UNA IMAGEN QUE PASARÁ A LA
HISTORIA
El Papa
emérito entra en San Pedro, entre la sorpresa de los cardenales, y asiste al
Consistorio.
La
participación del Papa emérito, Benedicto XVI, en el Consistorio para la
creación de los nuevos cardenales en la Basílica de San Pedro representa la
novedad más significativa después de la renuncia al Pontificado de hace un año.
Ratzinger había anunciado que quería vivir "escondido del mundo",
pero ayer aceptó la invitación de su sucesor y estuvo presente en la creación
de los nuevos purpurados, entre los que estaba su amigo el teólogo alemán
Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Corrían rumores sobre su participación en la próxima canonización de Juan XXIII y Papa Wojtyla, pero su presencia, inesperada e imprevista, en el Consistorio ahora abre la posibilidad para que salga de su semi-clausura en otras ocasiones el Papa emérito que vive en el convento que se encuentra a pocos metros de la residencia de su sucesor.
Ratzinger entra en San Pedro, entre la sorpresa de los cardenales que, al darse cuenta, acuden inmediatamente para saludarlo, asistió al Consistorio 15 meses después del último presidido por él mismo. Es una imagen que quedará en la historia de la Iglesia y del papado. Hace algunas semanas, diferentes comentadores habían insistido en la importancia de la presencia de Benedicto XVI al lado de Francisco. Incluso algunos llegaron a decir que el la inédita presencia "oculta" en el perímetro del Vaticano del Papa que renunció (en oración y vestido de blanco) permitía interpretar algo más, n "secreto". Algunos incluso hablaron de "diarquía".
Ayer, la presencia de Ratzinger en San Pedro habría podido reforzar estas especulaciones infundadas. En cambio, fue justamente Benedicto XVI quien demolió las interpretaciones equivocadas. A pesar de que se le había ofrecido un sitio de honor, quiso sentarse en un rinconcito, en la misma fila de los cardenales obispos, y en una silla idéntica a las de estos. Llevaba la sotana blanca. Pero, tanto al principio como al final de la ceremonia, cuando Francisco se le acercó para abrazarlo, Ratzinger se quitó el solideo como muestra de reverencia. Nunca lo había hecho antes: ni cuando participó en la inauguración de una estatua con Francisco frente al Gobernatorado en el Vaticano, ni cuando Bergoglio fue a visitarlo para darle sus felicitaciones navideñas.
Estos signos concretos y visibles (la silla idéntica a la de los demás cardenales y el gesto de quitarse el solideo) se revisten de una mayor elocuencia. La humildad de Benedicto XVI deja imaginar que no le costó renunciar a un sitio especial, mezclarse con los cardenales. Francisco considera a su predecesor un recurso de sabiduría, y siempre le invita a no vivir retirado. La excepcional presencia de ayer en el Consistorio es otro paso hacia la normalidad: hay un Papa reinante que guía a la Iglesia y un obispo emérito de Roma que vive a su lado y reza por él.
Corrían rumores sobre su participación en la próxima canonización de Juan XXIII y Papa Wojtyla, pero su presencia, inesperada e imprevista, en el Consistorio ahora abre la posibilidad para que salga de su semi-clausura en otras ocasiones el Papa emérito que vive en el convento que se encuentra a pocos metros de la residencia de su sucesor.
Ratzinger entra en San Pedro, entre la sorpresa de los cardenales que, al darse cuenta, acuden inmediatamente para saludarlo, asistió al Consistorio 15 meses después del último presidido por él mismo. Es una imagen que quedará en la historia de la Iglesia y del papado. Hace algunas semanas, diferentes comentadores habían insistido en la importancia de la presencia de Benedicto XVI al lado de Francisco. Incluso algunos llegaron a decir que el la inédita presencia "oculta" en el perímetro del Vaticano del Papa que renunció (en oración y vestido de blanco) permitía interpretar algo más, n "secreto". Algunos incluso hablaron de "diarquía".
Ayer, la presencia de Ratzinger en San Pedro habría podido reforzar estas especulaciones infundadas. En cambio, fue justamente Benedicto XVI quien demolió las interpretaciones equivocadas. A pesar de que se le había ofrecido un sitio de honor, quiso sentarse en un rinconcito, en la misma fila de los cardenales obispos, y en una silla idéntica a las de estos. Llevaba la sotana blanca. Pero, tanto al principio como al final de la ceremonia, cuando Francisco se le acercó para abrazarlo, Ratzinger se quitó el solideo como muestra de reverencia. Nunca lo había hecho antes: ni cuando participó en la inauguración de una estatua con Francisco frente al Gobernatorado en el Vaticano, ni cuando Bergoglio fue a visitarlo para darle sus felicitaciones navideñas.
Estos signos concretos y visibles (la silla idéntica a la de los demás cardenales y el gesto de quitarse el solideo) se revisten de una mayor elocuencia. La humildad de Benedicto XVI deja imaginar que no le costó renunciar a un sitio especial, mezclarse con los cardenales. Francisco considera a su predecesor un recurso de sabiduría, y siempre le invita a no vivir retirado. La excepcional presencia de ayer en el Consistorio es otro paso hacia la normalidad: hay un Papa reinante que guía a la Iglesia y un obispo emérito de Roma que vive a su lado y reza por él.
Autor:
Andrea Tornielli
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