jueves, 10 de abril de 2014

EL AUTOSACRIFICIO DE CRISTO QUE PERDONA NUESTROS PECADOS


Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. (Isaías 53,2-5)

Cuando se ve un crucifijo se evoca el sacrificio de Cristo para nuestra salvación. Ante el crucifijo hay no hay resistencia de la razón. En él vemos a la Palabra de Dios que ha muerto para salvar a los hombres. Muchas veces el sacrificio de Cristo no es entendido desde una postura teológica correcta. En su sacrificio Dios no descarga su ira en Cristo y lo castiga en vez de a nosotros. Cristo se ofrece voluntariamente para asumir la naturaleza humana y acercarla a Dios aún en sus peores situaciones, aún con la muerte de cruz.

CRISTO HA ASUMIDO LA NATURALEZA HUMANA PARA PERFECCIONARLA

La verdadera salvación se ha dado en Cristo porque sólo Él puede reunir en plenitud a los hombres con el Padre. Salvar quiere decir apartar de todo mal, o hacer óptimo por otro. Si Dios es Supremo Bien, entonces sólo Él puede salvar o llevar a plenitud. Pero no se puede salvar algo que no se conoce o que no se puede “manipular” o asumir para que llegue a su perfección. Es así que los hombres no pueden salvarse a sí mismos, sino que reciben la salvación de Dios. Pero, ¿Cómo funciona la salvación?

Dios, que es Supremo Bien, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Los hombres no pueden ser salvados si su salvador es ajeno a sus problemas. En este sentido, Dios asume, o se sumerge en la naturaleza del hombre para poderlo salvar, apartar de todo mal y hacerlo óptimo.

Parece que puede haber problemas cuando tratamos de entender qué es asumir. Pongamos un ejemplo sencillo para entender cómo, si no se asume la naturaleza de la cosa que se quiere salvar ésta no podrá ser salvada. Si una silla está rota y no cumple correctamente con su función porque su naturaleza está corrompida, entonces necesita de alguien que la repare para que sea óptima. El que repara la silla asume de cierto modo su naturaleza, porque se acerca a ella y conoce sus defectos para mejorarlos.

Cristo, como Salvador, asume la naturaleza humana y la plenifica. Cuando lo hace se sumerge en la realidad humana viviendo una vida humana. Pues si se va a conocer y a plenificar la naturaleza humana en perfección, entonces hay que vivir una vida. Cristo, siendo la Palabra de Dios, se hace hombre y materia para salvar a los que somos hombres.

San Pablo ha dejado en claro cómo funciona la salvación: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibí éramos la filiación adoptiva.” (Gal 4, 4-7) La salvación se da por filiación. Es decir, Cristo, siendo Dios, asume la naturaleza humana para que, por medio de Él, podamos ser ya no sólo creaturas, sino hijos de Dios.

EN EL SACRIFICIO DE LA CRUZ Y EN LA RESURRECCIÓN, CRISTO PLENIFICA LA NATURALEZA HUMANA

Al querer asumir la naturaleza humana y tener una muerte de cruz, Cristo se rebaja a la más profunda miseria humana. De este modo se sumerge en nuestra precariedad más baja y más angustiante: la muerte. Es así que Dios puede decir: “Ya nada humano me es ajeno. Ya ningún sufrimiento desconozco” Con su muerte, Jesús da muestra de la más grande caridad, que padece con los hombres la muerte y les abre las puertas de la vida eterna.

En la cruz, Cristo ha hecho un verdadero sacrificio, pues ha pagado al Padre la deuda de Adán (Pregón pascual) Esto significa que Cristo es la ofrenda que agrada al Padre y que satisface las faltas del pecado humano. Un sacrificio humano no habría podido reparar la falta a Dios, pues no es perfecto como Dios, el ofendido por el pecado es perfecto. En cambio, Cristo es la víctima perfecta porque en él está la naturaleza humana que pecó y la naturaleza divina que restaura y perdona el pecado.

Parece que quien más se beneficia del sacrificio de Cristo es el hombre y no Dios, pues Dios no necesitaba la muerte de sí mismo en Cristo, La Palabra, para ser perfecto. Cristo, como Hijo, se ha hecho hombre por pura caridad y voluntad, no por necesidad.

En el sacrificio de la cruz vemos a la víctima perfecta, que ofrecida al Padre plenifica la naturaleza humana, pues ha alcanzado los lugares más bajos de ella y no queda nada humano que no pueda ser plenificado más que el pecado y la muerte. Debemos saber que en este sacrificio El Padre no exige como un Dios despótico y de violencia la muerte cruel de su Hijo. Antes bien, el Padre acepta este sacrificio por su propia voluntad, pues de su caridad, hecha Persona en Cristo, ha salido. El sacrificio de Cristo no es un castigo que él haya recibido, sino que es asunción salvadora. Cristo, siendo el Logos, al asumir la naturaleza humana se sumerge en nuestra realidad para llevarnos a la optimación en el Padre.

GabrielGonzález Nares

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