Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias,
como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en
cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros
dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y
humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras
culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos
sido curados. (Isaías 53,2-5)
Cuando se
ve un crucifijo se evoca el sacrificio de Cristo para nuestra salvación. Ante
el crucifijo hay no hay resistencia de la razón. En él vemos a la Palabra de
Dios que ha muerto para salvar a los hombres. Muchas veces el sacrificio de
Cristo no es entendido desde una postura teológica correcta. En su sacrificio
Dios no descarga su ira en Cristo y lo castiga en vez de a nosotros. Cristo se
ofrece voluntariamente para asumir la naturaleza humana y acercarla a Dios aún
en sus peores situaciones, aún con la muerte de cruz.
CRISTO HA ASUMIDO LA NATURALEZA
HUMANA PARA PERFECCIONARLA
La
verdadera salvación se ha dado en Cristo porque sólo Él puede reunir en
plenitud a los hombres con el Padre. Salvar quiere decir apartar de todo mal, o
hacer óptimo por otro. Si Dios es Supremo Bien, entonces sólo Él puede salvar o
llevar a plenitud. Pero no se puede salvar algo que no se conoce o que no se
puede “manipular” o asumir para que llegue a su perfección. Es así que los
hombres no pueden salvarse a sí mismos, sino que reciben la salvación de Dios.
Pero, ¿Cómo funciona la salvación?
Dios, que
es Supremo Bien, quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad. Los hombres no pueden ser salvados si su salvador es
ajeno a sus problemas. En este sentido, Dios asume, o se sumerge en la
naturaleza del hombre para poderlo salvar, apartar de todo mal y hacerlo
óptimo.
Parece
que puede haber problemas cuando tratamos de entender qué es asumir. Pongamos
un ejemplo sencillo para entender cómo, si no se asume la naturaleza de la cosa
que se quiere salvar ésta no podrá ser salvada. Si una silla está rota y no
cumple correctamente con su función porque su naturaleza está corrompida,
entonces necesita de alguien que la repare para que sea óptima. El que repara
la silla asume de cierto modo su naturaleza, porque se acerca a ella y conoce
sus defectos para mejorarlos.
Cristo,
como Salvador, asume la naturaleza humana y la plenifica. Cuando lo hace se
sumerge en la realidad humana viviendo una vida humana. Pues si se va a conocer
y a plenificar la naturaleza humana en perfección, entonces hay que vivir una
vida. Cristo, siendo la Palabra de Dios, se hace hombre y materia para salvar a
los que somos hombres.
San Pablo
ha dejado en claro cómo funciona la salvación: “Pero, al llegar la plenitud de
los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibí éramos la
filiación adoptiva.” (Gal 4, 4-7) La salvación se da por filiación. Es decir,
Cristo, siendo Dios, asume la naturaleza humana para que, por medio de Él,
podamos ser ya no sólo creaturas, sino hijos de Dios.
EN EL SACRIFICIO DE LA CRUZ Y EN
LA RESURRECCIÓN, CRISTO PLENIFICA LA NATURALEZA HUMANA
Al querer
asumir la naturaleza humana y tener una muerte de cruz, Cristo se rebaja a la
más profunda miseria humana. De este modo se sumerge en nuestra precariedad más
baja y más angustiante: la muerte. Es así que Dios puede decir: “Ya nada humano
me es ajeno. Ya ningún sufrimiento desconozco” Con su muerte, Jesús da muestra
de la más grande caridad, que padece con los hombres la muerte y les abre las
puertas de la vida eterna.
En la
cruz, Cristo ha hecho un verdadero sacrificio, pues ha pagado al Padre la deuda
de Adán (Pregón pascual) Esto significa que Cristo es la ofrenda que agrada al
Padre y que satisface las faltas del pecado humano. Un sacrificio humano no
habría podido reparar la falta a Dios, pues no es perfecto como Dios, el ofendido
por el pecado es perfecto. En cambio, Cristo es la víctima perfecta porque en
él está la naturaleza humana que pecó y la naturaleza divina que restaura y
perdona el pecado.
Parece
que quien más se beneficia del sacrificio de Cristo es el hombre y no Dios,
pues Dios no necesitaba la muerte de sí mismo en Cristo, La Palabra, para ser
perfecto. Cristo, como Hijo, se ha hecho hombre por pura caridad y voluntad, no
por necesidad.
En el
sacrificio de la cruz vemos a la víctima perfecta, que ofrecida al Padre
plenifica la naturaleza humana, pues ha alcanzado los lugares más bajos de ella
y no queda nada humano que no pueda ser plenificado más que el pecado y la
muerte. Debemos saber que en este sacrificio El Padre no exige como un Dios
despótico y de violencia la muerte cruel de su Hijo. Antes bien, el Padre
acepta este sacrificio por su propia voluntad, pues de su caridad, hecha
Persona en Cristo, ha salido. El sacrificio de Cristo no es un castigo que él
haya recibido, sino que es asunción salvadora. Cristo, siendo el Logos, al
asumir la naturaleza humana se sumerge en nuestra realidad para llevarnos a la
optimación en el Padre.
GabrielGonzález
Nares
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