Un fruto precioso del Concilio
Vaticano II es la Constitución Dogmática "Dei Verbum" sobre la divina
Revelación que, sin ser tan amplia como Lumen Gentium o la Gaudium et spes,
ofrece una doctrina hermosa.
"Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas" (CAT 52).
Dios se da a conocer y actúa en
la historia de los hombres para salvarlos, atrayéndolos a Él; el hombre, por su
parte, junto al obsequio de su razón, al asentimiento racional y a la fe, le
une el amor ante tanto Amor. La vida del hombre es la visión de Dios, dirá san
Ireno; la vida del hombre se cifra en esa comunión con Dios, personal y única.
Recordemos, aplicándolo a este
caso particular, el consejo ignaciano: "no el mucho saber satisface el ánima, sino el sentir y gustar las
cosas internamente"; no basta saber mucho, sino gustar y sentir
con el corazón, internamente, toda la Revelación, incluido el amor salvador de
Dios.
Esta es la perspectiva que ofrece
la Constitución Dei Verbum:
"Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a Sí
mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los hombres,
por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu
Santo y se hacen consortes de la
naturaleza divina. En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible
habla a los hombres como amigos, movido
por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía" (DV 2).
¿QUÉ OFRECE LA CONSTITUCIÓN DEI
VERBUM? ¿CUÁLES SERÍAN SUS PUNTOS RELEVANTES?
Aquí se entrecruzan distintas
realidades:
-Dios y el hombre
-La razón y la fe
-El conocimiento sobrenatural y
el natural
-El conocimiento y el amor
-El asentimiento libre, la obediencia y la comunión
con Dios.
Estas realidades de la Dei Verbum
nos las explica el papa Pablo VI en una catequesis, facilitándonos así una
visión de conjunto de esta Constitución dogmática, digna de ser estudiada y
comprendida.
"Aprovechamos la ocasión de
las dos próximas fiestas: la del “Corpus Domini” y la del Sagrado Corazón de
Jesús, para invitaros a reflexionar sobre un aspecto fundamental de la
revelación cristiana, es decir, de la comprensión que nosotros podemos tener de
cuanto nos ha sido manifestado por Cristo sobre las cosas divinas. Hablemos con
la sencillez y brevedad acostumbrada, pero tocando un tema de extrema
importancia.
LA REVELACIÓN NOS HABLA DEL PLAN SALVÍFICO DE DIOS
La revelación de las verdades
religiosas sobrenaturales (y de otras verdades naturales relacionadas con
aquéllas) se ha realizado de una forma determinada, bien diferente de la
presentación de un texto de doctrinas teológicas ya claras y formuladas. Ella ha sido progresiva, resultante de
palabras y de hechos, orientados a invitar a los hombres a conocer a Dios,
alguna cosa de Dios, para unirlos a Sí y de este modo preocuparse por su
salvación (cf. Dei Verbum, n. 2). Es decir, la revelación es una apertura sobre
realidades misteriosas. Entre otras muchas, citemos la frase de San Pablo: “A
mí me fue dado… iluminar para todos cuál es el plan providencial (en griego:
economía; en latín, dispensación) del misterio (del misterio, del Sacramento)
escondido desde siglos en Dios” (Ef 3,9). Es esta exhibición, esta
presentación, mientras se mantiene abierta, segura, clarísima, no es
obligatoria, no es comparable a una demostración científica, sino que se ofrece de forma que pueda respetar la
libertad del hombre al que ha sido presentada la revelación; no
impenetrable, no equívoca, sino todavía velada. Velada por la naturaleza
inefable y trascendente, propia del pensamiento divino; está velada también
incluso por el modo con el que dicho pensamiento nos es presentado. El mismo
Jesús lo hará notar a propósito de sus enseñanzas, presentadas en forma de
parábolas (cf. Mc 4,11; cf. Pascal, Pensées, 194). La verdad, la realidad
divina nos ha sido manifestada por
medio de señales. A este respecto tendríamos que decir muchísimas cosas.
LA REVELACIÓN SE ACEPTA POR FE
Pero, por ahora, nos basta una:
para aprovecharse de la revelación es necesario algún acto también por parte
del hombre. Para ver es necesario abrir los ojos. Para recibir la revelación es necesario creer. Creer, bajo este
aspecto, quiere decir no sólo aceptar pasiva y perezosamente, sino descubrir, es decir, buscar y penetrar en el significado
de la palabra de Dios, en el modo, en el velo, que la presenta y la
contiene y al mismo tiempo la sustrae a la curiosidad de nuestro conocimiento
espontáneo y natural.
EL AMOR DE DIOS CENTRO DE LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
¡Otro capítulo inmenso de la vida
religiosa! Detengámonos en una página de este capítulo que podemos considerar
como un resumen de estas cuestiones religiosas vitales. La página es ésta:
¿cuál es el descubrimiento que el hombre fiel consigue hacer buscando el
sentido total y profundo de la revelación divina? El descubrimiento es el amor. Dios se ha revelado principalmente en Amor.
Toda la historia de la salvación es Amor. Todo el Evangelio. Y a este respecto
podríamos citar innumerables palabras de la Sagrada Escritura. Una del Antiguo
Testamento aflora a nuestros labios: “Desde lejos el Señor se ha dado a ver a
mí: con un amor eterno. Yo te he amado y por ello te he atraído a mí lleno de
compasión” (Jr 31,3). Toda la epopeya de la religión es Amor, es misericordia,
es efusión de la caridad de Dios hacia nosotros. Y la historia de Cristo está
compendiada en la célebre síntesis de San Pablo: “Vivo en la fe que tengo en el
Hijo de Dios, el Cual me ha amado y se ha entregado a Sí mismo por mí” (Gal
2,20). ¡Es necesario comprender! A los espíritus observadores les recomendamos
otra página maravillosa del Apóstol: “Que podáis comprender con todos los
santos cómo es lo ancho y lo largo, lo alto y lo profundo (nosotros hoy
diríamos las dimensiones, ¡y aquí son cuatro!), y entender este amor de Cristo
que supera toda ciencia, a fin de que seáis colmados por la plenitud de Dios”
(Ef 3,17-19).
Detengámonos aquí…Es lo que, por
esta causa, nos afecta, nos conmueve, nos perturba. Si uno llega a comprender
que ha sido amado, amado hasta un grado supremo e inimaginable, hasta la
muerte, silenciosa, gratuita y sufrida hasta una consumación total (cf. Jn
19,30) por quien ni siquiera conocíamos, y conocido lo habíamos negado y
ofendido, si uno, decimos, comprende que es objeto de un tal amor, de un amor
tan grande, no puede, en modo alguno permanecer tranquilo. Lo decía también el
Dante: “Amor que a ningún amado consiente no amar” (Inf., 5,103); lo dice el
himno litúrgico: “¿Quién no amará a quien así nos ama?”… Jesús nos ha amado,
dice el Concilio, incluso “con corazón de hombre” (GS 22). ¡Y cómo! He aquí el
tema de hoy de nuestro diálogo. Hijos carísimos, ¿Sabéis estas cosas? ¿Pensáis
en ellas? ¿Cómo tratáis de responder a ellas?"
(Pablo
VI, Audiencia general, 2-junio-1969).
No hay comentarios:
Publicar un comentario