Entre las numerosas reacciones a
mi anterior artículo Divorciados y
falsa misericordia, he seleccionado este testimonio que me envía
Laura F., una mujer que ha vuelto a
nacer gracias a que un día ya muy lejano decidió poner en marcha su nulidad matrimonial.
Dice así:
“Le agradezco en el alma, señor
Zavala, su valiente artículo con el que me siento plenamente identificada. Yo
era una de esas personas divorciadas a las que usted hace referencia. Mi vida
fue un verdadero infierno durante
mi matrimonio, durante el cual soporté hasta que ya no pude más los malos tratos físicos y psíquicos de
mi marido. No tuve más remedio que separarme de él y luego, por motivos que no
vienen ahora al caso, divorciarme.
“La vida, señor Zavala, da muchas vueltas y conocí meses después a un hombre
que se mostró desde el principio muy cariñoso conmigo. Yo necesitaba afecto y ese hombre me lo proporcionó enseguida.
Vaya por delante que yo crecí en una familia
católica. Mis padres eran de Misa y Comunión diarias, y yo sabía que
vivía con aquel hombre en permanente adulterio. Por eso dejé de frecuentar los Sacramentos y nunca más comulgué mientras conviví
con él.
“El Señor remueve los corazones cuando uno menos se lo espera. Y removió
también el mío a través de una antigua
compañera de colegio a la que no veía desde hacía veinte años. No quiero
extenderme demasiado. Así que le diré que esta amiga acabó convenciéndome de
que debía acudir al Tribunal de la Rota
para averiguar si mi matrimonio era nulo. Yo amaba a Eugenio. Lo amaba
de verdad. Pero necesitaba averiguar si
mi matrimonio era o no válido por un problema de conciencia. Siempre he tenido
mucho miedo a la posibilidad de condenarme.
“Fue muy duro tener que decirle
a Eugenio que me esperase y que se fuese a vivir a su casa. Pero lo hice. Al
principio él no lo entendió, pese a ser tan católico como yo, pero luego acabó
comprendiéndome. Debo reconocer que jamás pensé, ni muchos menos él, que el
proceso en primera y segunda instancia fuese a durar más de siete años.
“Durante ese tiempo caímos, pero nos levantamos yendo a confesarnos y luego, sólo después de confesar con propósito de enmienda, comulgábamos. Le prometí a la Virgen que si me ayudaba rezaría el Rosario todos los días de mi vida. Y ya lo creo que me ayudó. Hace dos años, el Tribunal de la Rota resolvió que mi matrimonio era nulo, o sea que yo nunca había estado casada a los ojos de Dios, por falta de discreción de juicio.
“Ojalá, señor Zavala, que su artículo sirva ahora para que tantas otras
personas como yo sepan que la Iglesia, que es madre de todos y no madrastra, les abre una puerta si piensan que
su matrimonio no ha sido válido, como el mío. Invito a todos ellos a que
intenten por lo menos saber si su matrimonio es nulo, que lo intenten antes de arrojar la toalla. Que Dios le bendiga”.
José María
Zavala
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