El Papa Francisco ha dicho que
confía en el buen “olfato” de los laicos. Por lo tanto, estamos en condiciones
de llevar a cabo una reflexión crítica y teológica sobre el tema de los
divorciados vueltos a casar. Dios es amor (cf. 1 Jn 4, 16) y, por ende,
misericordioso; sin embargo, Jesús también dijo: “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32). En este sentido, no
podemos hacer que la compasión se convierta en un pretexto para justificar
ideas o conductas desconectadas de la esencia del evangelio, de la verdad
revelada. Hacerlo, sería contradecir la hoja de ruta planteada por Dios. Hay
aspectos de la vida de la Iglesia que pueden cambiar según la realidad de cada
época; sin embargo, cuando se trata del depósito de la fe -en este caso, de la
naturaleza del sacramento del matrimonio- nadie tiene autoridad para cambiarlo.
Por lo tanto, abordar el problema de los divorciados vueltos a casar,
condicionando la doctrina, resulta equivocado, pues la raíz de la cuestión se
encuentra en la figura canónica de la nulidad matrimonial. En otras palabras,
no se trata de manipular el significado de la misericordia, comprometiendo la
integridad de la doctrina, sino de saber encarar mejor los desafíos pastorales
de nuestro tiempo. La salida pasa por una revisión y/o reforma del
procedimiento para juzgar si un matrimonio es realmente nulo.
Se está
dando un alboroto innecesario, cuyas consecuencias pueden acrecentar la
confusión en la que viven muchos católicos. Si se ha detectado que el
matrimonio anterior nunca existió como tal, lo mejor es buscar la nulidad.
Quien verdaderamente quiera recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, sabrá
poner los medios más adecuados para conocer el parecer canónico de la Iglesia.
Suponiendo sin conceder, que se permitiera el acceso a la comunión de los
divorciados vueltos a casar por el simple hecho de haber contraído nuevas
nupcias ante la autoridad civil, habría un abuso generalizado, pues bastaría
con firmar un papel. Si ya hay un procedimiento establecido para resolver la
irregularidad, ¿qué caso tiene entrar en cuestiones que no van a resolver el
fondo? El problema no es doctrinal, sino procesal. Evítese la burocracia y la
falta de humanidad en el proceso y con eso se habrá zanjado parte de la
situación. La misericordia y la justicia nunca han sido contrarias. Con esto,
no estamos diciendo que el Papa vaya a cambiar la doctrina. Simple y
sencillamente, se trata de una aportación que facilite el diálogo.
Permitir
que los divorciados vueltos a casar comulguen, apelando a que cada quien sabe
si hizo bien o mal en separarse, equivale a decir que todo se vale. Daría la
impresión de que el matrimonio ya no es necesariamente para toda la vida. Nos
estamos jugando la credibilidad de uno de los siete sacramentos. Mientras que
con el proceso de nulidad, se consigue -sin tocar la doctrina- que alguien
pueda rehacer su vida, previa audiencia, estudio, análisis y dictamen de la
autoridad competente. Dicha propuesta canónica brinda un acompañamiento
personal que ayuda a que los involucrados clarifiquen hasta dónde fue acertada
la decisión que tomaron. Sabiendo que la Iglesia es madre y maestra, ¿qué mejor
que contar con una instancia especializada para conocer de cerca lo que pasó y,
desde ahí, brindar una respuesta adecuada, evangélica?
Jesús era
-y sigue siendo- cercano, compasivo, misericordioso y firme. Es decir, sabía
llamar las cosas por su nombre. “Abaratar” los sacramentos, traerá
consecuencias a largo plazo. Teniendo en cuenta el déficit de calidad de los
cursos prematrimoniales así como la falta de madurez de muchas parejas, la
clave sería ampliar las causas de nulidad y buscar que el proceso canónico sea
expedito. El objetivo es respetar la doctrina y, al mismo tiempo, responder a
la particularidad de cada caso. La única manera de conseguirlo es mediante lo
dispuesto por el Código de Derecho Canónico que -dicho sea de paso- para eso
está.
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Carlos J. Díaz
Rodríguez
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