El deseo de abrir todo lo humano al amor de Dios.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
El día es soleado, aunque nos gustaría que ahora lloviese. Tengo un poco de
fiebre, aunque desearía estar en plena forma. Mido la altura que mido, y no soy
todo lo alto que otros esperaban de mí.
Lo real está ahí, guste o no
guste. Es un “dato”, es un encuentro desde
el cual luego podemos tomar decisiones, adaptarnos o modificar lo modificable.
Lo real es como un suelo sólido.
Alguno puede sentirse limitado por el peso de la gravedad porque le impide dar
saltos asombrosos. Pero esa misma gravedad permite dar pasos a derecha o
izquierda, subir o bajar una escalera.
Hay quienes rechazan lo real como
una imposición, como un enemigo, como un residuo de un mundo anticuado que
debería rehacerse por completo gracias a la tecnología.
Pero lo real no es enemigo ni
amigo. Es, simplemente, lo que es. Sobre ello giran las posibilidades de cada
uno y de los grupos sociales, con todo aquello bueno (por desgracia, también
aquello malo) que está al alcance de la propia libertad.
Zubiri usaba una expresión
sugestiva, “el poder de lo real”. Más allá
de lo que ese pensador quería decir con tales palabras, lo cierto es que la
realidad tiene una autonomía que merece ser reconocida para evitar desastres
como los que ciertos abusos tecnológicos han provocado a lo largo de la
historia.
Existen, es verdad, quienes
aspirar a una reconstrucción de todo lo humano, a una especie de nueva creación
del mundo que va desde cambios profundos en el propio cuerpo hasta el
levantamiento de “realidades virtuales” que
serían casi eternas.
Pero esos esfuerzos prometeicos
de dominarlo todo y someterlo a los deseos de cada uno chocan cuando algo tan
pequeño y tan real como un virus, o tan grande y tan potente como un terremoto,
hacen saltar en mil pedazos sueños que habían encandilado a muchos.
Mientras, el suelo sólido de lo
real aparece ante nuestra mente y nuestro corazón. Cada uno decide cómo lo
acogerá, qué hará con lo que constituye su propio cuerpo, su capacidad de
pensar y de amar, la sociedad que lo rodea y el ambiente que ha recibido.
Luego, tras las decisiones que tomamos
continuamente, el mundo sufrirá por heridas que muchas veces dañan a inocentes;
o mejorará gracias a quienes han acogido lo real con el deseo de abrir todo lo
humano al amor de Dios y de los que caminan a nuestro lado.
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