron acusados de organizar una “academia espiritual clandestina” con el apoyo del monasterio de San Pedro. Algunos padres fueron condenados a gulag.

En 1934, el padre Ignacio Lebedev  fue obligado a dejar su actividad de sacerdote. Se le impuso un arresto domiciliario y le prohibieron recibir gente. Como pese a todo seguía atendiendo fieles, le procesarían más adelante.

El 21 de febrero de 1935, en una ola de detenciones, fueron arrestados el obispo Bartolomé –párroco de San Pedro-, otros cristianos, y unas semanas después el padre Ignacio. El obispo Bartolomé fue fusilado en verano de 1935 acusado de “espionaje e intenciones terroristas” contra los dirigentes soviéticos.

El padre Ignacio fue condenado a 5 años de gulag. Padecía una forma grave de parkinson y pidió que en atención a su mala salud se abreviase su condena, cosa que sucedía a veces, sobre todo con presos comunes. Pero el fiscal lo impidió dictaminando que su enfermedad era una fingida imitación de ser un “loco de Dios” (blazhínniy) para atraer la atención de los creyentes. Al final de su encarcelamiento ya no podía valerse por sí mismo y apenas caminaba, aunque su cerebro seguía funcionando perfectamente. Murió en 1938 en el gulag de Chuvashia.

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