La deportividad: otra forma
de construir la paz
El deporte puede ser un auténtico canalizador para eliminar tensiones personales, refuerza la autoestima y la calidad de vida, y es un buen instrumento para promover la amistad entre los hombres.
Una
antigua leyenda griega atribuye a Heracles la fundación mítica de Barcelona.
Según el relato de los doce trabajos, el popular héroe griego llegó a las
costas occidentales del mediterráneo para recoger, en las playas de la Nueva
Icaria, la última de las nueve barcas de su flota, la Barca Nona, que da nombre
a la ciudad. Para conmemorar la victoria sobre el mal, los antiguos adoptaron
la competición deportiva como símbolo de la superación humana y establecieron
el primer precedente para la creación de uno de los acontecimientos de paz y de
reunión más importantes de la antigüedad, los juegos olímpicos.
Desde
aquella época, en que la leyenda y la realidad se confunden, hasta hoy, el
mundo ha dado muchas vueltas. Una vez más hemos tomado las armas para luchar
contra nosotros mismos, nos hemos peleado incansablemente y a fin de cuentas
sólo hemos abierto más heridas y creado nuevos resentimientos. Sin embargo,
cuando todavía no se ha cerrado la polémica entorno a la última guerra, el agua
y el deporte se reencuentran nuevamente en Barcelona en el marco de los décimos
Campeonatos del Mundo de Natación, una oportunidad única para el diálogo y el
intercambio cultural entre los miles de ciudadanos y deportistas nacionales e
internacionales que en estos momentos llenan de vida las calles de la ciudad.
A menudo
asociamos el mundo del deporte con la agresividad, la violencia, la
indisciplina, los escándalos y los altercados, etc. En demasiadas ocasiones los
grandes eventos deportivos terminan por convertirse en un auténtico juego de
intereses políticos y económicos de todo tipo. No obstante, a pesar de que a
menudo se producen situaciones de máxima rivalidad, sobretodo en las
modalidades de equipo, los enfrentamientos graves entre aficiones suelen
aparecer en contextos donde ya existe otro problema social, cultural o histórico
de base que no tiene ninguna relación con el deporte.
Mientras
esto pasa en el exterior, miles de nadadores, waterpolistas, saltadores y
gimnastas de sincronizada se preparan duramente para superarse y batir las
marcas de sus compañeros con deportividad y respeto. Pocos alcanzarán el oro,
la plata o el bronce, y quedarán atrás muchas horas de lágrimas y de sudor.
Pero también habrá mucha gente que se ilusionará con el papel de las estrellas
del agua, desde los entrenadores y los preparadores físicos hasta la ciudadanía
que estos días llena el Palau Sant Jordi.
Ante
todo, el deporte es una gran actividad social. El abanico de modalidades y la
diversidad de personas de cualquier edad y perfil que hoy en día practican
deporte es impresionante. El deporte refuerza el trabajo en equipo, nos une en
la existencia, pone a prueba nuestra capacidad física y psicológica, y nos
sitúa en igualdad de condiciones respeto a otras personas, descartando factores
de tipo social, cultural o económico que a menudo son la causa de tantas
discriminaciones.
Debajo
del agua no se escucha nada, no se ve nada, los colores se difuminan y el sudor
desaparece, pero el esfuerzo continuo y constante que nos impulsa a una nueva
brazada nos hace reflexionar también sobre una infinidad de temas comunes y
personales. El deporte, si no se lleva al extremo, puede ser un auténtico
canalizador para eliminar tensiones personales, refuerza la autoestima y la
calidad de vida de todos aquellos que lo practican y es un buen instrumento
para promover la amistad entre los hombres.
Tal vez
la natación no cambiará el mundo, ni tampoco pondrá las bases para ningún
acuerdo de paz, pero puede fomentar en las personas un deseo de igualdad y de
superación, así como algunas virtudes, que con el tiempo pueden ayudarnos a
tomar conciencia de la necesidad de hacer un mundo más justo y en paz. Quizá
dentro de unos días despertaremos de este sueño de verano, las noticias de
guerra y de miseria invadirán de nuevo las páginas de los periódicos, pero todo
lo que habremos aprendido y vivido nadie nos lo quitará. Como dice el refrán,
más importante es participar que ganar, y con la participación todos ganamos.
Dejemos que el espíritu pacífico y deportivo que acompañó la fundación de esta
antigua ciudad tome las calles y avenidas y se propague como un mensaje de paz
por todos los rincones del mar y de la tierra.
Por Joan
Baron
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