AUDIENCIA DEL MIÉRCOLES. EL PAPA:
LA 'UNCIÓN DE LOS ENFERMOS' NO ES UN TABÚ
Queridos hermanos y hermanas,
buen día.
Hoy las previsiones
meteorológicas decían 'lluvia' y ustedes vinieron lo mismo. Tienen mucho
coraje. ¡Felicitaciones!
Quisiera hablar hoy del
sacramento de la unción de los enfermos que nos permite tocar con la mano la
compasión de Dios por el hombre. En el pasado se lo llamaba 'extremaunción',
porque se lo entendía como confort espiritual en el momento de la muerte. Hablar
en cambio de 'unción de los enfermos', nos ayuda a ampliar la mirada a la
experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la
misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que
expresa en toda su profundidad el misterio que aparece en la unción de los
enfermos. Es la parábola del buen samaritano en el evangelio de Luca. Cada vez
que celebramos tal sacramento, el Señor Jesús en la persona del sacerdote, se
vuelve cercano a quien sufre o está gravemente enfermo o es anciano.
Dice la parábola, que el buen
samaritano se hace cargo del hombre enfermo, poniendo sobre sus heridas, aceite
y vino. El aceite nos hace pensar al que es bendecido por el obispo cada año en
la misa crismal del jueves santo, justamente teniendo en vista la unción de los
enfermos. El vino en cambio es signo del amor y de la gracia de Cristo que
nacen del don de su vida por nosotros, y expresan en toda su riqueza en la vida
sacramental de la Iglesia.
Y al final la persona que sufre
es confiada a un alberguero para que pueda seguir cuidándolo sin ahorrar
gastos. Ahora, ¿quién es este albergador? La Iglesia y la comunidad cristiana,
somos nosotros a quienes cada día el Señor Jesús confía a quienes están
afligidos en el cuerpo y en el espíritu para que podamos seguir poniendo sobre
ellos y sin medida, toda su misericordia de salvación.
Este mandato es reiterado de
manera explícita y precisa en la carta de san Jacobo. Se recomienda que quien
está enfermo llame a los presbíteros de la Iglesia, para que ellos recen por él
ungiéndolo con aceite en nombre del Señor, y la oración hecha con fe salvará al
enfermo. El Señor lo aliviará y si cometió pecados le serán perdonados. Se
trata por lo tanto de una praxis que se usaba ya en el tiempo de los apóstoles.
Jesús de hecho le enseñó a sus discípulos que tuvieran su misma predilección
por los que sufren y le transmitió su capacidad y la tarea de seguir dando en
su nombre y según su corazón, alivio y paz, a través de la gracia especial de
tal sacramento.
Esto entretanto no tiene que
hacernos caer en la búsqueda obsesiva del milagro o de la presunción de poder
obtener siempre y de todos modos la curación. Pero la seguridad de la cercanía
de Jesús al enfermo, también al anciano, porque cada anciano o persona con más
de 65 años puede recibir este sacramento. Es Jesús que se acerca.
Pero cuando hay un enfermo y se
piensa: 'llamemos al cura, al sacerdote'. 'No, no lo llamemos, trae mala
suerte, o el enfermo se va a asustar'. Por qué, porque se tiene un poco la idea
que cuando hay un enfermo y viene el sacerdote, después llegan las pompas
fúnebres, y eso no es verdad.
El sacerdote, viene para ayudar
al enfermo o al anciano, por esto es tan importante la visita del sacerdote a
los enfermos. Llamarlo para que a un enfermo le dé la bendición, lo bendiga, porque
es Jesús que llega, para darle ánimo, fuerza, esperanza y para ayudarlo. Y
también para perdonar los pecados y esto es hermoso.
No piensen que esto es un tabú,
porque siempre es lindo saber que en el momento del dolor y de la enfermedad
nosotros no estamos solos. El sacerdote y quienes están durante la unción de
los enfermos representan de hecho a toda la comunidad cristiana, que como un
único corazón, con Jesús se acerca entorno a quien sufre y a sus familiares,
alimentando en ellos la fe y la esperanza y apoyándolos con la oración y el
calor fraterno. Pero el confort más grande viene del hecho que quien se vuelve
presente en el sacramento es el mismo Señor Jesús, que nos toma por la mano y
nos acaricia como hacía Él con los enfermos. Y nos recuerda que le pertenecemos
y que ni siquiera el mal y la muerte nos podrán separar de Él.
Tengamos esta costumbre de llamar
al sacerdote para nuestros enfermos, no dijo para los resfriados de tres o
cuatro días, pero cuando se trata de una enfermedad seria, para que el
sacerdote venga a darle también a nuestros ancianos este sacramento, este
confort, esta fuerza de Jesús para ir adelante. Hagámoslo. Gracias.
(Texto traducido por Hernan
Sergio Mora)
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